domingo, 27 de abril de 2014

Los hijos de los otros






por Sergio Sinay


Hace unos meses me conmovió una película francesa titulada “Los hijos de los otros” (su título original es Le fils de l´autre y se encuentra en inglés como The other son). En un hospital de Haifa, Israel, nacen dos chicos con diferencia de minutos. La madre de uno es israelí, la del otro es palestina. Casi de inmediato sobreviene un bombardeo y, confundidas en medio del pánico, las enfermeras entregan cada bebé a la otra madre. Sólo 18 años después se comprobará el error, cuando el muchacho que creció como israelí quiera entrar al ejército y un análisis de sangre demuestre que no es hijo de sus padres. El otro chico, mientras tanto, es un fervoroso palestino que odia a los israelíes. La madre judía sale en busca de la verdad y la descubre. Esto provoca una hecatombe en la vida de todos. Veremos la dureza de los padres, la crisis de identidad de los hijos y, por sobre todo, la entereza de las madres, ya que son ellas quienes finalmente encuentran, tras una poderosa tarea amorosa, el camino para una situación que parece sin salida pero no lo es.


Lorraine Levy, la directora de la película, definió su intención: “Quise hacer un cuento de hadas geopolítico. Quería decir que son las relaciones personales las que ofrecen opciones en los más grandes conflictos”. No hay relaciones personales donde no se reconoce la existencia del otro, todo vínculo auténtico nos exige salir de nosotros y tendernos hacia el otro a través del puente de la diversidad. Vernos como humanos, quitarnos los anteojos del prejuicio (esos que oscurecen y tiñen todo de un único color).


La emoción que me provocó el film revivió en mí esta semana cuando leí, casi perdida entre tanta información que satura sin aportar demasiado a la comprensión del mundo, una noticia al mismo tiempo dolorosa y luminosa. En Tel Hashomer, una localidad de Israel, el niño Noam Naor, de tres años, cayó, mientras jugaba, del cuarto piso del edificio en el que vivía. Murió poco después en el centro médico del lugar. En ese mismo Centro, se atiende Yakoub Ibhisad, un chico palestino de siete años que sufre una insuficiencia renal de mal pronóstico. Al saber esto, la madre de Noam (su nombre es Sarit) decidió donar a Yakoub el riñón de su hijo. "Pensé en los esfuerzos de Shimon Peres (presidente israelí) para la paz con nuestros vecinos y me di cuenta que estaba tomando la decisión correcta", dijo Sarit. También ella pensó, antes que nada, en el hijo de la otra. También para ella lo personal, lo humano, precede a los cálculos políticos, al resentimiento, al prejuicio, a la insensatez, motores de las guerras, del desencuentro, del desconocimiento del semejante. Motores de las grandes tragedias humanas.


Hacer lo correcto. Esa es la sencilla fórmula de la moral. A lo largo de la historia, en situaciones difíciles, quienes actuaron moralmente dijeron siempre lo mismo: “Hice lo que había que hacer”. Es decir, pensar en el otro, verse reflejado en él, anticipar la empatía al egoísmo.


Aquí mismo, en nuestro país atravesado por enfrentamientos y discordias alentados por la soberbia, la codicia y el materialismo más salvaje, otra madre pudo ver, en medio del sufrimiento, a la hija de la otra, al semejante, e hizo lo que su corazón le dictó. Lo correcto. El sábado 1 de junio, Liliana Alfonso perdió en un accidente a Evangelina, de dos años. Atravesada por el dolor físico (está internada porque también ella estuvo en el accidente) y el tormento emocional, por un instante se negó a donar cualquier órgano de su hija. Pero cuando supo que otro chico de esa edad, Renzo Antonelli, necesitaba urgentemente un corazón, ella accedió a entregar el de Evangelina. “Entendí que mi hija iba a salvar otra vida”, dijo.


Gracias a estas madres, las breves vidas de sus hijos trascendieron el dolor y se iluminaron con la luz del sentido. Todas estas madres, las de la ficción y las de la realidad, fertilizaron la vida por encima del egoísmo, del odio, de la incomprensión, de la avaricia. Todas estas madres nos recordaron que los hijos de los otros son también nuestros hijos y que los otros somos nosotros.

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