miércoles, 10 de noviembre de 2010

Las formas del silencio


Por Osvaldo Alvarez Guerrero

Hay quien calla porque ya no quiere hablar. Su silencio no es producto del miedo, ni del cansancio, sino del desprecio. Dijo todo lo que debía, y su destinatario no ha querido escucharlo. En ese caso, el silencio forma parte de una retórica: un método de crítica y reproche, en el que el silencio tiene más importancia que la palabra. El exilio de San Martín; el retiro silencioso de Hipólito Yrigoyen después del fracaso de la Revolución de 1983; el suicidio de Lisandro de la Torre (un patético silencio, el de la muerte auto infligida); o la mudez pública del general De Gaulle en Colombey les Eglises, son ejemplos notorios de la historia política.

Se trata de casos en los que un hombre público, es decir, alguien cuya palabra es escuchada por el público, predijo una situación negativa, que no fue tenida en cuenta oportunamente. El diagnóstico del mal es poco atractivo, y cuando el mal sobreviene, los hechos hablan con más estrépito que las palabras. Por eso, el optimista es más locuaz que el pesimista. Se lo escucha con agrado salvo cuando exagera e imprudentemente promete lo irrealizable. El empalagoso ritmo de las promesas de felicidad, que no se armoniza con el compás de los hechos, provoca el agotamiento y la incredulidad en la ciudadanía.

El silencio puede ser una conducta de lucha y resistencia: por ejemplo, el torturado que no quiere delatar a sus cómplices, y desanima de este modo a sus inquisidores. Su silencio es voluntario, ambicioso y esforzado: pretende, al fin, la derrota moral del enemigo.

El silencio suele ser también instrumento del poderoso, el que no habla para introducir la incertidumbre en el súbdito o en el adversario. Nada hay tan ambiguo como el silencio. Si las palabras tienen frecuentemente varios significados, el silencio es aún más equívoco y desconcertante. Para los creyentes, el silencio eterno de Dios genera ansiedades y angustias. El Todopoderoso no habla por sí mismo, excepto a los santos. Sus designios se manifiestan a través de sus representantes o por signos que requieren de una compleja hermenéutica. En ese juego de interpretaciones teológicas, la fe del destinatario religioso juega un papel exclusivo.

Es el poderoso quien tiene la facultad de permitir o negar el habla de los demás. Ese atributo le permite callar por estrategia, y lo faculta para impedir la opinión del otro. El cetro, o bastón de mando, tenía en sus orígenes la función de puntero indicador. Quien poseía el cetro señalaba con él en las reuniones y asambleas a quien le otorgaba la palabra. Esa función se suple hoy con el micrófono en la TV: el micrófono, su manejo y distribución por el conductor del programa, es un símbolo y al propio tiempo una herramienta concreta de poder. Es el cetro de nuestro tiempo.

Calla también el ignorante, siempre que no sea necio, y el discreto. El necio habla por demás, sin razones ni argumentos. El ignorante calla porque no sabe qué decir; el discreto, por razones de prudencia y hasta de sabiduría. “El pez por la boca muere”, dice el refrán. Y el aforismo de Wittgenstein –“De lo que no se puede hablar, hay que callar”- tiene un significado ético. Wittgenstein afirmaba con ello que de ética no se puede hablar, porque las palabras son insuficientes, confusas e inútiles. La ética se muestra mediante la acción: de ella no debe decirse nada, con ella se actúa.

Hay quien guarda silencio involuntariamente, porque está censurado y reprimido. La censura, sin embargo, se dirige más a los contenidos de lo hablado que al hablante. Se prohíbe hablar de ciertos temas, a los que solo se puede “nombrar”, pero no desarrollar. Y cuando se censura a alguna persona, es porque dice cosas que están prohibidas. No es sencillo seguir a Quevedo, que en un famoso terceto, advertía: “no he de callar/por más que con el dedo/ya tocando la boca, ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo”.

Las reglas de conducta social, leyes y vigencias sociales de carácter moral y religioso, que ponen límites a la libertad de expresión no son siempre arbitrarias, por lo general están contenidas y aceptadas por el sistema social y cultural, y cuidan que la palabra no perturbe y dañe la convivencia. Es el caso de la incitación pública a la violencia, la amenaza, la injuria y la calumnia, todos delitos de lenguaje. Es el Estado quien instituye esos l{imites en las sociedades modernas. Desde la Revolución Francesa, y con los avances tecnológicos, esas barreras estatales a las libertades de expresión son cada vez más debiles en un sistema democrático. Ese atríbuto, paulatinamente, pasa a ser ejercido por poderes no estatales, que censuran y reprimen, porque de hecho tienen el poder, frecuentemente ilegítimo, para dar o negar la palabra.

Hay ocasiones, debe advertirse, en las que uno puede sospechar que es más útil y valiente guardar silencio o decir lo que los poderosos quieren, que hablar al botón ante la evidencia de que nadie desea escucharlo. Los tiempos que corren son muy conversados. Los mensajes se multiplican, superponen y contradicen hasta el exceso de la verbalización y la caricatura de la charlatanería. Demasiados vocablos, que ya no significan nada o significan cualquier cosa, sugieren la nostalgia del silencio de las palabras. El problema no es, sin embargo, la sobreabundancia de palabras, sino la escasez de significados. Para descansar de la palabrería vana, los jóvenes recurren hoy a la música. Nunca como en nuestros días hubo tanto melómano masivo, ensimismado en los decibeles musicales de los auriculares y del “walk man” o en las imágenes sonoras “clips” televisivos.

“La peor opinión es el silencio” reza una consigna del gremio de los periodistas. Si no confundimos al silencio con la indigencia, el miedo y la muerte, es cierto que una premisa de la ciudadanía en una sociedad liberal, debe rechazar al “silencio de los cementerios”. Incluso puede afirmarse que las “mayorías silenciosas” son incompatibles con el inconformismo vital que agita el vigor de los pueblos. Atahualpa Yupanqui confiesa en un verso conocido: “le tengo rabia al silencio/ por lo mucho que perdí/ que no se quede callado/ quien quiera vivir feliz”. Pero convengamos que la cuestión es discutible. Y que el uso del silencio en sus distintas formas, su finalidad y posibilidad, siendo la contracara de la palabra, depende de las circunstancias de tiempo, lugar y persona.

Diario “Río Negro” 01.03.97

Nota colgada en: carlitosvila.blogspot.com

lunes, 11 de octubre de 2010

Un radical más


La presencia de Ricardo Alfonsín por donde quiera que vaya tiene la virtud de hacer aflorar las mejores tradiciones de la práctica política, hablo de mística, de pasión, de fervor militante y fundamentalmente de estimular la participación.

Alguna vez, mientras lo escuchaba, llegué incluso a hacer el ejercicio de cerrar los ojos y directamente me remontó a quien hizo incursionar, en la década de los ochenta, a miles de jóvenes con su prédica a las lides de la política, hablo del siempre bien recordado Raúl Alfonsín.

Por eso suelo decir que es invalorable el aporte que hace Ricardo al centenario partido porque apuesta al fortalecimiento partidario, a reconstituír la affectio societatis entre los radicales, aspectos fundamentales para poder arribar a la cohesión partidaria que hace falta.

Ahora bien cabe decir, en las fronteras de lo políticamente incorrecto dentro del centenario partido, que hay dos cuestiones que contrastan con lo precedentemente expuesto y esto es a partir de dos definiciones que suele formular, a saber “soy un socialista más” y “el Frente Progresista en Santa Fe es un ejemplo que queremos extender a todo el país”.

Partiendo de la premisa que esa autodefinición constituye una sobreactuación, un exceso de galantería, no se sabe si hacia el gobernador o hacia el Partido Socialista, dicho donde esta fuerza política tiene predicamento no deja de erigirse en toda una provocación para los radicales de Rosario y de la provincia de Santa Fe, por razones que serían motivo de otro análisis y que evidentemente el ilustre visitante desconoce.

En cuanto a la reivindicación que formula del Frente Progresista simplemente diré que por el destrato hacia los radicales que caracterizó a dicha construcción política, esa definición cuanto menos amerita ser revisada, máxime cuando el Presidente del partido en la provincia lo caracteriza como Frejuli o el Intendente de la ciudad de Santa Fe a casi tres años de gestión demanda la institucionalización de dicha coalición, salvo que a eso se aspire para el partido en el orden nacional.

En nuestra provincia hay una estrategia partidaria definida que apuesta a que sean radicales quienes lideren la construcción política frentista y a las que entiendo las figuras nacionales deberían allanarse, por eso para otras incursiones con solo decir “soy un radical más” sería un aporte invalorable.

martes, 3 de agosto de 2010

"Habría que preocuparse si Latorre optara por la UCR"


Ante los dichos de la Senadora Nacional Roxana Latorre el Convencional Provincial de la Unión Cívica Radical Carlos Vila declara:

"En la UCR habría que preocuparse el día que la Senadora Nacional Roxana Latorre opte por elegír candidatos de la Unión Cívica Radica, sería un síntoma de que estamos haciendo mal las cosas".

Sostuvo el dirigente radical "que carecen de credibilidad las opiniones vertidas por quienes desarrollan prácticas de transfuguismo político como es el caso de la legisladora nacional".

Señaló también "que Latorre sorprende una vez más, en esta oportunidad por su provocación a quienes defraudó electoralmente"


Finalmente el Convencional Radical manifestó: "que el radicalismo trabaja en su hoja de ruta de elaboración de programa de gobierno, conformación de equipos técnicos y finalmente definición de candidaturas, por ello exhorta a no distraer esfuerzos en estas pequeñeces de la política"

Rosario, 03 de agosto de 2010.-

Voz radical por la autonomía municipal


En relación al debate suscitado en torno a la consagración de la autonomía municipal el Convencional Provincial de la Unión Cívica Radical Carlos Vila declara:

“La autonomía municipal forma parte de la cultura política del radicalismo y honrando esa tradición la UCR santafesina en las últimas décadas accionó para incorporarla a través de distintos proyectos de ley”

Señaló el dirigente radical que “Desde la reforma de la Carta Magna de 1994 en que la autonomía municipal adquirió rango constitucional nuestra provincia está en mora con la incorporación de dicho instituto, por ello mientras se logran los consensos necesarios para la reforma constitucional los legisladores provinciales del radicalismo deben impulsar por ley la asignación de ese status a los municipios santafesinos”

Finalmente el Convencional Radical sostuvo que “Entendida la autonomía plena como una herramienta estratégica de desarrollo local y de mejoramiento de la calidad de vida institucional de los municipios y sus habitantes no se puede ni se debe tirar por la borda todo un trayecto consecuente recorrido en función de cálculos electorales”.

Rosario, 30 de julio de 2010.

Publicado en la edición del Diario "La Capital" del dia 01.08.10
Fuente: http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2010/8/edicion_640/contenidos/noticia_5631.html

domingo, 4 de julio de 2010

Yrigoyen y el bicentenario


Tras los innumerables festejos del bicentenario cabe reflexionar sobre los aportes realizados por hombres y mujeres que aportaron a la construcción de la República.

Es este el mes de las grandes evocaciones, en julio se fueron Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Juan y Eva Perón, por nombrar algunos exponentes del pensamiento nacional y popular del segundo siglo del bicentenario.

Al cumplirse 77 años de su deceso es propósito en estas lineas tributar el merecido homenaje a Hipólito Yrigoyen, quien fuera portador de un espíritu revolucionario, de una perseverancia ejemplar, de firmes convicciones, de una digna intransigencia y fundamentalmente de decisiones consecuentes.

Yrigoyen tras fundar junto a Leandro Alem la Unión Cívica Radical, durante 22 años impulsó la estrategia sin tiempo en haras de instaurar el sufragio libre consumando el objetivo a través de la denominada Ley Saenz Peña.

A 26 años del surgimiento de la UCR, a través de elecciones ejemplares Hipólito Yrigoyen resultó electo Presidente de la Nación, accediendo al poder con un estilo de gestión signado por rígidos principios éticos

La era de Yrigoyen en responsabilidades de gobierno se caracteriza por asegurar el cumplimiento del programa de gobierno que era ní mas ni menos que Constitución Nacional, combatiendo la inmoralidad política y administrativa y asegurando las mejoras sociales para los sectores desposeidos

Este político krausista en el poder aseguró la plena vigencia de las libertades, la integración y el desarrollo del país, impulsó las primeras conquistas sociales para los asalariados, privilegió la educación pública y a través de su política internacional asignando a nuestro país un lugar de privilegio en el concierto de naciones.

Valga este reconocimiento entonces a quien con su lucha gestó una corriente de fuerte raigambre social e incorporó la idea de reparación para la consagración de los valores de libertad e igualdad.

Carlos Vila
Convencional Provincial
Unión Cívica Radical

sábado, 12 de junio de 2010

Por la autonomía municipal


por Carlos Vila (^)

De las declaraciones de los principales exponentes del oficialismo y de la oposición en nuestra provincia de Santa Fe puede deducirse que la autonomía municipal comienza a ocupar un lugar de preponderancia en sendas agendas políticas. Ahora bien, de qué hablamos cuando hablamos de autonomía municipal, sucintamente y haciendo propia la definición de la Unión Iberoamericana de Municipalistas puede sostenerse que es el derecho a participar en los asuntos que naturalmente atañen al municipio y a sus ciudadanos y a definir, cada ente local, su propio destino.

Con la incorporación de la autonomía municipal en la Constitución provincial de 1921 y con la aprobación de las cartas orgánicas de las ciudades de Rosario y de Santa Fe, en este interregno, nuestra provincia se erigió en una verdadera referencia en la materia, esto fue así hasta el año 1935 en que fueron dejadas sin efecto.

Desde el restablecimiento de la democracia, allá por 1983 hasta nuestros días, la autonomía sigue siendo omitida en nuestra vida institucional, ello producto de la ausencia de decisión política en la materia, siendo motivación de ello el juego del cálculo político electoral.

Así, mientras el peronismo gobernó la provincia de Santa Fe no pudo instrumentarse dicho instituto, siendo la argumentación central que para materializar la misma debía reformarse la Constitución.

Por su parte, la oposición de modo sistemático proclamó que mientras se lograban los consensos necesarios para la reforma de la Carta Magna, se podía instrumentar la autonomía para los municipios a partir de la aprobación de dicho instituto por parte de la Legislatura provincial.

Alternancia democrática mediante se invirtieron los roles pero no los argumentos y por ende la incorporación de la autonomía municipal sigue siendo aún una asignatura pendiente.

A fines del año pasado, el gobernador Hermes Binner generó una buena noticia al remitir a la Legislatura un proyecto de ley para consagrar la autonomía municipal en nuestra provincia; no obstante, por estos días, volvimos a foja cero ante el anuncio de legisladores del Partido Socialista de supeditar su tratamiento a la reforma constitucional.

Así, no hemos podido asegurar aún en nuestra provincia la reforma de la Constitución nacional consagrada en 1994 en lo que atañe a la nueva redacción del artículo 123 donde se consagra y sostiene la autonomía municipal; ello, ni por vía de la reforma de la Constitución provincial ni por vía legal.

El radicalismo ha mantenido y mantiene vigente el compromiso inalterable para con el reconocimiento pleno de la autonomía municipal con participación directa de los vecinos, ello con o sin reforma de la Constitución provincial, el impulso de la denominación Ciudad Autónoma de Rosario y la convocatoria a una asamblea estatuyente donde se formule la carta orgánica de la nueva ciudad autónoma.

Para cumplir con estos objetivos se impone: 1) tomar la decisión política de concretar en los hechos las autonomías municipales, lo que significa en una primera etapa a) descentralización y traspaso a municipios de acciones que se realicen a través de convenios, b) modificaciones legislativas que posibiliten mayor coparticipación y que logren los aportes económicos necesarios frente a las transferencias de funciones de la provincia a los municipios; y 2) deberá implementarse el paso definitivo tendiente a lograr la plena autonomía municipal a través de la reforma y modernización estructural del Estado, que requiere, sí, la reforma de la Constitución de la provincia como paso previo.

En la inteligencia de que la autonomía municipal constituye una herramienta estratégica esencial para el desarrollo de los gobiernos locales y fundamentalmente para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, cabe poner de manifiesto que no son tiempos para el reposo ni para el cálculo político en una materia tan trascendente.

Finalizando, puede decirse que para los radicales sigue siendo una aspiración vivir en plenitud el principio de la autonomía municipal, por ello a casi dieciséis años de la reforma de la Constitución nacional y más de veintiséis años de restablecimiento de la democracia entiendo es tiempo de hacer realidad el anhelado estatus autónomo para los estados municipales de la provincia de Santa Fe.

(*) Convencional provincial de la Unión Cívica Radical

Publicado en Diario La Capital del 11.06.10
Vínculo: http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2010/6/edicion_589/contenidos/noticia_5121.html

domingo, 6 de junio de 2010

Alma radical


Por José Natanson

Como las personas, los partidos políticos también tienen alma.

La socialdemocracia moderna, por poner un ejemplo más o menos foráneo, es un producto de los años dorados de la posguerra y de la necesidad del capitalismo de reinventarse poniendo un freno –el Estado de Bienestar– al fantasma del comunismo. Los populismos de mediados del siglo pasado, por poner un ejemplo latinoamericano, son un reflejo de la incipiente industrialización sustitutiva y de la activación política de las masas, hasta entonces excluidas, por vía de la ampliación de los derechos sociales y la dominación carismática del líder.

El radicalismo, en tanto corriente política, nació a fines del siglo XIX o a principios del XX, como expresión de la pequeña burguesía reformista que emergía en el marco de la modernización económica, la ampliación de las clases medias y –sobre todo en países como Argentina– la incorporación de una vasta corriente de inmigrantes. Típicos productos del cambio de siglo, los radicalismos asumieron un tono reformista, anticlerical y progresista y, hundiendo sus raíces en la tradición liberal-republicana, se propusieron como objetivo básico conquistar el sufragio universal y secreto y garantizar la institucionalidad democrática.

Tres casos entre tantos. El Partido Radical Francés fue fundado en 1901 bajo el legado de los grupos reformistas republicanos del siglo XIX con el objetivo de llevar a la práctica el Programa de Belleville, que incluía el sufragio universal, la separación Iglesia-Estado y la educación gratuita. El Partido Radical chileno, hoy convertido en Partido Radical Social Demócrata e integrado a la Concertación, surgió a fines del siglo XIX con un espíritu antioligárquico y democrático, acompañó a los gobiernos transformadores de Jorge Montt y Arturo Alessandri, controló la presidencia entre 1938 y 1952, y luego se sumó a la Unidad Popular de Salvador Allende. El Partido Radical paraguayo, heredero del antiguo Partido Liberal y hoy convertido en Partido Liberal Radical Auténtico, nació en 1887 y llegó al poder en 1904, luego de la Revolución Nacional, tras lo cual fue desplazado por un golpe de Estado y convertido en la principal fuerza de oposición a los gobiernos colorados (en particular a la larga dictadura de Stroessner).

El radicalismo argentino es parte de esta corriente. Surgido a fines del siglo XIX como ensayo de resistencia al Unicato, adquirió, en sus inicios, un carácter combativo, demostrado en las tres revoluciones que protagonizó, en el repudio de Alem al acuerdo de unidad Mitre-Roca y en los largos años de abstención intransigente. Fue radical el primer presidente cabalmente democrático de la historia argentina (Yrigoyen), fue anti-radical la primera gran dictadura (la de la Década Infame) y fue radical, también, el primer presidente del segundo gran ciclo democrático de nuestra historia (Alfonsín).

Conviene detenerse un momento en Alfonsín. En un artículo publicado en el último número de la revista Temas y Debates (“Clivajes y actores políticos en la Argentina democrática”), Edgardo Mocca sostiene que Alfonsín fue el único político de primer nivel que interpretó cabalmente el clima de época propio del derrumbe de la dictadura después del fracaso de Malvinas, que el mismo líder radical definió como “la posguerra”. En este marco, Alfonsín se propuso retomar la vieja reivindicación democrática de su partido, pero también fue más allá: su apelación al electorado peronista, una parte del cual terminó apoyándolo, se produjo mediante una resignificación de la democracia en clave social (“con la democracia se come”). Como escribió Ana Virginia Persello en Historia del radicalismo (Edhasa), “la reiteración de los enunciados del preámbulo de la Constitución servía para reconfirmar al radicalismo como un partido de ciudadanos preocupado por el fortalecimiento de las instituciones, y se articulaba con la promesa de que la democracia se asociaría, además, al bienestar”,

El mismo Alfonsín explicó esta voluntad de asociar la dimensión democrática con el bienestar social en un discurso publicado en La Prensa el 13 de octubre de 1983 y citado en el último libro de Isidoro Cheresky (Ciudadanos y política en los albores del siglo XXI, Manantial): “Nos rasgábamos las vestiduras en el altar de la libertad y otros lo hacían en el de la justicia. Y no nos dábamos cuenta de que éramos gladiadores de un circo romano, porque entonces hubiéramos visto a la oligarquía bajándonos el pulgar”.

Al descartar la disyuntiva entre justicia social y democracia, Alfonsín no sólo obligó a su partido a descartar el telefonazo a los militares como recurso político y de-sechó para siempre la posibilidad de presentarse a elecciones con el peronismo proscripto, sino que también forzó al propio justicialismo a sacudirse los resabios de violencia y autoritaritarismo que aún arrastraba, cosa que recién se logró con el triunfo interno de Antonio Cafiero sobre Herminio Iglesias en 1985.

Y así, en el marco de lo que un neoliberal definiría como “nuevas reglas de juego”, ambos partidos, radicalismo y peronismo, se convertían, por primera vez en la historia, en los protagonistas de una legítima competencia democrática y pluralista que, como diría un comentarista televisivo, se disputaría en términos de “adversarios” y no de “enemigos”. El legado de Alfonsín es más profundo de lo que habitualmente se piensa, pues no sólo contribuyó a la democratización del país sino que, en el mismo movimiento, consiguió lo impensable, un peronismo democrático, y con ello sentó las bases de un moderno sistema de partidos.

Con los años, la democracia argentina se fue consolidando. Quizá las plazas convocadas por el alfonsinismo en momentos de alzamientos carapintadas hayan sido las últimas escenas del viejo radicalismo (y quizá por eso el “Felices Pascuas, la casa está en orden” y las sospechas de un acuerdo de impunidad con los militares generaron esa amplia sensación de decepción y, aun más, de puñalada por la espalda).

Pero nunca digas nunca en la Argentina. Los dos grandes ciclos peronistas que siguieron al alfonsinismo le dieron al radicalismo inesperados argumentos para mantener viva su razón de ser, como las llamas que arden eternamente en las iglesias. Cruciales diferencias programáticas separan al menemismo del kirchnerismo; cada uno es un producto de su época y en algunos aspectos funcionan como un espejo. Las críticas, en general provenientes desde la izquierda, que equiparan mecánicamente a uno con otro, a veces condimentadas con la idea de que el kirchnerismo simula un progresismo inexistente pero que en realidad no es más que una versión maquillada de los ’90, no son más que simplificaciones. Ambos tienen algunos aspectos en común, pero no son la misma cosa.

Aclarado este punto, parece evidente que el radicalismo encontró, en particular en los últimos años, un ángulo de cuestionamiento que ha resultado muy fértil y que le ha dado buenos réditos electorales. Me refiero, por supuesto, a los desbarajustes institucionales producidos por el kirchnerismo, cuyo ejemplo más claro es la intervención del Indec, junto a la tendencia a la concentración del poder en la figura presidencial, a través de las leyes de emergencia económica y los decretos de necesidad y urgencia, aspectos todos que lo emparientan con el menemismo. A ello hay que sumar un estilo de gestión que tiende al decisionismo y la escasa voluntad de someter a la deliberación pública muchas medidas de gestión (aunque no todas: la ley de medios, por ejemplo, fue resultado de un amplio proceso de debate democrático). Hay en el kirchnerismo un afán por la decisión audaz y sorpresiva, que probablemente se remonte a sus orígenes, a la situación de crisis y emergencia del 2003 y a la necesidad de reconstruir, sobre bases firmes, la autoridad presidencial, pero que con el tiempo se ha convertido también en el principal blanco de las críticas opositoras.

Y así llegamos al núcleo de esta nota. Mi impresión es que hay una resonancia histórica en las críticas provenientes del radicalismo a los déficit institucionales del kirchnerismo. Es cierto, desde luego, que el radicalismo se debe una autocrítica: al fin y al cabo, fue un presidente bien radical, el inolvidable Fernando de la Rúa, quien recortó jubilaciones por decreto y estuvo procesado por sorbornar senadores. Pero mi argumento no apunta a lo justo o injusto de los cuestionamientos ni a discutir el lugar desde el cual se pronuncian; simplemente señalo que, con sus frecuentes apelaciones al consenso y sus críticas institucionales, los radicales conectan con sus raíces históricas y con la tradición liberal-republicana que los cobija, y que esto ayuda a entender el éxito que han alcanzado, al menos en este punto.

La interna de hoy puede ser analizada a la luz de este razonamiento. Ricardo Alfonsín cuenta con la inestimable ayuda de su apellido y el amor popular producido tras la muerte de su padre, amor que seguramente se explica por el recuerdo de su gobierno pero también por la entronización del Alfonsín-consensual contra el Kirchner-confrontativo. Y contra el hijo biológico del ex presidente, sus hijos putativos, Leopoldo Moreau y Federico Storani (un psicólogo ahí), quienes se presentan junto al sector de Julio Cobos. La interna tiene el atractivo mediático de enfrentar a Alfonsín y Cobos, los dos radicales con más intención de voto y posibles candidatos a presidente en el 2011, aunque parece difícil que el resultado, sea cual fuere, modifique en algo la impronta profunda del radicalismo, que se remonta a una tradición lejana y duradera que, bien aprovechada, puede tener una enorme eficacia política.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-147047-2010-06-06.html

miércoles, 31 de marzo de 2010

Un año sin Alfonsín


365 días han transcurrido desde el deceso del único ex Presidente que supo y pudo caminar las calles recibiendo permanentes muestras de afecto.

Hasta sus últimos días luchó por una Argentina cohesionada, libre e igualitaria, bregando consecuentemente por más democracia y por el normal funcionamiento de las instituciones.

Además de un magnífico legado, este político radical dejó planteadas debilidades a superar para poder mejorar nuestra sociedad y que lamentablemente siguen siendo aún asignaturas pendientes para la dirigencia política. Sostuvo respecto del oficialismo que debía dejar de lado la iracundia gubernamental y en relaciòn a la oposición formuló una exhortación a la unidad, apelando para ello a una invitación a querernos más entre los argentinos, para poder encontrar el modo de resolver los problemas en un esfuerzo común y esperanzado.

Raúl Alfonsín sigue y seguirá siendo recordado como el restaurador de la democracia. Su figura sigue destacándose con perfiles propios en el escenario político de las últimas décadas, ocupando un lugar de privilegio en la historia de nuestro país.

El extraordinario carisma que caracterizó al ex Presidente lo mantiene siempre actual en el recuerdo del pueblo.

A modo de epílogo puede decirse también que los valores en Raúl Alfonsín fueron parte fundamental de una total coherencia de gestos y actitudes y que a un año de su partida sigue atrayendo el respeto y el cariño de la ciudadanía.

viernes, 26 de febrero de 2010

Amadeo Sabattini, el “Tano” de Villa María


Por Rogelio Alaniz

Fue el heredero más genuino de Hipólito Yrigoyen. Se parecía a su maestro en sus virtudes y en sus defectos. Austero, sobrio, íntegro, concebía al radicalismo como una religión laica fundada en la conducta.

Como su maestro, rehuía la oratoria, practicaba el perfil bajo, el discreto segundo plano, desconfiaba de la exposición mediática y concebía a la política como un apostolado.

Como su maestro, la política era su pasión excluyente, la política radical, se entiende.

Sus amigos y sus adversarios también le decían el Peludo, los primeros con cariño, los segundos con sorna.

Si la cueva de Yrigoyen era su casa de calle Brasil, la cueva de Sabattini era su modesta vivienda de Villa María, la misma que empeñó en una campaña electoral y en la que vivió durante décadas pagando el alquiler.

Su visión de la UCR no era muy diferente a la de Yrigoyen. Creía que el radicalismo era una fuerza regeneradora y democrática y la identificaba con la Nación.

Su mirada organicista de la UCR no le impedía reconocer la legitimidad de sus adversarios políticos.

Entendía a la UCR como un absoluto pero cuando ejerció el poder nunca persiguió a nadie, nunca intervino un sindicato, jamás declaró el Estado de sitio.

A diferencia de don Hipólito creía en los programas de gobierno y se preocupaba por entender las leyes de la economía.

Su propuesta a favor de un modelo económico fundado en la actividad agropecuaria y la industrialización de la economía primaria es original y en más de un punto anticipatoria.

A diferencia de don Hipólito era agnóstico y fue el único gobernador que se negó a jurar por Dios y los santos Evangelios. Esa actitud le valió el ataque de los poderosos sectores clericales de Córdoba, sobre todo cuando en la ceremonia de asunción dijo que se comprometía a defender la religión católica, apostólica y romana porque “me lo ordena la Constitución”.

Agnóstico y masón, sostenía que un humanismo trascendente es aquel que en términos prácticos enaltece la condición humana.

Sabattini fue un gobernante que demostró que la buena gestión administrativa no está en contradicción con las transformaciones sociales, los emprendimientos económicos y las políticas educativas inclusivas.

“Aguas para el norte, caminos para el sur, escuelas en todas partes” fue su consigna de gobierno. Siempre se lo consideró un auténtico representante de los chacareros de la pampa gringa, pero si se presta atención a la gestión de su gobierno, podrá apreciarse que sus miras eran más amplias, como corresponde a los verdaderos estadistas.

Como todo buen radical era levemente anacrónico. Para algunos eso era un defecto, para muchos era una de sus virtudes más encantadoras. No rehuía los desafíos del progreso pero tampoco compraba sin beneficio de inventario las ilusiones de un progreso lineal e indefinido.

Desconfiaba de los cantos de sirena de un capitalismo avasallante y deshumanizado y de los vendedores de utopías que pretendían presentar al comunismo como una versión secular del paraíso.

Le tocó vivir un tiempo difícil, un tiempo de crisis, de derrumbe de valores, de guerras y muertes, un tiempo de ensayos totalitarios practicados por una derecha fanática y una izquierda totalitaria.

La alternativa a esas encerronas que se practicaban en el mundo era un nacionalismo secular y democrático que tomara distancia del fascismo y del comunismo. En nombre de esas certezas siempre abogó por la paz y cuando el mundo se lanzó a la guerra propuso como su maestro la neutralidad.

Su nacionalismo era sincero y convincente. Era un nacionalismo democrático y pluralista.

Don Amadeo era un político que creía en serio en lo que decía y esa fe la percibía la gente. Jamás comulgó con los predicadores de conquistas territoriales y superioridades raciales. El marxismo le resultaba indiferente, un invento extranjero. Repudiaba su materialismo, su antihumanismo y sus afanes autoritarios.

No era un intelectual pero sabía de lo que hablaba y sabía lo que quería.

Su sensibilidad popular no la aprendió en los libros. Conocía el mundo de la pobreza porque la frecuentó diariamente como político y médico de campaña. Su consultorio siempre estuvo abierto a la gente pobre. No cobraba honorarios, los pacientes dejaban voluntariamente lo que podían en una urna que estaba en el patio. Su sala de espera era tan austera como él: tres o cuatro sillas y una mesa con revistas. Los gringos chacareros, los criollos de los ranchos, las peonadas, sabían que podían contar con él a cualquier hora y para cualquier emergencia.

Fue el primer político que usó la palabra “descamisado” para referirse a los pobres y reivindicar sus derechos. También fue el primer político que se definió como “el primer trabajador”, mucho antes de que un conocido demagogo lo imitara. No se enfrentó al peronismo en nombre del privilegio sino en nombre de los verdaderos intereses populares. Nunca discutió las bondades de las conquistas laborales, por el contrario las defendió incluso confrontando con algunos de sus correligionarios.

Como los viejos políticos criollos concebía la actividad pública como un servicio.

Por su compromiso con la causa radical padeció persecuciones, cárceles y exilios.

Nunca nadie lo oyó quejarse por su destino. Afrontó el cautiverio y el peligro con la misma entereza con que asumió las grandes responsabilidades públicas. En ese punto fue un hombre de una pieza. Integro en las buenas y en las malas.

Su austeridad republicana fue proverbial. Su casa era modesta como modesto era su estilo de vida. Por Villa María desfilaban las grandes figuras de la política nacional. El recibía a sus correligionarios en bata o con su sencilla chaqueta de médico. Su estilo era una fiesta para caricaturistas y humoristas.

Se hablaba con cariño y a veces con desprecio del “Tano” de Villa María. Se decía que para visitarlo había que atravesar la cortina de peperina. Se fantaseaba acerca de la penumbra de los cuartos de su casa, de sus conversaciones secretas con el espíritu de Yrigoyen.

Muy de vez en cuando salía a caminar por la ciudad. A nadie le negaba el saludo o la palabra. Los vecinos lo veían a la tarde regando las plantas del pequeño jardín. A veces se sentaba en un sillón en la vereda a leer los diarios o a tomar mate.

Ese hombre algo robusto, de rasgos nobles y frente despejada había sido el gobernador de la provincia de Córdoba entre 1936 y 1940. Para la mayoría de los historiadores el gobernador más importante del siglo y una de las figuras más importantes de la política nacional de su tiempo.

Sus anécdotas como gobernador honrado son proverbiales. Se levantaba a las cinco de la mañana y recorría las oficinas públicas. Cuando una vez encontró a un pariente suyo ocupando un cargo de planta le exigió que presente la renuncia. “Mientras yo sea gobernador no puede haber dos Sabattini viviendo del presupuesto”. ¡Qué lección para los gobernantes actuales! Almorzaba y cenaba como un monje. Un plato de sopa, dos papas hervidas y un café sin azúcar. El precio: sesenta centavos. “Es lo que puedo permitirme -decía- soy un médico de campaña”.

Cuando concluyó su mandato no se le ocurrió reformar la Constitución para reelegirse. Entregó el gobierno a su sucesor y se volvió a su casa. Le ofrecieron ocupar cargos legislativos pero los rechazó. Prefería predicar desde el llano. No era un ingenuo. Renunciaba a los honores, al boato, pero no a la política.

Mientras vivió la UCR controló a la UCR de Córdoba y sus estrategias se proyectaron al orden nacional. Sus seguidores estuvieron a la altura de sus enseñanzas. Se llamaban Santiago del Castillo, Medina Allende, Arturo Illía. “ Por sus frutos lo conoceréis”, dice el Evangelio.

Políticos y grupos de poder intentaron seducirlo. Lo tentaron con cargos, prebendas, honores, incluso la vicepresidencia de la Nación. Fracasaron en toda la línea. “Soy tan humilde que no tengo precio”, les decía a sus correligionarios. No exageraba ni mentía. Amadeo Sabattini era incorruptible.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Manifiesto de la Revolución Radical del 4 de febrero de 1905


LA UNION CIVICA RADICAL AL PUEBLO DE LA REPUBLICA

Ante la evidencia de una insólita regresión que, después de 25 años de transgresiones a todas las instituciones morales, políticas y administrativas, amenaza retardar indefinidamente el restablecimiento de la vida nacional; ante la ineficacia comprobada de la labor cívica electoral, porque la lucha es la opinión contra gobiernos rebeldes alzados sobre las leyes y respetos públicos; y cuando no hay en la visión nacional ninguna esperanza de reacción espontánea, ni posibilidad de alcanzar normalmente, es sagrado deber de patriotismo ejercitar el supremo
recurso de la protesta armada a que han acudido casi todos los pueblos del mundo en el continuo batallar por la reparación de sus males y el respeto de sus derechos.

Sustanciar aquí las causas que determinan esta suprema resolución; sería suponer que la Nación no está compenetrada de ellas.

Son tan profundas que, si no han tronchado su porvenir, han malogrado al menos su
vitalidad en uno de los períodos de mayor actividad y de más franca expansión.

La moral y el carácter, esos atributos con que Dios ha iluminado el Universo, revelando al hombre que sobre su frente lleva un rayo de divinidad, parece que no inspiran ni fortifican el espíritu de la Nación, cuando los gobernantes pueden inferirle los agravios que es penoso constatar una vez más, al reproducir el esfuerzo reivindicatorio.

Difamada la República en todos los centros del mundo, el descrédito seguirá latente y
pasará a los anales de su vida, sin que sea dado precisar cuánto daño le habría ocasionado, ni cuando retornará a la plena seguridad de su prestigio.

Agotada y perturbada durante el mejor desarrollo de sus energías, ya no recuperará la vida perdida, cualquiera que sea el acrecentamiento futuro. Desmoronado íntegramente su organismo político, será obra premiosa del concurso y de la solidaridad nacional, levantarlo en todo su imperio, renovando e inculcando la enseñanza de sus principios y acentuándolo en los hechos por su recta aplicación y funcionamiento.

Es esta una severa lección para no consentir las desviaciones de los gobiernos, dejándolas impunes, porque se hacen irreparables y asumen el carácter de responsabilidades colectivas, infiriendo a la sociedad males que no debió sufrir o privándola de beneficios que debió alcanzar.

Todo ha sido conculcado desde su cimiento hasta su más alta garantía. El sufragio,
condición indispensable de la representación electiva, ha sido falseado primeramente y simulando por fin, con intermitencias de sangrientas imposiciones.

La vida comunal, la más directa demostración de las libertades públicas, la primera escuela político-social, y una de las bases de nuestra organización, ha sido sucesiva e implacablemente menoscabada en su prestigio y en su eficiencia, hasta quedar suprimida, aún en esta Capital, centro de gloriosas conquistas humanas por ley fundada en la agraviante ironía de su notoria incapacidad de practicarla.

Mediante un sistema de punibles irregularidades, las provincias han sido convertidas en meras dependencias administrativas. Los gobernadores invisten y ejercen la suma de los poderes, y a su vez se prosterna ante el Presidente de la República, quien por el hecho de serlo, adquiere prepotencia tan absoluta que todos, hasta el Congreso y las legislaturas, se someten incondicionalmente a su voluntad para afianzarse en el cargo que detentan, retomarlo si lo han perdido o conseguirlo si lo aspiran.

Las constituciones, para cuya revisión las sociedades bien dirigidas buscan las horas
tranquilas y concurrentes de la opinión, has sido rehechas y deshechas al arbitrio de los gobernantes, no para ampliar los derechos o darles más garantías, sino para restringirlos o falsearlos, arrogándose mayores poderes y extendiendo sin necesidad el enorme personal administrativo. En cambio, no se han cumplido muchos de los más fecundos preceptos que ellas consagran, como medios conducentes y eficaces para la mejor legislación y el bienestar de los pueblos.

La verdad y la eficacia de la doctrina que tiene por base el gobierno del pueblo por el pueblo, reside en el grado de libertad con que la función electiva se realiza.

Sin ésta no hay mandato sino usurpación audaz, y no existe vínculo le al alguno entre la autoridad y el pueblo que protesta. Las demás instituciones que se fundan en el hecho de esa representación y están destinadas a recibir su calor, quedan anuladas y mutiladas en su verdad y energía.

Desde la justicia y la Instrucciones, tan primordiales como fundamentales, hasta el ejército y las finanzas, todos los centros y ramas del gobierno están en el caos, acusando descensos moral, incompetencia y abandono de los más importantes intereses de la Patria. Las cátedras, las magistraturas, la dirección de los institutos científicos, la jefatura de las reparticiones y, en una palabra, todos los cargos públicos, se conceden a los cortesanos con prescindencia de integridad y de ilustración. La labor administrativa se traduce en obra inorgánico y destructora,
en la contradicción permanente de las iniciativas m opuestas, mientras quedan sin solucionarse los grandes problemas del bienestar nacional.

En el derroche irresponsable y sin contralor, se ha disipado la riqueza del país con la cual estaríamos en condiciones de abordar con éxito, la ejecución de las obras públicas que la civilización impone. Gravita sobre el país, comprometiendo su presente, el peso de una deuda enorme, de inversión casi desconocida, que pasará a las generaciones futuras como herencia de una época de desorden y de corrupción administrativa. El presupuesto es ley de expoliación para el contribuyente, de aniquilamiento para la industrias, de traba para el comercio y de despilfarro para el gobierno. El pueblo ignora el destino real de las sumas arrancadas a su
riqueza, en la forma de impuestos exorbitantes, porque el Congreso no cumple el deber de examinar las cuentas de la Administración, para hacer efectivas las responsabilidades emergentes de los gastos ilegales y de la malversación de los dineros públicos.

La población permanece casi estacionaria, siendo evidente que cuando menos, debiéramos constituir un Estado diez veces millonario, fuerte y laborioso, con personalidad respetada en el mundo trabajando en paz y libertad la grandeza de la Patria.

Tan absolutas son las absorciones del poder, que no existen leyes ni garantías seguras; y tan profunda es la depresión del carácter, que, dentro del régimen, no hay conciencia que resista, ni deber que no se abdique ante la voluntad del presidente o del gobernador.

El predominio de esa política egoísta y utilitaria, que mantiene sistemáticamente clausurado el camino de las actuaciones dignas, ha esterilizado las mejores fuerzas del carácter y de la inteligencia argentinas. Han sucumbido, las unas, en el esfuerzo de la lucha activa, en la protesta contra el régimen; se han rendido, otras, víctimas del descreimiento o falta de valor cívico, y se extinguen las más en el ostracismo de la vida pública, impedidas de prestar a la Nación el servicio de su patriotismo y de sus luces.

Hemos pasado por las más, graves inquietudes internacionales, que debiendo ser un
accidente, han sido una preocupación de años para concluir desprestigiándonos en Sud
América, y modificando la historia y la carta geográfica argentina.

La personalidad moral de la Nación, ha sido reducida. Debíamos haber asumido ya una
significación doblemente importante en el escenario del mundo y estamos aún confundidos entre las Repúblicas subalternas e inorgánicas de América, expuestos a sufrir las consecuencias de las sociedades que por no desenvolverse paralelamente al deber y al progreso, se ven forzadas a buscar su regeneración en la crisis de dolorosas conmociones.

La inmoralidad trasciende del conjunto de la obra administrativa, y contadas serían las reparticiones públicas que, ante un rápido examen, pondrían al descubierto irregularidades de las más impúdicas. ¡Que sería si se practicara una investigación severa con ánimo de hacer justicia!

Todo esto es la obra de un régimen funesto que pesa ignominiosamente sobre la país, que domina el gobierno de las provincias y tiene a la cabeza al Presidente de la República, que, siendo el más alto representante de su voluntad, es también su omnipotencia salvadora. Por eso ha resistido hasta ahora los reiterados esfuerzos de la opinión.

Ante su predominio, todos los preceptos morales han sido escarnecidos, se han rendido los hombres y han claudicado los partidos. No ha quedado una frente prominente, una corporación austera, un centro altivo de enseñanza donde el espíritu público pueda acudir a recibir una sana idea o una justa inspiración.

No ha podido surgir en la República, un núcleo de hombres de Estado, representativos y caracterizados, tales como los que tuvo hasta que se inició la descomposición, porque, impedido el digno ejercicio de la vida pública, se ha hecho imposible que se formen con las virtudes, la autoridad y la experiencia que deben tener para constituir una garantía y una fuerza social.

Los partidos políticos son meras agrupaciones transitorias, sin consistencia en la opinión, sin principios ni propósitos de gobierno. Desprendidos los unos del régimen que domina al país, procedentes los otros de defecciones a la causa de su reparación, el anhelo común es la posesión de los puestos públicos. El tono de su propaganda se ajusta a la posibilidad de obtenerlos, a las promesas hechas o a las esperanzas desvanecidas, incurriendo en la incongruencia de las críticas y de los aplausos en la confusión de la protesta y de la alabanza por los mismos actos, y hacia los mismos hombres en igualdad de situaciones y procedimientos. La oposición pierde así sus condiciones esenciales para el bien público, se convierte en escuela perniciosa y perturbadora y en un exponente de la depresión general.

Se han anticipado los vicios y complicaciones de las sociedades viejas; la clase obrera desatendida hasta en las más justas peticiones, forma con su reclamos un elemento de perturbación económica y genera graves problemas, que el gobierno ha debido prever y resolver oportunamente; en el orden intelectual, se comprueba la ausencia de hombre de ciencia, jurisconsultos, oradores, y si existen, es para extinguirse en silencio, faltos de escenario y de estímulos; se han subvertido, en fin los conceptos de honor nacional, de dignidad personal, de cuanto hay de grande y de noble en las sociedades que conservan el culto por los ideales que ensanchan los horizontes de la existencia. En un ocaso, en el que cada día, la regeneración moral retrocede y se aleja.

Tal es, en conjunto, la intensidad del desastre, sin analizar sus múltiples subversiones. Es una vorágine, que ha llevado por delante todo lo que no ha tenido energías bastante para resistirla, causando estragos tan grandes, que el pensamiento no puede precisarlos y definirlos, aunque los abarque en la realidad de lo que está a su alcance.

Vivificados en todo el territorio por la fecundidad de una naturaleza exuberante en las distintas producciones del mundo; procedente de una cuna que nos enorgullecerá siempre, emancipados al empuje de los más heroicos sacrificios, generaciones sucesivas de eminentes ciudadanos, en medio de las angustias y de los esplendores de la lucha por la independencia y la organización, establecieron para presidir la sociedad argentina los adelantos de la civilización moderna y los principios más avanzados de gobierno.

Bastará recordar esos antecedentes, fijar el pensamiento en la razón que nos señala
predestinados a ser el centro de poderosos agrupaciones humanas, y acaso el punto de partida de la renovación del mundo; bastará dirigir la vista hacia esa alta cumbre del pasado glorioso, volverla hacia esa otra cima de los grandes destinos del porvenir, y luego mirarnos en el llano en diminuta proporción, habiendo perdido autoridad moral y gran parte de riqueza, en el desenfreno de la orgía gubernativa; bastará eso para reconocer con amargura, que en la primera centuria de vida independiente hemos fracasado ante nuestra propia conciencia, ante la historia y ante el mundo entero, defraudando el voto y las inspiraciones de los que nos dieron
patria.

Ante la magnitud de este crimen, de esta fatalidad sin reparo, consumado en la época del trabajo, de la independencia, y de las múltiples conquistas del espíritu humano, cuando hombres y capitales afluían de todas partes a poblar y fecundar el país, sus causantes son más que reos de lesa patria, son todo y no son nada, porque en presencia de la enormidad del agravio, sus responsabilidades son un sarcasmo, sus protestas de regeneración, una blasfemia, y el progreso de que blasonan, una iniquidad.

El régimen ha subsistido, consolidándose al amparo de la política del acuerdo, que fue una defección a terminantes promesas reaccionarias y malogró la reivindicación a punto ya de conseguirse traicionando deberes patrióticos, en cambio de posiciones oficiales.

Nunca, pensamiento más pernicioso penetró en causa más santa; disgregó las fuerzas de
la Unión Cívica, llevó a los unos a solidarizarse y coparticipar en la obra oprobiosa del pasado, e impuso a los otros, el deber de la actitud inquebrantable y digna, en que hasta el presente se mantienen, defendiendo la integridad de la causa.
Esa política, al dar patente de indemnidad a los grandes culpables, ha aumentado los males y los agravios que en 1890 provocaron la protesta del país, atacado en su honor, en sus instituciones y en el libre desenvolvimiento de sus riquezas. A todos los que entonces existieron, y que subsistiendo se han hecho más intensos, deben agregarse hoy, los que ella ha causado y los procedentes de la desaparición prematura de tantos ciudadanos austeros, que sirvieron con entereza la causa de la reparación nacional, que hoy serían la mejor esperanza de la República y un baluarte contra la corrupción que avanza.

La República ha tolerado silenciosa estos excesos,en horas de incertidumbre, ante el
peligro de complicaciones internacionales, llevando la abnegación hasta el sacrificio, en homenaje a su solidaridad y con la esperanza de ver cumplida la promesa tantas veces reiterada, de una reacción espontánea, que eliminara la necesidad de una nueva conmoción revolucionaria. En el estado actual no es posible abrigar esa esperanza, sin incurrir en una error irreflexivo. El Congreso y las instituciones provinciales son las mismas. La Presidencia no ha mejorado sus títulos por el hecho de haber asumido el mando y, solidarizada, moral y materialmente con el régimen que la ha consagrado, carece de autoridad para iniciar la reacción y de medios para realizarla.

El carácter de funcionario público, representativo, no se adquiere por los programa que se formulan, sino por la legalidad integral del mandato que se inviste. Osado sería quien se presentara contrario a los anhelos, intereses y sentimientos colectivos, y total inexperiencia revelaría, si no se refiriera ellos cuando siente llegar hasta la altura de la posición usurpada, el eco de la protesta pública. En tan vanas y falaces promesas, constantemente expresadas y jamás cumplida sólo pueden creer los que, deliberadamente quieran cohonestar con ellas o los que n consideran las cosas en su realidad y esencia. De los efectos no deben esperarse sino
las consecuencias de las causas de que emergen; y es funesto error, anatematizar el delito en su elaboración, y luego de consumado, acordarle sanción legal y aun justificarlo, atribuyéndole virtudes y energías benéficas.

La República no podrá olvidar que los ciudadanos que hoy dirigen sus destinos, son los mismos que, en 1893 avasallaron las cuatro provincias que habían reasumido su autonomía, ahogaron sus libertades, próximas ya a alcanzar su dominio, encarcelaron y desterraron a los más distinguidos ciudadanos del país, con lujo odioso de arbitrariedad y de vejámenes.

Connaturalizados con el teatro en que han desenvuelto, no es posible esperar de ellos, severos conceptos morales y altas inspiraciones cívicas. No se efectúan en el espíritu humano cambios tan radicales, que permitan pasar del escepticismo, del descreimiento y de la corrupción política en que se ha vivido, a una acción reparadora, destinada, precisamente, a destruir el sistema de que se ha sido instrumento o servidor. La hipótesis que pueda hacerse en esa forma y por esos medios, supondría la relajación y la rendición de las fuerzas morales de la
República. Pregonarlo, no es sino estimular una lucha de veleidades y de tendencias
personales, encaminada a dar preponderancia, dentro del régimen, a los que suben sobre los que bajan. Esta lucha de predominios es el drama eterno de la vida de las sociedades, pero, arriba de ella, están los intereses de la República que debe hacer efectivas las responsabilidades con una concepción absoluta de justicia.

Entre el último día del oprobio y el primero del digno despertar, debe de haber una solución de continuidad, una claridad radiante, que lo anuncie al mundo y lo fije eternamente en la historia. Esperar la regeneración del país de los mismos que lo han corrompido; pensar que tan magna tarea pueda ser la obra de los gobiernos actuales de la República y de la Presidencia surgida de su seno, sería sellar ante la historia y sancionar ante el mundo, 25 años de vergüenza con una infamación, haciendo del delito un factor reparador, el medio único de redimir el presente y salvar el futuro de la Nación.

Esta tarea requiere escenario y factores nuevos, porque las acciones humanas realizadas en un medio extraño a sus móviles, resultan inocuas o contraproducentes; exige una gran cohesión moral, un sólido vínculo de civismo, el concurso de la voluntad nacional, y reclama un ambiente de justicia y de independencia de espíritu en el cual puedan desenvolverse, ampliamente, todas las capacidades, y bajo cuya influencia, hasta que sean posibles las reacciones de los hombres, por la modificación de las ideas y de los procedimientos.

Los primeros actos del nuevo gobierno evidencian la exactitud de estos juicios: el Congreso se ha clausurado, sumisamente, con injuria a las instituciones y grave daño para importantes intereses, sancionando sin estudio, un presupuesto enorme, porque así lo impuso la política presidencial, realizando un acto sin precedentes que habría sido bastante en una situación regular, para causar la crisis del Ejecutivo. Los gastos fuera de ley, forman como antes, un presupuesto extraordinario que nadie vota ni controla; los cargos públicos, se adjudican en premio de servicios electorales, sin espíritu de justicia; y las concesiones y dádivas continúan
incorporadas a las prácticas administrativas. En el orden político se asiste exactamente a la reproducción de los procederes del pasado, y como obra de gobierno a la onerosa destrucción de lo existente sin beneficio alguno.

La Unión Cívica Radical, que es fuerza representativa de ideales y de aspiraciones
colectivas; que combate un régimen y no hombres, no puede, pues declinar de su propósito ni arriar su bandera. Cumple las decisiones de sus autoridades directivas y responde a las exhortaciones de todos sus centros de opinión. Va a la protesta armada venciendo las naturales vacilaciones que han trabajado el espíritu de sus miembros, porque contrista e indigna, sin duda, el hecho de que un pueblo, vejado en sus más caros atributos e intensamente lesionado en su vitalidad, tenga aún que derramar su sangre para conseguir su justa y legítima reparación. Pero el sacrificio ha sido prometido a la Nación: lo reclaman su honor y su grandeza, y lo obligan la temeraria persistencia del régimen y la amenaza de su agravación. Se efectúa sin prevenciones personales, inconcebibles dentro del carácter del movimiento, y extraños a la índole moral de los que lo dirigen, con derecho a sustraerse a
estas agitaciones, escudados en el antecedente de una larga y fatigosa labor cívica.
La revolución la realiza únicamente la Unión Cívica Radical, porque así lo marca su
integridad y lo exige la homogeneidad de la acción; pero es por la patria y para la patria. Ese es el sentimiento que la inspira y esa es la consigna que lleva cada uno de sus soldados. En ese concepto, solicita el concurso de cuantos quieran contribuir, con su esfuerzo a la obra de la reparación. Los principios y la bandera del movimiento son los del Parque, mantenidos inmaculados, por la Unión Cívica Radical, la que bajo sus auspicios, promete a la República su rápida reorganización, en libre contienda de opinión ampliamente garantizada, a fin de que sean investidos con los cargos públicos, los ciudadanos que la soberanía nacional designe, sean quienes fueren. Los únicos que no podrán serlo, en ningún caso, son los directores del movimiento, porque así lo imponen la rectitud de sus propósitos y la austeridad de su enseñanza.

La importancia de los elementos acumulados permite abrigar la esperanza de que la prueba será lo menos sensible. La Unión Cívica Radical rechaza, en absoluto, todo daño anterior y posterior; no aceptando sino el indispensable en el momento de la acción, y eso, como deber imperioso y como el sacrificio más grande que pueda hacerse por la tierra en que se ha nacido.

Lo afrontamos, íntimamente poseídos de que asistimos a la fecunda obra de reparación de la República, en toda su plenitud para encaminarse por los senderos permanentes de su grandiosos destinos.

Hipólito Yrigoyen
Presidente Honorario.

lunes, 18 de enero de 2010

Don Arturo


Hace 27 años fallecía Arturo Illia, aquél médico de ferrocarril que llegó a ser Presidente de los argentinos.

Don Arturo, el médico de los pobres como le decían en Cruz del Eje, fue por sobre todas las cosas un gran argentino.

El Dr. Illia no fue comprendido en el período que le tocó dirigir los destinos de la Nación, no obstante el paso del tiempo permitió valorar positivamente su gestión de gobierno y erigirlo en el ciudadano más respetado por el pueblo argentino.

El perfil político de Arturo Illia se caracterizó básicamente por su consecuencia inclaudicable hacia el proyecto de Nación que impulsó su partido la Unión Cívica Radical, pero también por su respeto a las leyes, su austeridad, su sentido común, su moral intachable y su honestidad intelectual.

A lo largo de su trayectoria política Illia fue Senador Provincial en 1936, Vice Gobernador de la provincia de Córdoba en 1940, Diputado Nacional en 1948, Gobernador electo en 1962 y Presidente de la Nación en 1963.

Las reiteradas crisis políticas por las que atraviesa nuestro país son generadoras de una crítica generalizada a la actividad política y también de una demanda de ejemplaridad en la conducta de la dirigencia política.

Es cierto que con conductas ejemplares solamente no alcanza, hace falta también mejorar la perfomance de nuestros dirigentes para que las instituciones alcancen niveles de credibilidad que las acerquen más a los ciudadanos, por ello es oportuno el homenaje al Dr. Arturo Illia, quien haciendo lo que debía supo ganarse el reconocimiento de la sociedad argentina.

Publicado en: http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2010/1/edicion_453/contenidos/noticia_5096.html