viernes, 31 de julio de 2009
Semblanza de Don Elpidio Gonzalez
por Arturo Capdevila
Evoco a don Elpidio González, caballero que fué todo un varón, todo un claro varón, digno, dignísimo de ser presentado a la contemplación y a la estima de las generaciones del país. Asiduo lector de Marco Aurelio: es decír, de uno de los mayores filósofos de la virtud que haya dado el mundo, y tan efectivamente virtuoso en su vida privada y pública que la opinión de sus contemporáneos coincidía en hacerlo descendiente de Numa Pompilio, el rey piadoso por excelencia.
González nutre su espíritu con la sustancia moral de esa lectura. La convierte en algo vital y pulsátil. Bajo su impulso se determina a seguir los pasos del maestro egregio en la educación de su alma, y frena, como aquél frenó, arrebatos y violencias. En adelante lo guiarán sus principios ejemplares, con tal arte para la asimilación de tales máximas, que repitiendo a su modelo -sobre la base, además, de una predisposición venturosa- la franqueza y la bondad serían siempre los rasgos distintivos de su carácter .
En transparentes honduras del alma debió de recoger nuestro claro varón la imagen del antiguo, contento de que uno de sus nombres hubiera sido Vero, en precisa conformidad con su natural verídico, y que aun hubiera debido elevársele a Verísimo en justo superlativo.
Pregunto ahora si alguno de estos rasgos de su confesado maestro en la filosofía del vivir faltó en el espíritu de don Elpidio González, o si más bien los tuvo a todos. El paralelo de su moralidad es perfecto. Como puntos cardinales de su conducta, Marco Aurelio, sabio director de sí mismo, nunca dejó de tener ante sí cuatro preceptos que le venían por varia herencia. De su abuelo, el de practicar costumbres irreprochables. De su padre, el de la modestia y la firmeza varonil. De su madre, el de la piedad y la beneficencia. De sus preceptores, el destierro de la expresión: No tengo tiempo...
Y asimismo supo trabajar con paciencia, huir de los frívolos, odiar la ostentación. y ponía buen semblante al libre juicio de sus conciudadanos y rostro igual para la buena y la mala fortuna.
Nuevamente pregunto si no respondió puntualmente el discípulo al maestro .
Pertenece a una familia de argentinos viejos, González. Sus antepasados tienen cosas argentinas que narrar desde el siglo XVII. Se cuentan entre los que hicieron sencilla y generosamente su obra. Su padre estuvo en la guerra del Paraguay, por voluntario designio. Más tarde su ardoroso patriotismo le conduciría también a las jornadas revolucionarias del 90, del 98, de 1905.
De ahí procede este ciudadano admirable; de aquel vigoroso tronco esta noble rama.
Son de agradecer las referencias del señor Torres acerca del patrono de González, patrono suyo de elección, no de imposición cronológica. Son de agradecer esas referencias, decía, porque ellas nos demuestran, con la íntima religiosidad de su biografiado, el valor que asumían estas cosas de los santos patronos en nuestras casas solariegas.
Sepamos, por de pronto, que González nace un 19 de agosto -el de 1875-, día de san Pedro Ad Víncula, o san Pedro de las cadenas. Bajo la fe del suceso puede entender el que nace en tal día, que siempre halla manera el Señor de hacer quebradizo al hierro y sacar a paz y salvo de todo a sus servidores. Muy bien le parece a González que ello suceda. Pero estima, además, en materia de milagros, la conveniencia de merecerlos. A este fin completará él a san Pedro con san Elpidio y aquí nos anoticia el biógrafo de González sobre que éste eligió por patrono entre los varios santos Elpidios del santoral, precisamente al más heroico en la lealtad; cabalmente a ese que, delante de Juliano el Apóstata, confesó y proclamó su credo cristiano, por lo cual, se dice, fué condenado al suplicio de ser arrastrado a la cola de caballos indómitos y arrojado luego a la hoguera para que allí terminase de morir. O sea que Elpidio González, en libertad de escoger el santo homónimo, tomó para sí el que más lo obligaba y mejor lo definía.
Como ciudadano es hombre también de todo o nada. Yrigoyen, en su política de la abstención acusadora, le brinda un arma muy para él; pues ¿dónde ejercicio más en consonancia con su índole que éste del ascetismo cívico en la forma de la intransigencia? Para todo eso está listo y también para cualquier acción elevada; alta la frente para la mejor inspiración, pulcras las manos para la más pura ofrenda. El tiempo dirá si ha de encontrar el ara de los holocaustos. Entre tanto, ajusta su vida a sus ideales. Es cuando viaja a Europa. Es cuando busca en España el arrimo de los hombres rectores de la nueva política peninsular .
La verdad es que hará falta mucho tesón y bravo ahinco, realmente multiplicarse en la milicia proselitista para ir liberando al país del enervamiento conforme y de la depresión indiferente. El que vistió el uniforme de oficial de la Guardia Nacional en tiempos de peligro de guerra, como el más fervoroso de los patriotas, trae ese mismo espíritu a la arena pública. Todo menos la descomposición moral. ¿Hay que conspirar? Se conspira en nombre de "principios incorruptibles" sin cuya vigencia no hay patria. Por lo demás, el programa de Yrigoyen es grande, claro, simple. Existe una hermosa, una hermosísima Constitución que va quedando en letra muerta y que debe renacer, siquiera sea porque se pagó por ella el precio de muchas inmolaciones. Tal el porqué, tal asimismo el para qué de la acción emprendida, con la enérgica resolución de cumplir una jornada "tan memorable como la de Caseros".
Y fué el 4 de febrero de 1905.
Me acuerdo de aquellas horas. Desde una quinta próxima a Córdoba, donde pasaba con mi familia el verano, oímos una noche el cañón. ¿Sería la revolución tan esperada? Con las primeras luces del 4, los repartidores cotidianos traen la confirmación. Estalló la revolución y está victoriosa. Yo tengo a la sazón casi los dieciséis años cumplidos. Quiero ir a la ciudad y ver. Mi padre, henchido de fervor, me lo permite y voy. Recorro todo el centro de la ciudad. ¡Qué bueno sería -pienso en el camino- encontrar a Elpidio González! -amigo de mi casa y de mi padre- que me distingue siempre tan bondadosamente. Pero no le hallo, como es natural.
Las calles están de un aspecto nuevo, las gentes con otro aire. No hay gendarmes de la policía en las esquinas. Son soldados del Ejército los que velan por la tranqttilidad colectiva, fusil al hombro. También pasan por los barrios patrullas de caballería. Conocemos el nombre de muchos valientes. Nos sentimos inflamados por el entusiasmo... Pero había sido solamente un espejismo. El movimiento revolucionario, triunfante en Córdoba, sucumbió en Buenos Aires. Todo estaba acabado. Mi dolor fué confuso; de una tristeza no fácil de definir. Sólo sé que comenzaba a saber con esa experiencia que la patria es sufrimiento también.
Tres días después llovió torrencialmente. Los caminos, allí en el campo, eran un solo barrizal. Serían las 3 de la tarde de ese lluvioso día. Todos dormían en casa menos yo que escribía en la mesa del comedor con las ventanas abiertas al jardín y a la lluvia. En eso, en una pausa del aguacero, un galope. Un galope que se viene aproximando. Instantes más, y veo que tras el cerco, detiene el jinete su cabalgadura y se apea. El jinete franquea la puerta preguntando por mi padre. ¿Será Elpidio González que acaso viene a refugiarse bajo nuestro techo? Quizás. ¿Por qué no? Pero no es él. No es tan aventajada su estatura. El que avanza es un caballero alto, de recio porte, uno de los ayudantes de González, el garrido entrerriano Manuel del Arca. Se adelanta empapado por la dura lluvia, con el sombrero hecho hongo sobre la cabeza, y al aire con insolencia dos largos revólveres en el cinturón. Es un revolucionario que va a ocultarse y que por el momento pide restaurar sus fuerzas. Hay que improvisarle un almuerzo. y mientras se repone, cuenta, cuenta. ..y llueve otra vez. Al cabo de mediano rato más, como lleva prisa, se va.
Don Elpidio González pisa el suelo de esas laderas volcánicas. Anda por entre esas rachas de fuego. Pero conozcámosle bien: no tiene un alma colérica, ni pronuncia nunca palabras de vituperio para nadie. Su catequismo político es manso y suave. Lo que pasa es que en modo alguno sus convicciones firmísimas necesitan de esos estruendos verbales con que otros engañan la ausencia de ellas. Su bandera idealista sabe ondear con tanta gallardía alada, precisamente porque el asta es de hierro. Y va y viene entretejiendo los hilos de su labor, con los mismos contenidos modales, con la misma señoril moderación, ya afronte a los grandes, ya pase entre los humildes. Puede llegar momento en que deba reprochar y reconvenir.
Pero reprocha y reconviene en secreto. Cuando no le es dado enaltecer, caritativamente no hunde más. Socorriendo, es también como se debe ser. Acude con uno o con otro auxilio, mas no será él quien lo publique. Donde quiera que actúe su categoría moral se patentiza a las primeras expresiones. No busca nada para sí. El desinterés personal se transparenta en todos sus actos. Por darse entero a la obra cívica, !! Interrumpirá para siempre la carrera del Derecho en que le esperaban lustre y fama a la bienhechora sombra de juristas como los doctores Julio Deheza y Nemesio González, en cuyo estudio jurídico practicaba.
Ha perdido su carrera; pero la causa del civismo no le ha perdido a él. No se puede servir a dos amos. O en la plaza o en el foro. Los correligionarios, como para compensárselo, le decían doctor, y es lo justo. En la verdad de los hechos él es uno de esos inesperados doctores del Derecho Constitucional que hallan a veces las democracias. Yo también por eso le llamaba doctor en nuestras conversaciones, procediendo como quien se complace en un reconocimiento superior: el de su efectivo diploma doctoral estampado en pergamino de renunciación muy hermosa, y sellado con el blanco sello de un genuino espíritu de total sacrificio. Por lo demás, ¿no sabemos que él era un incansable abogado en el perenne litigio del pueblo con los detentores de sus derechos sagrados?
Cuadra perfectamente hablar ahora de la gran revolución universitaria de Córdoba, del año 1918, y situar a don Elpidio González en aquel ambiente ardoroso. Desde luego sospechamos que él se ve retoñar en esos renuevos. Tampoco a él le acomodaba en sus años estudiantiles tanta Edad Media como se condensaba en los claustros de la Universidad y muy singularmente en la Facultad de Derecho, con anacrónica persistencia; al punto de que aun era tema de clases y de exámenes la situación de los siervos en la sociedad. De tal manera esta Facultad, vital entre todas, se había vuelto el sanctasanctórum de la tradición, adonde no llegaban sino por excepción prodigiosa, quienes no fuesen los más respetuosos adictos, no ya de sus honorables archivos, sino, meior todavía, del polvo de esos archivos.
Enfocando este cuadro con un sentido estereoscópico, digámoslo así, en procura de la mayor exactitud externa e interna, conviene no olvidar algunas circunstancias topográficas urbanas: las unas del pasado, las otras de los nuevos tiempos.
Debe considerarse, por consiguiente, pues mucho importa, que la manzana de la Universidad tiene un típico aspecto español, colonial, de una intensa sugestión poética. Allá los paredones del Colegio de Monserrat, allá el macizo convento de los Padres de la Compañía de Jesús y el monumento de su templo, con sus torres poderosas; allá, en la angosta entrada de su muro lateral, la leyenda bíblica de las palabras de Jacob: Casa de Dios y puerta del cielo. Más allá las ventanas y tragaluces de los fondos conventuales como en un amontonamiento de extravagantes siluetas; allá, en fin, bajo el sordo pavimento, el supuesto subterráneo -¿desde dónde historia, hasta dónde leyenda?- que dicen unía antaño la casa de los Padres con los monasterios de Alta Gracia y Santa Catalina. Catacumbas sin catecúmenos; bóvedas que, de existir, no esconderían a la hora de hoy, más que sombra vacía. Todo ese romántico prestigio, todo ese delicado encanto.
Sólo una revolución podía sustraer a la Universidad de su glorioso pero estéril tradicionalismo. Revolución que estaba impuesta por los nuevos barrios y perspectivas de la ciudad misma: por la Nueva Córdoba; por las arboledas y avenidas de su parque; por la elevación de la Alta Córdoba; por las alturas del Observatorio Astronómico. Esa nueva topografía, determinando otro espíritu, había empezado a ponerle estrechísimo sitio a la Universidad.
¿Y podía seguir interrogándose en Derecho Público, que bien debía ser un Derecho Público Argentino, acerca de la soberanía del Príncipe, como pudiera haberse hecho en el caduco imperio alemán? A causa de ese absurdo prurito conservador aplicado a lo inerte, asignaturas muy serias se volvían risueñas. ¿Es que era posible perpetuar los años del Niego, del Concedo, del Distingo, en cátedra que exigía otros planteamientos y otros fines? Había que elegir entre las nostalgias y el porvenir.
De las otras facultades tampoco cabía afirmar que respondiesen con la debida amplitud a sus objetivos. El diputado Socialista doctor Juan B. Justo había podido informar a la Cámara respecto de gabinetes con maquinarias amortajadas de lona que nadie osaba poner en función.
En suma: la Universidad no sabía la hora. Su antiguo cuadrante, mal que mal, se había convertido en reloj. Pero marchaba con retraso y cierto asaz precavido espíritu se aletargaba en la quietud. Hay más. Por incuria, por inercia y también por rehuir contaminaciones, la Universidad cultivaba la hurañía. Símbolo vivo de su zahareña clausura era su campanero don Federico, el taciturno don Federico, melancólico misántropo que llevaba quince años de no salir a la calle ni para oír su misa, pues la tenía dentro, a virtud de la comunicación existente por aquel entonces, de la Universidad con la iglesia de la compañía. Amarguras del alma lo habían confinado en su desván, en un patio laberíntico, a solas con sus plegarías y su pena. ..
La Universidad, para el caso, se estaba confinando a su vez, por un exceso de devocíón y añoranza por las cosas que fueron y no han de tornar a ser.
Nada de esto ignoraba González. Dícho, contado y comentado por persona abonadísima, él lo venía oyendo desde la adolescencía; pues que años atrás le había ímpuesto de ese dramático proceso de la pereza confíada, su tío carnal, secretarío general de la Universídad, precisamente: don José Díaz Rodríguez, tan innovador, tan ilustrado, tan abierto, y tan en pugna con tanta parsimonía y dejadez.
La revolucíón se había vuelto inevitable y estalló. Una juventud no menos lozana que enérgica, venía a poner en la hora justa el reloj de la Universidad. Era el 15 de junio de 1918. Esa fecha es un nudo. Un nudo de incomprensíones, de rígídas tozudeces, de infortunadas injusticias por ambas partes, también. Pero por ese nudo pasa un hilo de oro: el futuro.
La lucha, acibarando enconos, hubo de llevar muchos meses, entre nerviosos episodios, elocuentes proclamas y manifestaciones enormes. Con todo, en setiembre de ese año no estaba aún sancionada por la autoridad la victoria incontestable de la juventud reformista. ..Es cuando Elpidio González, lugarteniente, alter ego, vícario del presidente de la República, llega a Córdoba. Por esos días entrará la primavera, y a fe que de un modo nuevo para la docta urbe. El 21 de setiembre, en efecto, la farándula estudiantil se lanza a la calle con carros alegóricos entre alborozados cánticos y alegres sátiras que la ciudad entera festeja. Esa juventud supo pelear muy bien y ahora sonríe. Sin ninguna duda, Elpídio González, el sobrino dilecto de don José Díaz Rodríguez, el estudiante de veinte años atrás, se ve retoñar -debemos repetirlo- en esos renuevos. Con seguridad condena los excesos fatales que se cometieron, pero no el movimiento innovador. Sereno y tuicioso, pulsa, mide y aconseja. Es probable que muchos señorones resentidos, poseedores de feudos en la campaña, se venguen de él con sus votos feudales. Pero a la juventud hay que darle la palma y el laurel, so pena de desvirtuar la significacíón tan claramente renovadora de la presidencia de Yrigoyen, y Elpídio González aconseja que se le den. Fué justicia y fué razón.
Ahora bien: es evidente que este hombre menudo, ágil, fino, de ojos claros, de una mirada abarcadora, llevaba el mejor camino. Vive para la masa anónima de sus conciudadanos pobres. Lo hace de corazón. Cree en ella y en sus grandes virtudes. Pero cree ante todo en el hombre, en cada uno de sus componentes. Quiero decir que es un individualista. A su juicio cada individuo en esa masa, para bien de ésta, debe ser promovido a la mayor responsabilidad personal. Para todos el adelantamiento y la meta, mas por la obra de los que rompen a caminar adelante. Con todo, se me figura que algo lo desazona a González en medio de sus bien vividos apotegmas del deber.
...¿Qué alcance tiene la acción?¿No marchamos a menudo en pos de meros espejismos? Ya es un místico. Empezamos a vislumbrar lo que pasa en su alma. Pero expliquemos su misticismo. En su sentir, la Unión Cívica Radical es como una nueva grande orden de caballería, donde cabe que existan caballeros monjes. El se siente serlo. El sabe que lo es. Se refrescan en su espíritu los tiempos de los templarios y de las iniciales reglas de san Bernardo. En rigor, se ha entrado fraile en la vasta religión del Radicalismo. No le falta nada para monje perfecto. Tiene derecho incluso al blanco manto de un Godofredo de Saint-Omer, ya que desde hace lustros es casto, como lo saben algunos íntimos suyos, por oblación a un maravilloso amor de su vida. Así para que sea más encendida su voluntad de servicio, guía sus pasos desde el Más Allá una dama transfigurada hasta la excelsitud por el amor y la muerte. El resto es obediencia, pobreza, milicia. El dinero ¿qué podrá darle que no posea? y los honores: ¿para qué los querrá? Cuando el 6 de setiembre de 1930 se interrumpe deplorablemente la línea institucional argentina, él se mira dueño de todo en su carencia de materiales bienes, como mañana se verá libre de todo en las cárceles que se le irán decretando. De este modo se acaba de convertir en un monje de la vida política, como ya lo era de la vida del corazón. Frecuenta las iglesias y la oración fervorosa. Los ojos se le han hinchado un poco. ¿De lágrimas o de mirar mucho al cielo? La voz se le ha vuelto aun más blanda. Sus manos son cordialísimas. Su sonrisa está llena de beatitud. y un día, formalmente, positivamente, piensa en la estametia y en el claustro, y anda en conversaciones acerca de estos anhelos suyos con los prelados. Si a la postre no ingresa en un monasterio es porque, según él mismo lo explica, la voz del Partido, en horas gravísimas para el civismo, se le impuso como verdadera voz de Dios, y él se dió entero otra vez, como en sus juveniles años, a la sagrada causa del pueblo.
¡Con qué autoridad moral se presentó en el ágora! Se dirige a los poderosos, los exhorta, los conmina. Habla con un acento nuevo y hondo, grave y puro. Por ese mismo tiempo se deja crecer bigote y barba, que ya le blanquean de tantas escarchas de sus noches y desvelos. También se le nota el agobio de los años en las espaldas combadas, como cansado muro que se alabea. Y momento viene en que no sabemos por esas calles quién es este hombre de modesto indumento que ha tomado un aspecto oriental y remoto. -¡Doctor Gonzálezl ¡Pero es usted!, exclamábamos. ¡Pero es usted! y le abrazábamos con efusión y respeto. Sí. Era él. Era él mismo, si bien ya un Elpidio González del todo venerable por esa blancura del alma que se le asomaba., hecha dulce vejez al noble rostro.
Después enfermó para el último trance. Se tendió para él, ex vicepresidente de la Nación, indeterminado lecho de hospital. Se comprendió por muchas señales que el ángel de la inmensa paz no andaba lejos. Que se le acercaba. Que le cubría con un ala. y ahora sí que la hora del ansiado hábito monástico de la orden seráfica se aproximaba, bien que el hábito le llegaría en forma de mortaja, con su cordón y su capucho, como probado buen abrigo para los fríos ulteriores.
En la mañana del 18 de octubre -año de 1951-, fueron trasladados sus restos del Hospital Italiano a la Casa Radical. Fuí de los primeros en reverenciar su silencio. Pero ya muchos prohombres del Partido habíanse adelantado a inclinarse ante su féretro. Estaba bellísimo aquel varón admirable en el lecho del ataúd. No como de mármol; sino, mejor, como de marfil. Así: ebúrneo. Y la barba, de una plata amarillecida, iba a confundirse con la cruz de su apacible fe que, como trascendente escudo, le habían puesto sobre el pecho. En esa forma, era una estampa del Oriente, así ataviado de peregrino de lo Eterno, como bajo un fulgor de santidad de otros tiempos: ¡tan rico estaba ese pobre!
Y pues parecía dormido y no muerto, y dado que seguía subiendo la mañana y no es bueno que un monje de san Francisco duerma más allá del alba, era como para tomar la resolución de decirle:
-Padre Elpidio, padre González, despertad. Miradnos. Aquí os estamos rodeando con la reverencia en el alma. Despertad, padre Elpidio González, ¡echadnos la bendición!.
ARTURO CAPDEVILA
Semblanza de Elpidio González por Arturo Capdevila, del libro biográfico de Arturo Torres, Editorial raigal, Bs. As., 1951.
Fuente: http://historia.radicales.org.ar/elpidiocapdevila.htm
El General Manuel Savio y el día de la Siderurgia Nacional
El 31 de julio de 1948 moría de un paro cardíaco el general de división Manuel Nicolás Aristóbulo Savio y por ello se instituyó, con justicia, al 31 de julio como el “Día de la Siderurgia”. Había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1893.
Savio fue el heredero de fray Luis Beltrán y el continuador de las tesis esgrimidas y materializadas –a través de YPF durante la presidencia de Yrigoyen- por el general Enrique Mosconi (cf. la Agenda de Reflexión Nº 241) para transformar una economía nacional agro-pastoril exportadora en otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento. Savio fue el primero del plantel de ingenieros militares que realizaron una “movilización nacional” de carácter militar y técnica al mismo tiempo, correlacionando las posibilidades de la industria con la defensa. Afirmaba que “la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos”.
En 1930 el teniente coronel Manuel Savio elevó el proyecto para crear la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de todas las armas. Por una suerte de compensación histórica, el presidente Uriburu, que mandó detener e investigar a Mosconi, facilitó a su continuador el medio para realizar sus planes. En 1934 egresan los primeros ingenieros militares. El 24 de diciembre de 1936 Savio asume la dirección de Fábricas Militares. En 1938 eleva un proyecto de ley para crear la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Actúa como un verdadero político, buscando aliados en todos los sectores, convenciéndolos de sus beneficios para el país. En 1941 se promulga dicha ley, que además lo autoriza a realizar exploraciones y explotaciones tendientes a la obtención de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio. Además del desarrollo de un programa de prospección geológico-minera en la Antártida Argentina. “Es un error el haber estructurado ‘a priori’ nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales”, decía. Luego propuso buscar yacimientos de hierro en el país. Los encontró en las serranías de Zapla, Jujuy. Los informes corroboran que el yacimiento es una cuenca sedimentaria de hematita cuya potencia visible asegura grandes reservas y justifica sobremanera la inversión necesaria para emplazar un “Alto Horno”. Se inicia inmediatamente la “gesta Zapla” cuando el país sufre el bloqueo de los grandes consorcios. Savio intenta formar una “conciencia metalúrgica”, apelando a los industriales, y recordando que la fábrica argentina de carburo de calcio debió cerrar por el “dumping” del exterior. Por esos días, el matutino La Nación sostenía en un editorial que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, para concluir que “en realidad no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado”.
El 11 de octubre de 1945 (en plena evolución de los episodios militares que provocaron la jornada del 17 de octubre) se produce la primera colada de hierro fundido hecha con materias primas nacionales. Poco después Savio entrega su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o “Ley Savio”), que es sancionada en 1947 –durante la primera presidencia de Perón-. Así se origina SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), cuyos altos hornos son emplazados en terrenos elegidos por el propio Savio en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Como presidente de su directorio renuncia a sus honorarios, pero no alcanza a ver concluidos sus sueños, debido a su temprana muerte, a los 56 años. SOMISA llegó a proveer a la nación 500.000 toneladas de productos semi-terminados de acero.
Cursó estudios en el Colegio Nacional Central de la Universidad de Buenos Aires y en el Colegio Militar de la Nación. Luego de su siempre ascendente y brillante carrera fue instructor de cadetes en el Colegio Militar y titular de la cátedra de Metalurgia y Acción de Explosivos. Organizó la Escuela Superior Técnica del Ejército y enriqueció, de manera trascendente, la industrialización castrense. En tanto la Escuela de Mecánica se dedicaba a capacitar operarios, la Escuela Superior Técnica se abocó a la tarea de formar ingenieros militares con avanzada especialización teórica y práctica. Para llevar adelante sus planes, Savio aplicó con gran lucidez las experiencias de la visita que realizó al continente europeo en 1923, como miembro de la Comisión de Adquisiciones del Ejército.
En 1933 escribió su primer obra titulada Movilización Industrial. Luego le siguieron los libros Política Argentina del Acero (1942) y Política de la Producción Metalúrgica Argentina (1942).
En su creación, Fabricaciones contaba con cinco establecimientos: Fábrica Militar de Equipos (ex taller de Arsenal), Fábrica de Material de Comunicaciones (ex laboratorio del arma de Comunicaciones), Fábrica de Aviones (transferida por la Aviación Militar), Fábrica de Acero y Pólvora y Fábrica de Explosivos de Villa María, estas dos últimas inauguradas por el propio Manuel Savio en 1937 y 1938 respectivamente.
En julio de 1943, a menos de siete años de su establecimiento como organismo autárquico y siempre bajo su conducción, Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. A las nombradas se sumaron: la de Fabricaciones Militares de Armas Portátiles “Domingo Matheu”, la de Tolueno Sintético, la de Munición de Artillería Río Tercero, la de Munición de Artillería “Borghi”, hoy “Fray Luis Beltrán”, la de Vainas y Conductores Eléctricos E.C.A., la de Munición de Armas Portátiles “San Francisco”, la de Materiales Pirotécnicos y la de los Altos Hornos Zapla.
Por otro lado, con el aporte de grupos empresarios, Savio organizó las siguientes sociedades mixtas: Industrias Químicas Nacionales, Elaboración del cromo y sus derivados, Atanor, Compañía Nacional para la Industria Química, Aceros Especiales y Siderurgia Argentina.
Al elaborar los fundamentos de la DGFM, Savio incluyó un capítulo sobre exploración y explotación de minas que, como él mismo definiría un tiempo después, creó “una verdadera revolución en cuanto a la tesis que sobre la materia se sustentó, terminantemente en aquellos tiempos, de explorar y explotar minas por intermedio de la DGFM, es decir, del Estado”. Con esa misión, la DGFM se dedicó a la exploración de las riquezas minerales de la Argentina cuyos resultados no tardaron en aparecer. Entre los más importantes de esos descubrimientos estuvieron: el hierro de Puesto Viejo, al sur de Palpalá, en Zapla; las arcillas y caolines bonaerenses, el uranio de Comechingones y de la mina “Soberanía”, de Mendoza; el cobre de Los Aparejos, en Tinogasta, Catamarca; el mineral del Paramillo, de Uspallata, Mendoza; la mina de hematita La Santa, Pastos Grandes, Salta; y el cobre y la rodocrosita de Capillitas, entre otras.
Cuando por el mes de agosto de 1945 fueron arrojadas las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, Savio de inmediato reaccionó insistiendo en que “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino. No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así fue como los treinta geólogos de la DGFM se lanzaron al relevamiento y la exploración del territorio nacional en busca de uranio, logrando hallazgos sorprendentes. Dos décadas después, Argentina estaba en el concierto de las pocas naciones que generaban energía nuclear.
Con el descubrimiento de los yacimientos de hierro en Zapla, la DGFM da inicio a la creación del Establecimiento Altos Hornos Zapla y la planta experimental de Palpalá, pilares de la nueva siderurgia argentina. El coronel Manuel N. Savio ya había explicado de forma excelente la importancia de formar una “conciencia metalúrgica”, en un discurso pronunciado en el salón de la Unión Industrial Argentina (UIA) en el mes de junio de 1942 que parece inspirado en la realidad contemporánea: “Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales… De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte; hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro; pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización y, como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial… muy poco, pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.
El presidente Ramón Castillo suscribió el respectivo Decreto que mandaba crear el Establecimiento Altos Hornos Zapla. Se licitó la construcción de la planta experimental de Palpalá, obra que quedó adjudicada a la empresa sueca “Svenska Entreprenad A.B.”, asumiendo el proyecto y la supervisión de la instalación del alto horno. A cargo del capitán Enrique Lutteral, ayudado por el geólogo Victorio Angelelli, se elaboró la galería principal de la mina de Zapla, bautizada “9 de octubre” en homenaje a la fecha de la fundación de la DGFM. Construida a dos puntas sobre una longitud de 500 metros, o sea a partir de sus extremos, tratando de empalmar en su parte media. Un método inusual, contrario a todas las prácticas universales, adoptado porque los equipos de perforación –trabajando con barretas y martillos por la carencia de elementos mecánicos y automáticos- no podían avanzar más de un metro por día, mientras el plazo estricto fijado por Savio requería otro ritmo.
Había que construir un cable carril desde la sierra de Zapla a Palpalá, para asegurar la bajada del mineral. Varios técnicos recorrieron el país en su búsqueda. En una mina riojana abandonada llamada “La Mexicana” encontraron uno. Hurgando sin descanso consiguieron varios tramos. La habilidad de los técnicos permitió una instalación aérea con cables adquiridos en trozos, como si fueran géneros, que soldaron con perfección, disimulando las uniones. Una doble línea de cable carril tendida a lo largo de doce kilómetros y medio con cinco estaciones tensoras y 109 torres de hierro en forma de T, plantadas sobre basamento de hormigón, unió a Palpalá, ubicada a 1.105 metros sobre el nivel del mar, con el extremo más cercano del yacimiento, a 1.500 metros de altitud.
El 7 de marzo de 1944, después de un año de estudios previos, comenzó la construcción de la planta industrializadora de Palpalá. Y en dieciocho meses se levantó el alto horno que, caso único en el mundo, se construyó de hormigón armado por la carencia de los materiales clásicos. Para la fábrica eléctrica y los soplantes, especie de ventiladores gigantes que hacen las veces de pulmón del alto horno, se requería un motor de 500 HP y en el país se fabricaban apenas de 80 HP. Savio reunió a los industriales argentinos y por último, el ingeniero Torcuato Di Tella se comprometió a construir seis motores de 85 HP para seis soplantes en paralelo, de manera que la presión de uno no ahogara al otro. Se debía quemar el gas del alto horno en una caldera y pasarlo a turbina. En Bahía Blanca se halló un motor viejo de 1.200 HP con dos décadas de uso, que se reacondicionó.
Mientras Chile, Brasil y México para sus emprendimientos siderúrgicos contaban con la colaboración norteamericana, Savio –condicionado por la política exterior argentina que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra- construía la planta piloto de Palpalá apelando a piezas en desuso recogidas a lo largo de todo el país. En un astillero viejo de San Fernando se compraron dos calderas antiguas, casi chatarra. Como no se pudieron obtener ladrillos refractarios para el interior del horno, una firma nacional los ofreció de sílice, siendo aceptados finalmente por los ingenieros suecos, pero sin ofrecer garantía.
Como combustible se utilizó carbón de leña del Chaco, Santiago del Estero y Salta. Inmediatamente, las voces de la prensa ecologista de ese entonces, clamaron “no se puede levantar la siderúrgica con carbón vegetal, vamos a quedarnos sin montes”. A lo que Savio respondió activando el Vivero de Pirané e iniciando las plantaciones de 15.000 hectáreas de eucaliptos en la zona Zapla-Palpalá, formando un bosque de 30 millones de árboles, que al día de hoy, permite todavía la realización de cortes cada siete años.
Se acercaba el día ansiado en que el horno entraría en funcionamiento. Se suscitó entonces una cuestión grave: no se contaba con los repuestos imprescindibles en caso de avería, que debían ser comprados en el exterior, y era claro que Zapla iba a ser jaqueada por el extranjero, debido a la importancia que remitía a la soberanía y defensa nacional. El riesgo a correr era inmenso, pues si se interrumpía la operación del alto horno el tiempo suficiente para que se enfriara y solidificase el material, su inutilización sería definitiva, y volarlo su destino sin remedio. Savio sopesó las circunstancias y dijo “¡Adelante!”, asumiendo toda la responsabilidad; la suerte lo acompañó pues el horno trabajó dos años sin problemas y a esa altura los repuestos ya estaban a mano.
El día 11 de octubre de 1945 surgiría el primer chorro brillante de hierro que, en palabras de Savio, “iluminará el camino ancho de la nación argentina”. Sin demora, el capitán Lutteral se tomó desquite: envió al sabio alemán Schlagimtweit, el mismo que tres años atrás sostuviera que “el mineral de Zapla no es reductible”, un trozo de lingote con una simple tarjeta: “Para que le clave los dientes”.
Así, Palpalá se fue convirtiendo, como lo quería Savio, en un centro de irradiación industrial, a la vez que elevaba el nivel económico, cultural y social de la región, transformando al pueblito que en 1940 tenía tan solo tres casas, en el tercer centro poblacional de Jujuy, con más 30.000 habitantes, viviendas espléndidas, escuelas primarias y técnicas, y centros culturales.
Claro, soplaban otros vientos que ahora. En el ya citado discurso a la Unión Industrial Argentina, en el mes de junio de 1942, Savio definió los lineamientos de lo que sería la planificación de la nueva industria, destacando primordialmente la “necesidad de protección, por lo menos en la etapa inicial”, señalando que “Me siento en el deber de expresar, sin eufemismos, que sin una franca protección del Estado, todo este plan y cualquier otro, correrá igual suerte; porque es un secreto a voces que la producción universal de todos los productos que he enunciado está controlada por organizaciones poderosas, con medios suficientes para determinar crisis decisivas donde y cuando convengan”.
El descubrimiento casual de una mina de azufre por parte de un grupo de exploradores en el sudoeste de la provincia de Salta, a unos 5.200 metros de altura, sería el comienzo de la industria azufrera argentina. Comenzada a explotar a cielo abierto por una compañía privada, Savio tomó contacto con ella y en 1943 se organizó la Sociedad Mixta Azufrera Salta. Al año siguiente, mediante el apoyo de Savio y la DGFM, empezó a producir 31.000 toneladas de azufre, utilizadas en su mayor parte para la obtención de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono para la pólvora negra y aspersiones contra insectos hongos, entre otros.
El 30 de enero de 1938 se inaugura la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos “Villa María”, ubicada en la localidad cordobesa de igual nombre, y que Savio completara y pusiera en funcionamiento en agosto de 1942, con las plantas de éter y pólvoras de nitrocelulosa. Poco tiempo después, se instalaría el segundo conjunto fabril químico de la DGFM en Río III. De su producción, las Fuerzas Armadas sólo consumen apenas el 4 por ciento, el resto lo absorbe la industria privada, que utiliza la nitrocelulosa para la elaboración de pinturas, esmaltes, lacas, barnices y películas radiográficas, mientras diversos explosivos se destinan a minería, obras viales y sismográficas.
La carencia de neumáticos –cubiertas y llantas- durante la Segunda Guerra había creado enormes dificultades al país. Savio se aplicó a que la DGFM obtuviera caucho sintético, para lo cual creó por concurso la Sociedad Mixta Atanor, que si bien no pudo resolver su producción, empezó a satisfacer la demanda de agua oxigenada, cloro soda, metanol y soda cáustica.
El 26 de agosto de 1942, bajo la dirección de Savio, la DGFM creaba en las proximidades de Campana, provincia de Buenos Aires, la Fábrica Militar de Tolueno Sintético: era el comienzo de la petroquímica en el país. Con la colaboración de Y.P.F. inauguró el 31 de diciembre de 1943 la producción del tolueno para la obtención del explosivo TNT. Y su desarrollo llegó a abastecer a la industria con solventes aromáticos y parafínicos, aguarrases y thinners.
El 4 de agosto de 1942, en la ciudad de San Francisco, provincia de Córdoba, se instalaba la Fábrica de Munición de Guerra y Armas Portátiles, que cuatro años después producía cartuchos de guerra y de fogueo, y posteriormente elementos de uso civil como motores eléctricos, discos para arado, material ferroviario como vagones y furgones, entre otros. Dos meses después, el 3 de octubre de 1942, se colocaba la piedra fundamental de la actual Fábrica Militar de Armas Portátiles “Domingo Matheu” en la ciudad de Rosario.
El 1º de abril de 1947 Savio inauguraba la Fábrica Militar de Material de Comunicaciones y Equipos, en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires con la finalidad de fabricar equipos de dotación de las Fuerzas Armadas, al tiempo que empezó a producir, también, equipos electrónicos como transmisores, receptores y equipos de televisión. Preocupado por los requerimientos de la industria del cobre para las Fuerzas Armadas y el uso civil, en 1944 adquirió la Sociedad Electrometalúrgica SEMA, de origen alemán, que pasó a llamarse Fábrica Militar de Vainas y Conductores Eléctricos. Ubicado en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, este establecimiento empezó fabricando latón militar para vainas, metales para la industria manufacturera y una amplia gama de conductores eléctricos.
En 1945 se creó la Fábrica Militar de Materiales Pirotécnicos, con asiento en Pilar, provincia de Buenos Aires, que abasteció a las Fuerzas Armadas y cubrió las necesidades de explosivos de uso civil como la elaboración de cargas para las perforaciones petrolíferas y mineras.
La Fábrica Militar de Aceros, de Valentín Alsina, que fundara en 1936 el general Reynolds y completara Savio en 1938, para 1969 era la única planta que producía en el país laminados planos de alto carbono y de acero al silicio para los que antes se dependía exclusivamente de la importación.
Catorce fábricas propias –o “núcleos de paz”, como las llamara Savio-, participación en ocho sociedades mixtas y nueve sociedades anónimas con mayoría estatal, tal es el panorama resplandeciente legado por Savio como Director de la DGFM.
Alarmado al comparar que treinta años atrás –en el decenio 1905-1914- la Argentina consumía 150 kilos de hierro y acero por habitante, y que en esos días de 1943 había descendido peligrosamente a menos de 50, sumado a que, a diferencia de la época de la Primera Guerra, la Segunda Guerra Mundial interrumpía el suministro a una Argentina que demandaba camiones, autos, locomotoras y demás, Savio proyecta un programa siderúrgico que comprenda “la ejecución anual de alrededor de 315.000 toneladas de acero en una etapa inicial”. Sostenía que “necesitamos barcos, ferrocarriles, puertos y máquinas de trabajo, y no nos podemos detener a la espera de milagros… ello es ya un imperativo en nuestro progreso, porque es un mandato de la argentinidad, porque lo requiere nuestra soberanía dentro de un programa que no persigue ninguna autarquía deformada por exacerbado nacionalismo, sino porque aspira a contar con un mínimo de independencia”.
El 24 de enero de 1946 tenía entrada en la Presidencia de la nación el proyecto de ley suscripto por el general Savio, con el objetivo de elevar el Plan Siderúrgico. Al someterlo al Congreso señala: “su finalidad esencial consiste en crear una real capacidad para la producción nacional de acero, en condiciones tales que aseguren el desenvolvimiento económico de la siderurgia argentina y su ulterior afianzamiento”. “La actividad industrial que encara este plan es vital, la necesitamos, como hemos necesitado nuestra libertad política, como hemos necesitado en su oportunidad nuestra independencia”. “La industria del acero es la primera de las industrias; y constituye el puntal de nuestra industrialización”.
En forma muy resumida, las finalidades de la ley eran: a) Producir acero en el país utilizando materias primas y combustibles argentinos y extranjeros en la proporción que resultara más ventajosa económica y técnicamente, tratando de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y de combustibles. b) Suministrar a las industrias de transformación y terminado de acero en calidad y costos adecuados. c) Fomentar la instalación de plantas de transformación. d) Afianzar el desarrollo de la industria siderúrgica argentina. El plan se cumpliría sobre la base de: a) Yacimientos de hierro en explotación y plantas del Estado existentes en este momento. b) La planta de la SOMISA que se creaba por esa ley. c) Otras plantas de sociedades mixtas que pudieran crearse. d) Las plantas de transformación y terminado de productos de acero del capital privado.
El 21 de junio de 1947 el Poder Ejecutivo promulgaba el Plan Siderúrgico convertido en la Ley Nro. 12.987, nombrando a Manuel Savio como Presidente de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina. En primer lugar, decide la ubicación de la planta siderúrgica en Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires. El 13 de marzo de 1948, en su carácter de Presidente de SOMISA, suscribe el contrato con la Armco Argentina, por el cual se encargan los planos y estudios, supervisión de la instalación y de la puesta en marcha de la planta a instalarse. El 26 de junio de 1948, el Directorio de Somisa aprueba el plan definitivo presentado por Armco, optando por un complejo para elaborar 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero.
Imprevisiblemente, y en mitad de la realización de su proyecto industrial para la Argentina, el general Savio muere y su Plan Siderúrgico se vería aplazado por casi una década, siendo Arturo Frondizi, aquel diputado que integrara la comisión especial para estudiar el Plan de Savio, quien en 1958, ya ungido presidente de la República, haría uso manifiesto del préstamo de 60 millones de dólares que en 1955, el Eximbank (Export and Import Bank of United States) le concediera al país en el gobierno de Perón para financiar las adquisiciones de equipos y servicios a efectuarse en Estados Unidos para la instalación de la planta de Punta Argerich, que pasaría a llamarse Planta Siderúrgica “General de División Manuel N. Savio”. El 20 de abril de 1960 se produce, en la planta de Punta Argerich, el primer deshornado de coque apto para fines metalúrgicos; el 20 de junio, la primera colada de arrabio y el 5 de mayo de 1961, la primera colada de acero. El 25 de julio de ese 1960, trece años después de la promulgación de la Ley 12.987, se realiza la inauguración oficial de la planta con la asistencia del presidente Frondizi.
La figura de Savio estará ligada a toda una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo económico del país; y no se podrá hablar en el futuro de la industrialización argentina sin tener en cuenta sus ideas y conceptos. El fijó con precisión los límites y el significado del proceso económico nacional. Y mostró las consecuencias del trabajo perseverante, tenaz, y sin renuncias al servicio de los intereses del país. Como fray Luis Beltrán, como Enrique Mosconi, el general Manuel Savio fue un varón ilustre. Su vida rompió los moldes comunes para transformarse en un ejemplo. Su personalidad no admite elogios fáciles, sino que exige penetrar en los múltiples rasgos que hicieron de él un jefe militar destacado, un creador vigoroso, un acendrado patriota.
Tantas décadas después, todavía suenan como corolario, en un país espiritual y materialmente vaciado, las palabras de Savio en 1946 “La del acero es una industria básica sin cuyo desarrollo no puede considerarse que un país ha alcanzado su independencia
económica. Incluso se comprueba la verdad opuesta: cuando menor es el desenvolvimiento de esta industria, mayor es la dependencia que se tiene del extranjero, con las graves consecuencias que de estas circunstancias se derivan”.
sábado, 25 de julio de 2009
Manifiesto de la Junta Revolucionaria del Parque, 26 de Julio de 1890
Al Pueblo:
El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país.
Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito de que nos pediría cuenta la opinión nacional.
Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular, consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo de gobierno propio; y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la república; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una constitución que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino.
La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual.
El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy. Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay república, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.
El presidente de la república ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante.
Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones.
El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado.
En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa.
Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.
Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio.
Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.
En el orden público ha suprimido el sistema representativo hasta constituir un Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva.
El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre, fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; no ha habido elección de gobernador que no haya sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien: hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una nación libre.
En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convenido, sin necesidad, en títulos a oro, aumentando considerablemente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado, por medio siglo, al yugo de una compañía extranjera, que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado.
Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido, está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para de que no se puede gobernar la república sin responsabilidad y sin honor.
Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la Nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien, de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de todas las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande.
El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno.
No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la república.
El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas.
El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la república. La Constitución es la ley suprema de la Nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un soberano déspota. El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe.
Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas.
El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada.
El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios, en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.
Por la Junta Revolucionaria Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena, Juan José Romero, Lucio V. López
domingo, 19 de julio de 2009
La gente que me gusta (en el día del amigo/a)
Primero que todo
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace en menos tiempo de lo esperado.
Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.
Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.
Me gusta la gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente; a éstos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como esa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.
Mario Benedetti
sábado, 11 de julio de 2009
Grupo "Aurora"
Manifiesto Liminar
La República frente a la decadencia nacional.
Los argentinos estamos azorados ante la decadencia del país, que se manifiesta en diversos aspectos de la vida nacional y en particular, en la degradación constante de nuestras instituciones políticas y sociales.
Existe una violación sistemática de nuestra Constitución Nacional y de los principios del sistema republicano y federal que ella consagra.
No hay una adecuada división y equilibrio de los poderes, ya que el híper- presidencialismo ha avanzado, ante la abdicación de las funciones de control, tanto del Congreso como del Poder Judicial.
La independencia de los poderes, y en particular de éste último, se encuentra amenazada de manera particular, luego de las modificaciones efectuadas en el Consejo de la Magistratura, donde se ha roto el equilibrio en su integración previsto por la Ley Fundamental, y en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, como resultado de los cinco juicios políticos promovidos entre 2003 y 2004
Hay una democracia corporativa y delegativa de muy baja calidad institucional. Ejemplos de ello son, entre otros: las delegaciones legislativas, el dictado de decretos de necesidad y urgencia y los llamados superpoderes a favor del Jefe de Gabinete de Ministros.
En nuestro país se gobierna por decreto y por muy pocas personas, bajo el oscuro manto de la emergencia, que sólo ha servido para la concentración autoritaria del poder, tanto político como económico.
Por estos días, el avance antirrepublicano ha alcanzado a la libertad de periodistas independientes, ejemplificada en las presiones efectuadas sobre éstos, además de la compra de medios de comunicación por parte de empresas estrechamente ligadas al oficialismo de turno.
A ello se ha sumado la limitación de las funciones de la Auditoria General de la Nación y de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas frente a los gravísimos hechos de corrupción denunciados.
Las violaciones al federalismo son similarmente gravosas para la vigencia constitucional plena y la salud de la Nación. El centralismo fáctico de Buenos Aires ha retrotraído los tiempos de la República a los previos a la conformación de la nacionalidad, pues el manejo de los recursos públicos ha servido para centralizar el país e imponer la voluntad discrecional del poder político central por sobre el jurisdiccional, afectando las autonomías provinciales y municipales, además de ser funcional a la cooptación de Gobernadores e Intendentes de distinto signo político o a la dependencia política de los liderazgos provinciales. Se atenta contra la Constitución al no sancionarse la ley convenio de coparticipación impositiva.
La agobiante incertidumbre que generan las falsas estadísticas oficiales, encargadas de medir los índices de desocupación, pobreza, marginalidad e inflación, ocultan el verdadero estado de situación de la economía argentina impidiendo el normal desenvolvimiento de las actividades productivas. La sociedad sufre esa ruptura con frustración, aunque no sin esperanzas –como lo prueban las últimas elecciones-, porque siente que aún le faltan las posibilidades reales de que se establezcan las políticas para estimular la producción, con un Congreso que todavía debe probar no ser más cautivo del un Poder Ejecutivo que parece, aún después del mensaje de las urnas, negarse a escuchar la voluntad popular y a dialogar.
Por lo tanto, la primera tarea que la hora demanda es, en nuestra opinión, el restablecimiento de la plena institucionalidad democrática y republicana, mediante el respeto irrestricto del ordenamiento jurídico fundamental. Tenemos la convicción que un profundo proceso de cambio debe abarcar al Estado y a la sociedad argentina, en las vísperas del Bicentenario.
La segunda tarea, tan inmediata como la anterior pero quizás de más largo aliento, es la lucha sistemática, perseverante y consistente por el desarrollo económico, la igualdad de oportunidades, la justicia social, el bienestar general y en particular de los sectores más postergados, y la concordia nacional; y contra, en especial, la injusticia, la pobreza y la degradación cultural. Con esa vocación patriótica y de servicio, nos permitimos enunciar algunas reflexiones que ponemos a consideración de la ciudadanía.
Los argentinos necesitamos volver a la República.
Debe partirse de la ética y la moral como fundamentos de toda acción política y social, lo que supone combatir la corrupción y las oscuras prácticas administrativas y electorales, la manipulación de personas, los métodos para burlar la transparencia del régimen representativo, los vicios del nepotismo y el uso indebido de los bienes públicos.
Es necesario recurrir al ejemplo de las conductas personales y volver a las más puras prácticas de austeridad, responsabilidad y transparencia públicas para restablecer la confianza del pueblo en las instituciones, en cumplimiento de los principios republicanos y democráticos.
Es menester que exista plena división y equilibrio de los poderes del Estado, con adecuados controles entre ellos, tal como lo ordena la Ley Suprema.
El Congreso debe ejercer su rol de celoso defensor de sus atribuciones legislativas y de control político, derogando la legislación de emergencia, la delegación de facultades legislativas y controlando estrictamente los decretos de necesidad y urgencia dictados por el Poder Ejecutivo. Debe constituirse también en el ámbito genuino del debate nacional sobre los grandes temas pendientes de la argentinidad.
El Poder Judicial debe defender su independencia y ejercitar adecuadamente el control de constitucionalidad, para salvar la supremacía de la Carta Magna e impedir las lesiones al sistema republicano.
La reafirmación de la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos exigen redefinir el papel de un Estado que se ha mostrado incapaz en el cumplimiento de sus funciones.
Estamos convencidos de que todo proceso de cambio social debe asentarse en la educación y en el progreso de la ciencia y la tecnología, como lo supimos hacer en otros momentos de nuestra historia.
Se impone la modificación del sistema tributario, notoriamente injusto y regresivo y la adopción de políticas activas fiscales, crediticias y presupuestarias para mejorar la producción económica del país, al servicio de una mejor distribución de la riqueza, que nos aleje de los gravísimos índices de pobreza y exclusión social que se observan.
Igualmente es esencial producir un cambio en nuestras relaciones internacionales, para volver a insertarnos con seriedad y prestigio en el actual mundo globalizado.
El tratamiento de la Deuda Pública Externa deberá encauzarse jurídicamente devolviendo al Congreso el ejercicio efectivo de su atribución constitucional de "arreglar la deuda", exigiendo que se pague sólo lo que sea legítimo de lo que se reclama a nuestro país, se efectúe una auditoria integral e independiente de la deuda pública y un censo obligatorio de acreedores
Por la vigencia del federalismo.
Resulta fundamental dar cumplimiento al proyecto federal de la Constitución, que asegura la plena autonomía de las provincias, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de los municipios y el desarrollo equilibrado e integrado del país.
Pensamos en un federalismo de concertación y de políticas públicas responsables, a través de una planificación estratégica, que persiga el desarrollo integral del país, en lugar de servir a las presiones corporativas o a visiones unilaterales del poder en ejercicio. Debe comenzar de inmediato el debate sobre una nueva Ley Convenio de Coparticipación Tributaria, que debió haber sido aprobada en 1996, respetando los principios constitucionales de equidad, solidaridad y grado equivalente de desarrollo y sobre la base de criterios objetivos de reparto. Así podrán resolverse los problemas de nuestro federalismo fiscal, desvirtuado en la actualidad, dado que se ha modificado la relación de los montos coparticipables entre Nación y Provincias, habiéndose invertido las proporciones, siendo hoy más del 70 % retenido por la Nación, en desmedro de lo que históricamente correspondía a las provincias. Esos mismos principios constitucionales enunciados deben aplicarse cuando se sancionen las leyes de presupuesto nacional, como lo dispone la Ley Suprema, al tiempo que deben erradicarse definitivamente prácticas espurias de técnica presupuestaria, mediante las cuales se subestiman manifiestamente las proyecciones de los recursos presupuestarios, con el oculto e inconfesable propósito de administrar luego, discrecionalmente, aquéllos excedentarios de los alcanzados por la ley.
Es menester impulsar, por parte del Senado, leyes que tiendan al crecimiento armónico de la Nación, equilibrando el desigual desarrollo de provincias y regiones. Debe promoverse el crecimiento económico y social de las regiones para la integración del país, y la modificación del ordenamiento territorial existente, tantas veces denunciado, que exhibe un enorme proceso de concentración en el área metropolitana de Buenos Aires en desmedro del desarrollo armónico del conjunto nacional. Hay que derogar la legislación que limita la plena autonomía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con respecto a parte del Poder Judicial, de la Policía Federal y de los Registros Públicos, de acuerdo con la letra y espíritu de la Constitución Nacional.
Por la educación como política de Estado
Vemos con preocupación que en la actualidad no se reconoce a la educación la función estratégica que le corresponde, pasando por alto que ella debe formar personas con autonomía y aptitud para hacer valer sus derechos, y ser también componente básico de la riqueza nacional, en un mundo que privilegia el conocimiento, la ciencia y la tecnología.
Es preciso evitar el abandono de la instrucción en niveles primarios y el deterioro de su calidad, y proveer un programa eficiente de formación acorde con las nuevas exigencias tecnológicas, porque de otro modo se confina a amplios sectores de la juventud a trabajar con desaliento o, incluso, a ser excluidos del mercado de trabajo, quedando librados a su suerte.
En nuestro desarrollo histórico, caracterizado por una gran movilidad social, los desocupados tenían de alguna manera la perspectiva de salir de esa situación; pero actualmente su identidad ha cambiado a la de marginados, y muchos de ellos son arrojados a someterse a formas de vida que afectan la dignidad humana. Entre las políticas públicas que deben implementarse para revertir ese estado de humillación, debe destacarse especialmente a las educativas.
Debemos retornar a la educación emancipadora creada por Sarmiento; para ello, se deben establecer en el nivel nacional los grandes lineamientos de la política educativa pero con efectiva vigencia de los principios establecidos por la Constitución, que asegure la implantación de la herramienta igualadora que permitirá la inclusión social de millones de compatriotas.
La calidad educativa y la excelencia académica para nuestros jóvenes son pilares para el desarrollo humano y la inserción al mercado laboral en un mundo interdependiente, global y competitivo. Las investigaciones deberán orientarse a sentar las bases que atiendan las necesidades de la Nación y el conocimiento que las sustenta.
Por una urgente reforma política
Consideramos que esta decadencia institucional que nos aflige ha alcanzado al conjunto de la sociedad y en particular, a los partidos políticos.
Es sabido que la calidad y suerte de la democracia está íntimamente ligada a la de los partidos, ya que ellos son los instrumentos insustituibles de la misma. En consecuencia, el proceso de cambio que es imprescindible impulsar en el país debe alcanzar a los partidos políticos, en los que no rige una verdadera democracia interna y no cumplen adecuadamente las funciones esenciales a su cargo.
Es crucial revitalizar, fortalecer y modernizar a los partidos, en particular, su organización democrática interna. La formación política debe ser promovida en forma creciente y permanente, conforme al expreso mandato constitucional.
Existe un reclamo de la sociedad a favor de la jerarquización de la política y la claridad de las conductas, que rechaza lo que se ha llamado el “transfuguismo” y el “clientelismo”, entre otras formas de degradación, que los partidos tienen la obligación de superar para generar mejores condiciones de vida institucional democrática.
Afirmamos que la nueva República que proponemos tiene la necesidad de contar con una ley de libre acceso a la información pública, propender a la construcción de una democracia participativa, reformar los procedimientos de control de los procesos electorales substrayendo del Ministerio del Interior las facultades que detenta en esta materia. Asimismo, creemos que se debe revisar la legislación electoral de manera de impedir la discrecionalidad en el manejo de candidaturas, cargos electivos, entre otras cuestiones.
Del mismo modo, se debe establecer la especialidad del fuero electoral y dotar a la Justicia Electoral de todos los medios necesarios para llevar a cabo sus funciones.
La sociedad argentina reclama concordia.
Tras la muerte del ex Presidente de la Nación, Dr. Raúl Alfonsín, y harto de las falsas dicotomías que se plantean desde el oficialismo, el pueblo argentino ha reconocido mayoritariamente el valor la concordia como instancias superadoras y necesarias de diálogo franco y civilizado entre los actores sociales y políticos recuperando y fortaleciendo la "paz interior" que indica el sabio Preámbulo de la Constitución Nacional como uno de los fines supremos de la argentinidad. La sociedad reclama más diálogo, más debate de ideas y propuestas y más equilibrio de poder en un país que urge por su integración.
Este es un espacio de ideas abierto al progreso.
La actualidad demanda, como ya lo hemos dicho, la absoluta independencia de los poderes del Estado y el diálogo democrático necesario para que sea posible la definición de políticas públicas estratégicas sustentables pensadas a partir de la defensa irrestricta del interés nacional en materia de recursos, en especial los energéticos que deben ser explotados racionalmente, preservando el ambiente para las generaciones por venir y con la irrenunciable participación del Estado en resguardo del mencionado interés nacional.
Sostenemos que la resignación en el dominio real de bienes que mundialmente tienen asignado el carácter de estratégicos, debe ser revertida, tal como lo exige el Preámbulo de nuestra Constitución.
Asimismo, la sociedad reclama por instrumentos que permitan afirmar las condiciones de seguridad jurídica para favorecer y estimular las inversiones, tanto nacionales como internacionales, potenciar el valor del trabajo, asegurar la función social del salario y proveer un horizonte seguro de previsión social, tendientes a la creación de empleo genuino, desarrollo económico sostenido, distribución del ingreso y elevación de nuestra calidad de vida, en el marco del respeto a los derechos fundamentales, incluyendo el de propiedad, tal como los consagra nuestra Carta Magna.
A un año del Bicentenario de la Patria nos proponemos reflexionar y pensar el país que queremos para los próximos tiempos, respetando nuestros orígenes y mejores tradiciones; guiados por los principios de libertad, igualdad, solidaridad, justicia y paz.
La integración de las ideas de quienes conformamos el Grupo Aurora está representada por las diversas expresiones de distintos orígenes de pertenencia y de la pluralidad de los ámbitos políticos y académicos que la conforman y que se nuclean en torno de ejes comunes, propositivamente refundantes de la República del Bicentenario, a los que, con vocación de servicio y pasión argentina, intentamos aportar desde la formación, el compromiso y la vocación democráticos de cada uno de sus miembros.
En ese entendimiento nos convocamos y convocamos a todo el Pueblo argentino para que aportemos a la República las mejores ideas y propuestas que consoliden la democracia social en la Argentina.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 8 de Julio de 2009.
Firmantes: Aguinis, Marcos; Alice, Beatriz; Alterini, Atilio; Baigorria, Nélida; Baigorria, María Teresa; Balestra, René; Barovero, Diego; Blanco Muiño, Fernando; Calleja, Gustavo; Espeche Gil, Miguel Ángel; Grinspun, Gustavo; Guebel, Claudia; Hernández, Antonio María; Inchausti, Miguel Ángel; Lacerca, Carlos; Lentino, José María; Loñ, Félix; Luna, Félix; Mahler, Israel; Malek, Adriana; Manili, Pablo; Martínez, Víctor Hipólito, Mayer, Jorge; Quevedo, Horacio; Roulet, Elva; Sabsay, Daniel; Sanguinetti, Horacio; Sola, Juan Vicente; Solari Yrigoyen, Hipólito; Vanossi, Jorge Reinaldo; Wajntraub, Javier; Weinschelbaum, Emilio; Weinschelbaum, Ernesto; Zbar, Agustín.
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