¿Conspiración cívico - militar o revolución del pueblo?
por Agustina Prieto (C.I.U.N.R.)
El 4 de febrero del año
1905, estallaron en varias ciudades argentinas movimientos armados organizados
por la Unión Cívica Radical. Tenían como objetivo provocar el derrumbe del
régimen político vigente, acusado de hacer del menoscabo de las instituciones
republicanas una práctica sistemática de
gobierno. Comprobada la ineficacia de la labor cívica electoral, advertía
el Manifiesto Revolucionario dado a conocer
por los radicales, “y cuando no hay en la visión nacional ninguna esperanza de reacción
espontánea, ni posibilidad de alcanzarla normalmente es sagrado deber del patriotismo
ejercer el supremo recurso de la protesta armada”. (1)
La llamada “Revolución
Radical” fue rápidamente desbaratada,
dejando un saldo importante de muertos,
heridos, detenidos y deportados. En Buenos Aires, los revolucionarios
suspendieron la acción a pocas horas del estallido, justificando la decisión en
la certeza de que una delación había puesto en alerta al gobierno. En Rosario,
tras una violenta jornada de lucha en las afueras del casco urbano, los líderes
del movimiento evaluaron que la decisión
de Buenos Aires sellaba la suerte de la protesta
armada y dieron por finalizada la contienda. La declaración del estado de sitio
y la censura sobre la prensa facilitaron la acción represiva del Estado sobre
el conjunto de los focos insurreccionales, entre los que se contaban las
ciudades de Mendoza y Bahía Blanca y algunas localidades de la provincia de
Buenos Aires. En Córdoba, escenario de las acciones más prolongadas y
espectaculares, el movimiento fue derrotado militarmente.
Las interpretaciones
políticas e historiográficas de los sucesos de febrero de 1905 destacan las
implicancias que tuvo el fracaso de la acción insurreccional sobre la estrategia
partidaria de la Unión Cívica Radical: la fallida experiencia armada inclinó la balanza a favor de la vía
eleccionaria. Señalan también que la
forma y la dimensión de la protesta agudizaron las inquietudes de los sectores
reformistas del régimen conservador, acelerando el proceso que llevará a la
reforma electoral de 1912.
El Manifiesto
Revolucionario y las memorias que
dejaron algunos de sus protagonistas
señalan que la operación fue concebida como una conspiración
cívicomilitar, esto es, como un golpe de fuerza realizado en forma simultánea
en varias ciudades por grupos de conjurados integrados por cuadros y militantes
partidarios y por oficiales y soldados del Ejército. Pero el gobierno, la
prensa y la literatura política de la época hicieron referencia a la
participación del movimiento obrero, cuestión que generó debates y
controversias, especialmente en lo atinente al establecimiento de algún tipo de
vinculación entre el anarquismo y la Unión Cívica Radical.
El registro documental de los hechos indica que las organizaciones
libertarias no participaron de la
protesta armada de febrero de 1905. Pero
los testimonios de los anarquistas Alberto Ghiraldo y Eduardo Gilimón y algunas investigaciones
recientes, como las de Ricardo Falcón y Alejandra Monserrat, advierten que, al
menos en Rosario, un sector del radicalismo procuró sumarlas al movimiento (2).
Otros autores encuentran algún tipo de lazo entre los sucesos del año cinco y el apoyo brindado a la fórmula radical
por electores de extracción obrera en las elecciones gubernamentales realizadas
en la provincia de Santa Fe en 1912. (3)
Las interpretaciones sobre
el tema se han interesado
preferentemente por la actitud del
anarquismo ante el levantamiento armado, soslayando, con excepciones como
las de Falcón y Monserrat, el papel desempeñado por el radicalismo. Las páginas
que siguen analizan los fundamentos y las características materiales de la
operación de acercamiento al movimiento obrero llevada a cabo por una parte del
partido radical de Rosario.
ROSARIO: LA REVOLUCIÓN EN MARCHA
En octubre de 1903 la
Unión Cívica Radical Intransigente anunció públicamente la reorganización
nacional de las filas partidarias. El
Comité Nacional, presidido por Pedro C. Molina, fundamentó la propuesta en la
voluntad de sacar al movimiento del letargo en el que había quedado sumido
desde la muerte de Leandro N. Alem. Liderada por Hipólito Yrigoyen, la
intransigencia radical tomó, paralelamente, una decisión a la que no se dio
trascendencia pública: la preparación de un movimiento insurreccional.
En la ciudad de Rosario,
la puesta en acto de la doble estrategia definida por el sector intransigente
quedó en manos de un pequeño grupo de afiliados entre los que se destacarán
especialmente Deolindo Muñoz, editor del diario El Municipio, y el médico Ricardo Caballero.
Deolindo Muñoz y El Municipio
El diario El Municipio fue
fundado por Deolindo Muñoz en 1887 y dejó de salir tras su muerte, en 1911. La
trayectoria de este periódico coincide con una de las etapas de mayor expansión
demográfica y económica de la ciudad de Rosario. Entre una y otra fecha Rosario
cuadriplicó su población debido, fundamentalmente, a la llegada de grandes
contingentes de inmigrantes extranjeros y de nativos de otras provincias que se
sintieron atraídos por la posibilidad de iniciar una actividad empresarial,
instalarse por cuenta propia o emplearse en el puerto, en el ferrocarril, en alguna de las pocas pero modernas
fábricas o en los numerosos talleres de diverso tipo y tamaño que funcionaban en
la ciudad. (4).
Los años de El Municipio fueron también los del tránsito
de la política de notables a la democracia de masas, consagrada por la reforma
electoral de 1912. El diario de Deolindo Muñoz, protagonista destacado de la
escena social y política rosarina, ofrece un testimonio valioso de ambos procesos. Oficial de la Guardia Nacional
en su juventud y figura conspicua de la facciosa arena política de los ochenta,
ejerció brevemente el cargo de Jefe Político de la ciudad de Rosario y más
tarde el de Ministro de Gobierno, Justicia y Culto de la provincia de Santa Fe.
A principios de los noventa se sumó a las filas de la Unión Cívica Radical intransigente autoproclamándose,
tras el suicidio de Leandro N. Alem, custodio de su memoria y de su legado
político.
La aparición de El Municipio
modificó sensiblemente el panorama periodístico de la ciudad. Los primeros
diarios locales, creados a fines de la década de 1850, eran típicos exponentes
de la prensa facciosa de mediados del XIX que no sobrevivieron a la campaña
política o empresarial que había motivado su creación, con la excepción de La Capital.
Este diario, creado en 1867 por Ovidio Lagos, se convertirá en el diario más importante
de la ciudad, adquiriendo en forma relativamente temprana características propias
de la llamada prensa moderna. Muñoz pudo disputar ese lugar diseñando un diario con aspectos
modernizantes visibles en la amplitud del espectro informativo y el financiamiento
a través de avisos y la venta de ejemplares pero impregnado de un fuerte personalismo.
En el tratamiento de la información prevaleció la búsqueda del impacto y una
retórica de la denuncia generosa en
frases apocalípticas,
características que le valieron popularidad y lectores pero también los
ataques, la descalificación y la sorna de sus adversarios políticos y de sus
competidores periodísticos.
El Municipio fue definido,
a instancias del propio Muñoz, como un “diario radical” o “radical
intransigente”, caracterizaciones que
deben ser entendidas atendiendo a los avatares de la historia partidaria, esto
es, a la existencia de fuertes tensiones internas y la alternancia entre
períodos de gran actividad (1891-1898 / 1903-1912) y etapas de cuasi parálisis, como la que se
extiende entre 1898 y 1903 (5). Apoyó de manera decidida el movimiento
insurreccional radical de 1893 y a Leandro N. Alem, figura protagónica de las
notas ocasionalmente dedicadas al radicalismo en la etapa del letargo
partidario.
También fue definido por
su propietario, desde principios de los noventa, como un diario “protector del
obrero” y de “las clases trabajadoras”. En las notas dedicadas a los problemas
del mundo del trabajo o a la “cuestión social”, Muñoz postulaba que las huelgas
se justificaban en la “vieja Europa” dominada por el hambre y la falta de trabajo
pero
no tenían asidero en los países jóvenes como la Argentina, donde su existencia
sólo se explicaban como efecto de la acción de “agentes perniciosos” inspirados
en el socialismo y en el comunismo anárquico. En este punto, a no ser por la
recurrencia a una retórica paternalista antes que obrerista, Muñoz, un hombre
de ideas sociales más bien conservadoras, no se diferenciaba de las
concepciones expresadas por el conjunto de las diversas voces de la elite
social y política rosarina, cuyo signo ideológico dominante era el del
liberalismo.
Entre octubre de 1901 y
diciembre de 1902 Rosario fue uno de los escenarios principales del ciclo de
huelgas que culminó con la promulgación de la Ley de Residencia, que
posibilitaba la expulsión de los extranjeros considerados peligrosos para el
mantenimiento del orden social. Las huelgas que se desarrollaron en Rosario tuvieron
un fuerte impacto social y político, en buena medida debido al hecho de que en octubre
de 1901 la policía mató a un huelguista, un hecho sin precedentes nacionales.
La notable presencia del
anarquismo entre las filas obreras motivó que los socialistas de Buenos Aires
caracterizaran a Rosario como la “Barcelona argentina”. (6).
En 1902, los reclamos de
los trabajadores portuarios dieron origen a una propuesta de mediación entre
partes diseñada por Juan Bialet Massé, abogado de la Cámara Sindical de la
Bolsa de Comercio de Rosario y asesor de
un sector de los estibadores. Este proyecto, finalmente rechazado por la
sociedad de resistencia de los estibadores anarquistas y por la mayoría de los empresarios, proponía a la propia Cámara
Sindical como instancia mediadora. El diario
La Capital fue su canal de expresión.
El Municipio, cuya prédica
de tintes vagamente redentoristas en favor de la justicia de los reclamos
laborales contrastaba, indefectiblemente, con las objeciones expresadas frente
a todas y cada una de las medidas de fuerza interpuestas por las sociedades
gremiales, cuestionó con extrema dureza la propuesta anarquista de una huelga
general. Denunció la acción de fuerzas perturbadoras y subversivas del orden entre
las clases trabajadoras y se manifestó, una vez más, en contra del principio
mismo de la huelga general.
Para el tratamiento del
conjunto de temas vinculados a la llamada “cuestión obrera”, ambos diarios le
otorgaron permanencia a sendas columnas dedicadas al mundo del trabajo,
tituladas indistintamente “Movimiento obrero” o “Sociedades”, que hasta entonces
solían aparecer en forma esporádica, carácter que recuperarían tras el fin del mencionado
ciclo de huelgas.
En octubre de 1903 la
prensa rosarina informó sobre la reorganización nacional y local de la
intransigencia radical. El diario La Capital, al tiempo que anunciaba su apoyo a la candidatura
presidencial de Manuel Quintana, expresará en diversas notas que el
relanzamiento del partido radical era un hecho preocupante, porque no debía descartarse
que entre los “intransigentes” anidara la idea de reeditar la “revolución de 1893”,
episodio cuyos hitos locales más destacados habían sido el elevado número de muertos
y heridos provocados por los enfrentamientos armados de la ciudad de Rosario, la
ocupación de la ciudad de Santa Fe por los revolucionarios y la intervención de
la provincia. Se atribuyó a Julio A. Roca haber dicho, en esos días, que en
Rosario “hasta las piedras” eran radicales.
Durante los meses de
octubre y noviembre de 1903 toda la atención de este diario, el más importante
de la ciudad, estuvo acaparada por la
próxima elección presidencial. El diario El Municipio, en cambio, realizó desde
el momento mismo del anuncio un seguimiento minucioso del tema.
En El Municipio, el anuncio de las novedades en el seno del
radicalismo coincidió con el nuevo impulso dado a la sección “Movimiento
obrero”, con información sobre el mundo del trabajo obtenida por el diario o
provista por las organizaciones obreras. Las notas de esta sección informarán
en detalle sobre actividades gremiales y sociales y estarán acompañadas, muchas
veces, por comentarios del siguiente tenor: “el esclavo del mostrador, ese
elemento joven y simpático, modelo de laboriosidad y subordinación, tiene
derecho, según nuestra manera de ver, de que se le conceda el descanso los días
domingos”. (7).
El diario, de formato
sábana, constaba entonces de cuatro páginas. La primera, dividida en nueve
columnas, contenía dos grandes secciones: “Telegramas”, dedicada a temas
internacionales, y “Temas diversos”, abocada a la situación nacional, a los problemas
locales y, desde octubre, a la cuestión obrera. Un folletín completaba la página.
La segunda continuaba el tratamiento de algunos temas iniciados en la primera y
sumaba dos secciones tituladas “Crónica Social” y “Municipales”. Incluía la publicación
de algunos avisos, que ocupaban la
totalidad de las páginas 3 y 4. No existen datos sobre el número de ejemplares
vendidos, pero el promedio de avisos (300) era similar al de La Capital, cuyo
tiraje tampoco ha podido ser establecido. El promedio de avisos de los otros
periódicos (La República, La Provincia, El Mensajero, El Día) era notoriamente
menor.
Desde mediados de octubre
la reorganización del radicalismo será el tema principal de la sección
destinada a temas nacionales y locales. Cada nota dedicada a la cuestión es
antecedida o seguida por notas sobre el gobierno de Julio A. Roca. Todas, sin
excepción, destacan con adjetivos grandilocuentes la inmoralidad y la
corrupción del gobierno.
El 28 de octubre, “Temas
diversos”, incluirá una nota titulada “Las clases obreras en las filas
radicales” en la que se define al “elemento obrero” como “el más decidido, el
más sano y el que más vale”, y se destaca el “entusiasmo que ha despertado entre
las clases obreras la reorganización del partido radical en esta ciudad. A los
clubs instalados concurren diariamente los hijos del trabajo a inscribirse en
los registros de afiliados”. (8).
Una semana más tarde, en
una nota titulada “El espíritu revolucionario en las clases trabajadoras” el
diario de Deolindo Muñoz postulará que la idea revolucionaria no palpitaba
únicamente en los cuarteles y en las
masas organizadas del radicalismo.
Latía también entre las
clases obreras que contemplaban al presidente, a los congresales y a los
gobernadores “entregados al lujo, en perpetuas orgías [...] (En ellas) el
espíritu revolucionario se ha impuesto como una necesidad, como un resto de
esperanza, como la última ratio de un pueblo deprimido, esclavo y hambriento” (9).
Días después, el título
“Las clases obreras en la lucha política” encabeza una nota donde se afirma que
“en la hora de la gran crisis argentina, que se acerca a pasos agigantados, las
clases trabajadoras, sin distinción de nacionalidad, contribuirán con el pueblo
y el ejército de la patria a consumar la obra redentora”. (10). Y en “Malestar
de la clase obrera. Hambre y miseria” se preguntará “de qué podrá acusarse a los hambrientos si
mañana en defensa propia buscan lo que se les niega por sendas legales [...]
Solamente podrá increpárseles el haber aguardado tanto” (11).
No obstante, Muñoz también
opinará que la policía tenía que “reprimir con mano firme” a “los agitadores”
de la sociedad de estibadores de la ciudad de Buenos Aires, integrada
mayoritariamente por extranjeros, porque esta exigía formar parte de la misma
para trabajar. (12).
Las primeras planas de los
días subsiguientes abundan en información sobre el estallido de un movimiento
revolucionario y sobre sus eventuales protagonistas. Los titulares son
expresivos: “La lucha presidencial en los comicios y en los cantones con la boleta
y con el maúser” o “La mina está cargada. No hay quien encienda la mecha”, donde
se afirma que sólo falta un caudillo. (13). O bien “La presidencia de Roca es
un desastre nacional que provoca una reacción violenta y un escarmiento
ejemplar” seguida por otra nota titulada “El espíritu revolucionario en las
clases trabajadoras”, donde se plantea que si es lógico y hasta de sentido común que el trabajador
aspire a la destrucción del régimen “no
ha de extrañar a nadie que en el día de la prueba una su esfuerzo al esfuerzo
del partido radical y del ejército para coadyuvar en beneficio propio a la
tarea redentora”. (14).
Siempre en esa
perspectiva, los títulos principales de la edición del 9 de diciembre son, en
este orden, “Lema radical ¡La victoria o la muerte!”; “El ejército de la Patria
no es el Ejército de Roca”; “La juventud argentina en los cantones y en las barricadas”;
“Agitación obrera. Pan libertad y trabajo”. Esta última enfatiza que el obrero
debe luchar, defenderse, buscar elementos de resistencia y de imposición. (15). Pero sin recurrir a la huelga general: “las
huelgas generales no son a nuestro juicio oportunas [...] la huelga parcial
permite recibir auxilios constantes y suficientes; la huelga general perjudica
tanto a los capitales comprometidos como a la clase trabajadora”. (16).
El 10 de enero, la Ley de
Residencia, merece el siguiente comentario: “A la ley marcial, por sorpresa,
que ha de suprimir todos los derechos, que ha de aherrojar todas las garantías
–reunión, protesta, libre pensamiento, seguridad individual, justicia- seguirán
las deportaciones por grupos y en cadena, sin otra causa que el capricho o la (
venganza, desnaturalizándose en provecho inicuo del poder, la ley de
residencia dictada
con fines de defensa de la libertad de trabajo”. (17).
El 21 de enero se publica
el “Manifiesto radical sobre abstención electoral” seguido por la nota “En la
solidaridad gremial está el triunfo de la causa obrera”. El 24, a la nota
titulada “El triunfo revolucionario del radicalismo intransigente” le sucede
“La huelga. Extremas resistencias” donde se postula que “unida, tiene la clase
obrera más poder que todos los poderes de la tierra” y se anuncia que a partir de febrero, La Protesta, “diario genuinamente defensor de
los intereses obreros”, tendrá frecuencia diaria (18). El último día del mes, a
“Horizontes nebulosos. Próxima tempestad”, donde se anuncia la proximidad de la
tormenta revolucionaria, le siguen “Desconfianza en el Ejército. Vigilancia y
espionaje en los cuarteles y en los campamentos” y de “El gran meetting de hoy.
Solidaridad obrera. Digna y noble actitud de los gremios de Rosario” La
cobertura del mencionado meetting ocupa
tres columnas e incluye dos fotografías, las primeras desde que en octubre
apareciera una nota ilustrada sobre un acto radical. El título destaca la
concurrencia de ocho mil manifestantes al acto de solidaridad con los
trabajadores portuarios de Buenos Aires, evento al que se califica de imponente,
destacando el “orden perfecto” de los manifestantes que al pasar por la puerta
del diario se detuvieron al grito de “Viva El Municipio! ¡Viva el defensor de
la clase obrera! ¡Viva el heraldo de la justicia!”. Le sigue una nota titulada
“Lo que el país espera del civismo argentino y del patriotismo militar”. La
página dos se inicia con la reproducción de una carta enviada por un militar
que postula que el ejército salvará a la patria, seguida de la columna sobre
movimiento obrero. (19). Al otro día, se asegura que la conspiración militar
estallará “prestigiada por la adhesión del pueblo”.
No eran estas las primeras
vivas dirigidas a Muñoz. El 8 de
diciembre se reproduce una carta firmada por “varias obreras” en agradecimiento
a la valiente actitud demostrada por Deolindo Muñoz en favor de la clase obrera
y una semana más tarde “varios jefes del Ejército” agradecen calurosamente las
simpatías del diario por la institución militar (20).
El 13 de febrero, el diario
advierte que la policía no actúa correctamente “colocándose (...) decididamente
a favor de los patrones (...) trate la policía de conservar. el orden y reprimir los desmanes que se
cometan pero no prive a la clase obrera de los derechos inalienables que la
constitución acuerda por igual a todos los ciudadanos sin distinguir la
condición de cada uno”. (21).
En los días que siguen
la atención informativa se centrará
preferentemente en dos grandes temas. Uno de ellos es la situación del radicalismo. En una nota se reproduce
la carta dirigida por varios jefes y oficiales del Ejército a Deolindo Muñoz, director
del “más importante órgano radical de la República”, en la que le expresan “gratitud
por la viril propaganda de su valiente
hoja en pro de la libertad del pueblo y de la dignidad del ejército”. (22). El
18, una nota anuncia que “...el radicalismo intransigente se ha organizado para
la lucha armada” mientras que en otra se postula que el pueblo debe rebelarse:
“la abstención equivaldría a mirar con
impasibilidad la vergüenza; la revolución
significará que este es un país donde se derrumban los despotismos”.
Al día siguiente, se juzga
que Hipólito Yrigoyen es “el ciudadano indicado para imprimir nuevos rumbos a
la política, para encarar la reacción,
para dignificar las instituciones militares y para devolver al pueblo
sus arrebatados derechos”. (23).
El otro tema es el de la
situación de los trabajadores de las recientemente fusionadas empresas
ferroviarias radicadas en la ciudad. La posibilidad de la realización de una
huelga contra las empresas “extranjeras” es juzgada positivamente: “... la confederación
ferrocarrilera está apoyada por la ley, por la razón y por la justicia” (24).
La mencionada confederación tiene un
principio que El Municipio encuentra digno de admiración: “cuando las
empresas remueven un confederado, la confederación en masa debe acudir en
defensa del sacrificado, haciendo
abandono del trabajo hasta que la víctima sea repuesta”. (25). “Movimiento
obrero” dedica gran espacio, además, a la conformación de nuevas de sociedades
de resistencia y a otros conflictos gremiales, en ciernes o declarados.
En la edición del 23 de
febrero, donde se informa sobre la inminencia de la huelga de los ferroviarios,
la nota titulada “La revolución triunfante en las calles y en los cuarteles”
menciona la existencia de “agitaciones visibles” en las filas del ejército y protestas
públicas de los ciudadanos y advierte que “un tiro, un grito, una excitación, cualquier
incidente, lo inesperado, lo imprevisto, lo más insignificante puede hacer estallar
la conjunción de fuerzas revolucionarias”.
En la página dos se
incluye una carta firmada por “un obrero” donde se relatan iniquidades varias
cometidas por el superintendente de las empresas fusionadas destacando, peyorativamente,
que se trata de un inglés. Y se
reproduce “La ley de Residencia. Argentinos deportados. Reclamaciones inútiles.
Complicidad de la prensa” una nota de Francisco Berri tomada del diario
anarquista La Protesta.
El 25, en la nota que
anuncia el inicio de la huelga ferroviaria se destaca que “la asamblea cerró el
acto dando vivas a El Municipio, a la
Confederación y a su presidente”. Al
otro día se informa que Muñoz fue vivado en dos ocasiones, en el acto de
partida de los conscriptos del Ejército y en el de los ferroviarios, al que
asistieron cuatro mil personas. Y se anuncia la puesta en marcha de una
suscripción organizada por El Municipio para socorrer a las familias de los
obreros en huelga, definida ésta como la “primera batalla, la batalla decisiva
que libra el obrero argentino contra la absorción
y la avaricia del capital avaro, es la
cruzada suprema, donde se juega el porvenir
de la clase trabajadora del país”. (26). La colecta, a juzgar por las listas de
adherentes, que algunos días treparon a cifras varias veces centenarias, fue un
éxito.
El 27, en pleno desarrollo
del conflicto y en atención a rumores sobre una huelga policial, se expresa que
el vigilante es un obrero a sueldo y que “... nadie está en mejores condiciones
que los agentes de policía para apreciar cuánta es la razón que asiste a los
obreros que se rebelan contra la explotación,
y con los cuales habrán de confraternizar cuando ellos, igualmente
explotados y tiranizados por el recargo del servicio y la mezquindad, adopten
el supremo recurso de defensa”. (27).
La edición del 1ro de
marzo dedica seis columnas a la huelga, desplazando a las habituales cuatro o
cinco notas concedidas diariamente a la situación de radicalismo y a la del
Ejército. La nota incluye una fotografía de la manifestación de los
ferroviarios del día de la víspera, tomada en el momento en que se detuvo
frente a El Municipio para escuchar un discurso de Deolindo Muñoz. La nota
destaca el orden y la cultura de los cuatro mil manifestantes, protagonistas de
un “grandioso espectáculo”.
El día 3 se reproduce el
“Manifiesto Radical” sobre el estado del país, que reafirma el principio de la
abstención electoral y la acción patriótica. Otra nota juzga favorablemente la
solidaridad manifestada por la socialista Unión General de Trabajadores a la
Confederación Ferrocarrilera, postulando la necesidad de que las centrales
obreras actúen en forma conjunta.
El 6, la huelga ocupa
nuevamente seis columnas. En una nota,
titulada “El triunfo de la causa obrera es una aspiración nacional”, tras
manifestar que “contra la ley, contra la soberanía nacional, contra el obrero, contra la prensa, contra el comercio, contra el
derecho, contra la justicia, contra a libertad están Loveday y el soberbio
Civit corrompido”, se postula que “una huelga general que lance a la calle
150.000 hombres azuzados por la indignación y la justicia no se detiene con un
ejército de línea (...) estos 150.000 hombres estarían apoyados por la
influencia de la prensa y serían dignificados por la gratitud de la Patria”. (28).
El 10, se opina que la “la
actitud de los huelguistas es digna, altiva y admirable (...) ¡Qué gigantes aparecen los oprimidos y que pigmeos
son los opresores!” (29). El 11 se publican, entre otras, una nota titulada “La
huelga general como recurso de extrema resistencia” finaliza con un llamado “¡A
la huelga general!”; una sobre arbitraje firmada por Enrico Malatesta, en la
que se afirma “que entre obreros y patrones lo que hay es guerra, y, como en
todas las guerras es cuestión de fuerza. Procuren los obreros ser los más
fuertes. Para vencer no hay otro remedio”; y una carta de un afiliado radical
que asegura que su libreta cívica “no será sellada para sancionar el régimen
subversivo institucional que impera en el país”.
El conflicto finalizó días
más tarde por decisión de los trabajadores. En su transcurso, El Municipio
expresó cambios conceptuales sustantivos que demarcarán los lineamientos
editoriales de los meses que mediarán hasta el 4 de febrero de 1905. La aceptación
del principio de la huelga general; la voluntad de “influenciar” a los obreros y
a sus organizaciones a través de la prensa;
el recurso a la retórica libertaria de la opresión; la reproducción de
notas de autores anarquistas, generalmente tomadas de La Protesta y la voluntad
de construir en torno a su persona una figura de referencia del radicalismo, de
los militares y de los obreros serán los signos más notorios de esos nuevos
lineamientos.
A modo ilustrativo, pueden
mencionarse una nota de octubre de 1904 en la que presagia, en referencia a la
declaración de una huelga general, que
”el momento solemne se acerca. La causa es justa y merece nuestro decidido
apoyo” (30). En otra, escrita a propósito de la represión policial que acabó
con la vida de cuatro obreros que participaban de un acto en la plaza Santa
Rosa de Rosario, se postulará que “El Municipio en la lucha entre el capital y
el trabajo hará causa común con los obreros y caerá o se levantará con ellos” (31).
Y dos semanas antes del levantamiento, se exhortará a las sociedades de
resistencia independientes a sumarse a la Federación Obrera Rosarina (32).
El cinco de febrero de
1905, vigentes ya el estado de sitio y la censura sobre la prensa, en una nota
titulada “Ecos de los sucesos” El Municipio
anuncia que en la ciudad de Buenos Aires la conducción del movimiento armado protagonizado por la Unión
Cívica Radical suspendió las acciones. La noticia, conocida entre los radicales
de Rosario por este medio, decide la suerte del levantamiento. No se hace
ninguna mención a la participación del movimiento obrero en las acciones. Pero
en “Telegramas”, una nota a tres columnas informa profusamente sobre la
situación de Rusia, convulsionada por el estallido de conflictos protagonizados
por las masas obreras (33).
La mesura informativa y la
austeridad de la prosa sugieren que El Municipio eligió evitar el riesgo de la
clausura impuesta sobre algunos diarios que violaron la censura, como El Censor,
de Rosario, y La Protesta, de Buenos Aires. La Capital, en cambio, seguramente
porque su posición contraria al movimiento radical la alejaba de toda sospecha,
ofreció un registro minucioso del desarrollo de los sucesos, sin hacer referencia
alguna a la participación de trabajadores o del movimiento obrero. Cuestionó, incluso,
la clausura de El Censor y la entrada en vigencia de una disposición del 14 de febrero,
firmada por el Jefe Político de la ciudad, por la que quedaba “absolutamente prohibido”
la publicación de noticias relativas a la actitud del vicepresidente; a la
crisis ministerial; a los procesos civiles o militares concernientes al
“movimiento pasado” y la detención de obreros peligrosos o anarquistas. Debido
a esto, el diario se veía obligado a
omitir informaciones “como las que veníamos dando” (34).
Ricardo Caballero
Ricardo Caballero, figura
de vasta trayectoria en el radicalismo (vicegobernador de la provincia de Santa
Fe en 1912, Jefe Político de la ciudad
de Rosario en 1928, legislador nacional en varias oportunidades), formó parte
del grupo que tuvo a su cargo la preparación del movimiento de febrero en
Rosario y zonas aledañas.
A lo largo de 1903 y 1904
ejerció la medicina y dictó conferencias para obreros sobre temas vinculados a
la higiene, una de ellas con Juan Bialet
Massé. Escribió, además, un breve texto sobre la llamada “masacre de la plaza
Santa Rosa” que tituló “Sangre proletaria”: “Sobre los adoquines de nuestras calles brilla otra vez, siniestramente,
la sangre proletaria (...) ¿No hay un grupo de hombres que hable al pueblo,
para aconsejarle que no se deje asesinar cobardemente? (...) ¡oh! pueblo de Rosario,
preparáos, porque ya está cercano. Si
por hoy es casi imposible la justicia como la soñamos, como la soñáis, pensad
que la venganza es también una de sus formas.” (35)
Al mismo tiempo, participó
de todas las actividades públicas y secretas del radicalismo, esto es, de la
reorganización de clubes y comités partidarios; de la redacción del Manifiesto
Radical sobre el estado de la nación del 1 de marzo de 1904 y de la
organización del levantamiento de febrero de 1905.
En 1906 redactó un
manifiesto donde fundamentaba los objetivos y las formas del movimiento de
febrero. La palabra Revolución, escribía este radical por entonces yrigoyenista,
condensa y anuncia los medios alternativos a la lucha comicial, viciada en su
esencia por “el régimen”. Habíamos pensado, apuntaba Caballero, en “una Revolución
hecha por el Pueblo. Sería hermoso el espectáculo (...) ¡Con cuánto entusiasmo
contemplaríamos a las muchedumbres argentinas, renovar en nuestra América los
heroísmos inmortales de esas jornadas del 93, del 48 y del 70!, muriendo los
combatientes ennegrecidos sobre las volcánicas barricadas, con las grandes y
hasta hoy mentidas palabras de Libertad, Igualdad y Fraternidad (...) Pero los
armamentos que los gobiernos poseen en el presente los ponen, por desgracia, a
cubierto de los asaltos desesperados de las multitudes. [...] Descartada la
acción revolucionaria exclusivamente popular por imposible (...) nos es
forzoso, pues, echar mano de un supremo recurso, el más temido por los
oligarcas, el que casi nos diera el triunfo en la noche del 4 de febrero de
1905: la conspiración civil y militar”(36).
Cuarenta y cinco años más
tarde, Caballero escribirá un libro titulado Yrigoyen, la conspiración civil y
militar del 4 de febrero de 1905. Con la publicación de este relato, dice,
buscaba probar que la revolución del 4 de febrero había contado con el apoyo de
los últimos sobrevivientes del federalismo y de sus descendientes y había estado
animada por sentimientos de solidaridad social (37). Se refería, concretamente,
a la participación, como soldados rasos, de estibadores y cocheros a quienes
menciona por su nombre, destacando su condición de nativos, la lealtad
demostrada hacia jefes y patrones, el apego a las tradiciones criollas y la
ulterior participación de varios de ellos en los centros nativistas creados
años más tarde por el propio Caballero como parte de su “campaña argentinista
de reivindicación histórica” (38).
Los anarquistas y la revolución de los radicales
Mil novecientos cuatro
marca un hito importante en la historia del movimiento obrero argentino. Los socialistas
de Buenos Aires lograron un escaño en el Parlamento Nacional. El anarquismo porteño amplió sensiblemente su masa de adherentes y multiplicó
el número de círculos y sociedades de
resistencia (39). La caracterización de Rosario como la “Barcelona argentina”
seguía vigente en 1904, en la medida en que el socialismo, contrariamente al
caso de Buenos Aires, tenía aún una presencia acotada mientras que el
anarquismo, tal como había observado Bialet Massé en 1902, dominaba claramente
“como único señor” entre las clases trabajadoras (40).
A fines de julio de ese
año, en el Cuarto Congreso de la Federación Obrera Argentina, se aprobó una
moción que indicaba que la Federación debía abstenerse de tomar parte en los
“conflictos políticos armados” hasta
tanto pudiera realizar “por su cuenta” un movimiento reivindicador que
devolviese a los trabajadores el usufructo íntegro de su libertad económica,
“base de toda libertad” (41). La delegación de San Fernando, la Federación
Local de Junín y la sociedad Obreros Unidos de Santa Fe votaron en contra de la
moción, porque consideraban que la
Federación debía aprovechar las revoluciones políticas para sus propios fines
progresistas en el orden económico y social (42).
El 5 de febrero, La
Protesta, publicó “Revolución antirrevolucionaria”, una nota escrita por su
director, Alberto Ghiraldo, en estos términos: “Algún diario habló de elementos
obreros que adherían o contribuían al presente movimiento. Inexacta es esta información.
El elemento obrero se aleja hoy y más cada día de esos simulacros sangrientos
que no rozan la superficie de la constitución social, y ellos, los valientes productores
están evolucionando en el sentido de la única revolución, la económica y por
ende social [...] no quiere decir esto que los elementos trabajadores no hayan
sido solicitados; antes bien, sí lo han sido e insistentemente, como también
han tratado de convencer a algunos buenos compañeros; pero todo ha sido inútil”
(43).
Ese mismo día fue detenido
junto a un número importante de
militantes anarquistas, acusados de complicidad con los revolucionarios
radicales. Varios de los detenidos fueron deportados por aplicación de la Ley
de Residencia. La Protesta fue clausura y allanada. A Ghiraldo se le dio la
opción de asilarse en Montevideo mientras rigiese el estado de sitio. Sus días como preso político y sus
reflexiones sobre el levantamiento radical quedaron registrados en una serie de
cartas y relatos que reunió en un libro titulado La tiranía del frac.
Ghiraldo reitera en estas
páginas los argumentos de la nota mencionada y de la moción aprobada sobre este
tema en el Cuarto Congreso de la FORA. Si se pretendió que los gremios obreros
cooperaran con el movimiento para darle “ambiente popular”, escribe, esta idea
debió ser abandonada “cuando sus directores se dieron cuenta de la verdadera
conciencia y orientación del proletariado
bonaerense” (44). Y atribuye la detención de anarquistas a la intención
de “aprovechar la bolada del estado de sitio para
desorganizar las sociedades obreras” y matar “un diario valiente” (45).
El anarquista
individualista Eduardo Gilimón, acérrimo adversario de Ghiraldo, definirá a la
insurrección de febrero como un motín militar, señalando que aunque algunos
anarquistas habían juzgado el movimiento
como un bello gesto de desobediencia al gobierno, otros evaluaban que la
“veleidad radical” había sido un desacierto que probaba que la redacción del
diario tenía ciertas concomitancias con el Partido Radical. (46).
PROYECCIONES DE LOS SUCESOS DE FEBRERO
Las convulsionadas
jornadas de febrero de 1905 han sido analizado, en general, a la luz de sus
proyecciones más notorias: el giro impuesto sobre la estrategia partidaria de
la Unión Cívica Radical y la aceleración de los tiempos de la reforma política.
La trama del episodio rosarino devela otras proyecciones y advierte sobre los
tempranos y relativamente poco estudiados puntos de encuentro y de fuga entre
el movimiento obrero y la democracia de masas.
Las actuaciones de
Deolindo Muñoz y Ricardo Caballero
indican que el radicalismo rosarino tenía visiones divergentes sobre el
carácter de la insurrección. Sugieren,
asimismo, que Muñoz buscaba la creación de un movimiento en torno a su propia
figura. La existencia de lineamientos ideológicos de matriz diversa y la emergencia
de liderazgos personalistas, como ha
sido señalado por Ana Virginia Persello, no constituyen fenómenos aislados en
la historia del radicalismo argentino (47).
Pero el caso rosarino se
distingue por la temprana búsqueda de contactos con las masas trabajadoras.
Muñoz apostó a sumar a las organizaciones libertarias. Caballero no abonó esa
estrategia por las razones que expuso en 1906. Pero la construcción de su
propio liderazgo tuvo entre sus ejes principales la incorporación de los
trabajadores a las filas del partido radical.
Por el lado del
anarquismo, el análisis de la evidencia empírica deja sin sustento las
hipótesis sobre un involucramiento efectivo con la Revolución Radical. El movimiento
libertario acató, evidentemente, la posición orgánica fijada al respecto en los
primeros días de agosto de 1904, posición que fue ratificada por Ghiraldo en el
momento mismo del estallido
revolucionario. De todas maneras, los testimonios de Ghiraldo y de
Gilimón sugieren que la solicitud radical debió haber algún tipo de eco.
Gilimón postula que esa
habría sido la posición de la dirección de
La Protesta, acusación que Suriano atribuye a su puja con Ghiraldo por
la dirección del movimiento (48). Este,
a su vez, manifiesta que la propuesta
fue descartada por el proletariado bonaerense, indicación que permite inferir
la intención de sugerir que en otras regionales la recepción pudo haber sido
distinta. Los votos en disidencia del Congreso de la Federación Obrera
Argentina demuestran que existían, en efecto, opiniones favorables a la
participación en un movimiento que violentaba principios constitutivos del
anarquismo como el antipoliticismo y el antimilitarismo (49).
Las deportaciones, las
detenciones, la clausura de locales y el cierre temporario de La Protesta
señalan que la insurrección radical tuvo efectos por completo negativos sobre
el movimiento libertario. El gobierno, claramente, “aprovechó la volada”. Pero
no es menos cierto que en Rosario los preparativos de la revolución ofrecieron
una impensada herramienta de crecimiento para el movimiento obrero. Buscando “influenciar”
a los obreros, Deolindo Muñoz convirtió a
El Municipio en el más eficaz de
los medios de comunicación de las organizaciones anarquistas.
(1) Manifiesto Revolucionario (1905)
(2) Falcón,
Ricardo, “Elites urbanas, rol del Estado y cuestión obrera (Rosario,
1900-1912)”, en Estudios Sociales . Revista Universitaria Semestral, Santa Fe,
UNL, n° 3, 2do.semestre, 1992; Falcón, Ricardo y Monserrat, Alejandra, “Estado
provincial, partidos políticos y sectores populares (El caso de Rosario: las
elecciones de 1912 y los conflictos sociales”, en Cuadernos del CIESAL. Revista
de estudios multidisciplinarios sobre la cuestión social, Rosario, UNR, n° 1, 1993
(3) Bonaudo,
Marta, “Entre la movilización y los partidos. Continuidades y rupturas en la
crítica coyuntura santafesina de 1912”, en Melón Pirro, Julio.C. y Pastoriza,
Elisa, Los caminos de la democracia. Alternativas y prácticas políticas
1900-1943, Buenos Aires, Biblos, 1996; Falcón, Ricardo y Monserrat, Alejandra,
“Estado provincial, partidos políticos y sectores populares”, op. cit; Karush,
Mathew,Workers or citizens. Democracy and
identity in Rosario, Argentina (1912-1930), Albuquerque, University of New
Mexico Press, 2002.
(4) En
1887 Rosario tenía 50.914 habitantes; en 1910 192.278 y en 1914, 224.834. Datos
extraídos, respectivamente del Primer Censo General de la Provincia de Santa
Fe, Buenos Aires, Imprenta Peuser, 1887,
del Tercer Censo Municipal del Rosario de Santa Fe, Rosario, Talleres de
la República, 1910 y del Tercer Censo Nacional de la República Argentina,
Buenos Aires, Rosso, 1916-1917. Sobre este proceso, ver Falcón, R. y Stanley,
M., La Historia de Rosario, TI, Homo Sapiens, Rosario, 2001.
(5) Sobre
este tema, ver Alonso, Paula, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de
la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años ´90, Sudamericana -
U. De San Andrés, Buenos Aires, 2000.
(6) Ver
Prieto, Agustina, Prieto, Agustina,
“Usos de la “Cuestión Obrera”. Rosario, 1901-1910”, en Juan Suriano
(compilador), La cuestión social en Argentina. 1870-1943, Buenos Aires, La Colmena,
2000 y “Rosario, 1904: cuestión social, política y multitudes obreras”, en
Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral, Santa Fe, UNL, n° 19,
2do.semestre, 2000
(7) El Municipio, Rosario, 6/1/1904, “El descanso
dominical”
(8) El Municipio, Rosario, 28/10/1903, “Las clases
obreras en las filas radicales”
(9) El Municipio, Rosario, 5/11/1903, “El espíritu
revolucionario en las clases trabajadoras”
(10) El Municipio, Rosario, 11/11/1903, “Las clases
obreras en la lucha política”.
(11) El Municipio, Rosario, 20/11/1903, “Malestar
de la clase obrera. Hambre y miseria”
(12) El Municipio, Rosario, 13/11/1903, “El
conflicto obrero en la Capital Federal”
(13) El Municipio, Rosario, ediciones del
28/11/1903 y del 5/12/1903 respectivamente.
(14) El Municipio, Rosario, 6/12/1903
(15) El Municipio, Rosario, 9/12/1903
(16) El Municipio, Rosario, 6/1/1904, “Huelgas
generales y parciales”
(17) El
Municipio, Rosario, 10/1/1904, “Perspectiva de huelga general y de atropellos y
violencias”
(18) El Municipio, Rosario, 24/1/1904 “Periodismo
obrero. Iniciativa de La Protesta”
(19) El Municipio, Rosario, 2/2/1904
(20) El Municipio, Rosario, 16/12/1903 10
(21) El Municipio, Rosario, 13/2/1904, “La
agitación obrera y la policía del Rosario”
(22) El Municipio, Rosario, 14/2/1904
(23) El Municipio, Rosario, 19/2/1904,
“Candidatura Hipólito Irigoyen para
presidir el Comité Nacional”
(24) El Municipio, Rosario, 20/2/1904
(25) El Municipio, Rosario, 19/2/1904, “Confederación de ferrocarrileros. Todos para
uno y uno para todos”
(26) El Municipio, Rosario, 26/2/1904, “Llamado a
las clases obreras en nombre de la comunidad del esfuerzo y la comunidad del
sacrificio”
(27) El Municipio, Rosario, 27/2/1904, “Los vigilantes.
Huelga en perspectiva”
(28) El destacado es nuestro
(29) El Municipio, Rosario, 10/3/1904, “Dignísima
actitud de los empleados y obreros que han abandonado el trabajo”
(30) El Municipio, Rosario, 20/10/1904
(31) El Municipio, Rosario, 26/11/1904
(32) El Municipio, Rosario, 22/1/1905
(33) El Municipio, Rosario, 5/2/1905, “El mes
terrible en Rusia”
(34) La Capital, Rosario, 15/2/1905, “Prohibiendo
la información”. 14
(35) Caballero,
Ricardo, “Sangre proletaria”, en Discursos parlamentarios y documentos
políticos del doctor Ricardo Caballero, compilación de Roberto A. Ortelli,
Sociedad de Publicaciones El Inca, Buenos Aires, 1929, págs. 391-92. 15
(36) Caballero,
Ricardo, “A los radicales de Córdoba”, en Discursos parlamentarios y documentos
políticos del doctor Ricardo Caballero, compilación de Roberto A. Ortelli, Buenos Aires, Sociedad de Publicaciones El
Inca, 1929, pp. 393-99.
(37) Caballero,
Ricardo, Yrigoyen, la conspiración civil y militar del 4 de febrero de 1905,
Buenos Aires, Raigal, 1905, p.92.
(38) Caballero,
Ricardo, Yrigoyen, la conspiración civil y militar del 4 de febrero de 1905,
op.cit, pág. 93
(39) Suriano,
Juan, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910,
Buenos Aires, Manantial 2001.
(40) Bialet
Massé, Juan, [1904], Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República,
, Buenos Aires, Tomo II, Grau, 1904, p.411 16
(41) F.O.R.A.
Consejo Federal, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por
la Federación Obrera Regional Argentina desde 1901 a 1906, Buenos Aires, 1906,
pp.10 a 14, citado por Bilsky, Edgardo J., La F.O.R.A y el movimiento obrero/2
(1900-1910), Buenos Aires, CEAL, 1985, p.205.
(42) Abad de Santillán, Diego, FORA. Ideología y
trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Buenos Aires,
Ediciones Nervio, 1933, p.121.
(43) La Protesta, Buenos Aires, 5/2/1905.
(44) Ghiraldo,
Alberto [1905], La tiranía del frac, CEAl, Buenos Aires, 1972, pág.43. El destacado
es nuestro.
(45) Ibídem.
(46) Gilimón, E. G., Un anarquista en Buenos Aires,
CEAL, Buenos Aires, 1972.
(47) Persello, Ana Virginia, El Partido Radical. Gobierno y oposición,
1916-1943, Buenos Aires, Siglo XIX, 2004
(48) Suriano, Anarquistas..., op.cit, pág 288.
(49) Sobre
el antipoliticismo y antimilitarismo del anarquismo, ver Suriano, op.cit,
cap.VIII, “El Estado, la ley, la patria y las prácticas políticas del anarquismo
argentino”
Fuente: http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/Prieto.pdf