sábado, 26 de diciembre de 2009

El candidato


Por Osvaldo Alvarez Guerrero

Precandidatos y candidatos hay siempre, y para todo. Pero su tiempo, es el de las épocas electorales. Entonces se ponen de moda y adquieren notoriedad de distinta índole los que se postulan para los cargos de gobierno. En mérito a las encuestas, a la publicidad, a los reportajes, y eventualmente , a lo que dicen y piensan los electores, el mercado de candidatos ajusta su oferta cuando llega la hora de cumplir con el derecho y la suprema obligación del sufragio. Hay candidatos ganadores y perdedores, reelegibles y permanentes, viejos y nuevos, inteligentes y brutos, simpáticos y antipáticos, con buena o mala imagen, mujeres y hombres (asimiliación que formulo para evitar el presumible cargo de discriminatorio), con carisma y hasta con más o menos atractivos sexuales. Es, pues, hora de hablar de los candidatos.

La palabra candidato viene del latín “candidatus”, que quiere decir vestido de blanco. Durante la República Romana, los postulantes al Senado (el cargo electivo más importante) se ponían la toga “cándida”, de un blanco muy puro, deslumbrante. Plutarco, historiador de la época, sostiene que “esa toga debía ser su única vestimenta, a fin de que no se pudiera suponer que tenía dinero escondido en sus hábitos para comprar los votos de los ciudadanos, y para hacer más fácil mostrarle al pueblo romano las cicatrices de las heridas recibidas defendiendo a la República”, pues, bajo la toga, los candidatos estaban desnudos.

En algunos aspectos, aun sin televisión ni revistas chismosas, los controles del pueblo sobre sus eventuales pretendientes a representarlo eran más sencillos entonces que ahora. Por lo demás, es infrecuente que ciertos candidatos se presten a mostrar sus cicatrices, que en todo caso no serían la huella de heroicas actitudes patrióticas sino de alguna apendicitis o de un partido de fútbol de barrio. El exhibicionismo político actual tiene otros recursos y objetivos. Aunque hubo una excepción precursora en el caso de una funcionaria nacional vinculada lejanamente con la ecología, que posó para los fotógrafos solo cubierta, sugerente, con pieles de zorro, lo que despertó un fugaz escandalote.

A pesar de aquélla manera simbólica de transparencia pública, los políticos y funcionarios romanos (y antes y después de ellos, los de otras naciones), se corrompían. Voltaire, en el siglo XVIII, escribía en sus “Cartas filosóficas” sobre el parlamento británico, que “hay un senado en Londres de algunos de cuyos miembros se sospecha que venden sus votos llegado el caso, como se hacía Roma”. La Glasnost de la etapa caótica de la ex Unión Soviética significa transparencia en los actos de gobierno, un proceso que pretendía develar los oscuros mecanismos del poder de la burocracia del Partido Comunista. Cayó el comunismo y la URSS, pero no parece que los pasillos del Kremlin sean democráticamente más luminosos que en los tiempos de Iván el Terrible, Rasputín o Stalin.

Es imposible hoy que un ciudadano común en la Argentina, aunque tenga similares sospechas que los londinenses del tiempo de Voltaire, pueda conocer los secretos del financiamiento de las campañas políticas. Estos no se esconden en los bolsillos de los candidatos, sino en sofisticadas maniobras bancarias y otras operaciones mas o menos lícitas no excluyentes. En esas maniobras una parte suele quedar en el patrimonio de operadores y candidatos aunque los testaferros y sociedades fantasmas y cuentas bancarias secretas conforman una selva de ocultaciones impenetrable.

Periódicamente aparece algún proyecto que pretende que se hagan públicas las fuentes de financiamiento de los partidos políticos. Sin embargo, los dirigentes de cualquier partido pueden contar sus experiencias personales al respecto: una reglamentación de ese tipo sería inútil, además de improbable sanción, porque los dineros importantes se entregan a los candidatos o a sus íntimos recaudadores, no a las tesorerías oficiales de los partidos. Es más seguro y eficaz el soborno a los sujetos de carne y hueso que a las instituciones. Los que luego firman contratos, decretos aprobatorios de compras o licitaciones, son personas físicas, que tienen el divino sello de la función pública, no las personas jurídicas o de existencia invisible como dice nuestro código civil.

De todos modos, el inmaculable blanco de las togas que usaban los candidatos romanos, tiene simbología algo confusa. El blanco es mucho más que un color. En el nuevo testamento se cuenta que cuando llegue el Apocalipsis, la vestimenta “de los que han salido de la gran tribulación, han lavado su ropa y la han blanqueado con la sangre del cordero” será tan blanca como la nieve. Tradicionalmente en las primitivas mitologías, el blanco es asimilado al andrógino (figura ambigua si las hay) al oro, a la deidad. Dios tiene las barbas blancas. La blancura simboliza el estado paradisiaco y –nueva curiosidad incomprensible- al mundo … ¡celeste!

Pero los hombres, aunque a veces se lo crean, no son dioses. Admitiéndolo, Azorín, en la España de principios de siglo, aconsejaba a los políticos vistieran de negro trajes más bien gastados, los botines muy lustrados, camisa blanca y limpia, y sin joyas (a los sumo una finísima cadenilla para el reloj de bolsillo), como expresión de digna austeridad.

Blancuras y togas aparte, es bueno reivindicar el derecho ciudadano a conocer el orígen y sobre todo los porqués de algunas campañas electorales. La honestidad republicana significaba por la etimología latina que evoco en esta nota, debe extenderse no sólo a los gobernantes sino a los potenciales gobernantes y a los que lo fueron antes.

Publicado en el diario Río Negro, 21.02.95

viernes, 27 de noviembre de 2009

Las lecciones de Lebensohn



por Marcos Aguinis

El hombre que pudo cambiar la historia." Este es el subtítulo que lleva la biografía de Moisés Lebensohn, que acaba de publicar José Bielicki. No es un subtítulo arbitrario. Félix Luna le ha dedicado un sustancioso prólogo. Años antes, en su libro Encuentros a lo largo de mi vida , Luna habló de Lebensohn: "En el congreso de la juventud radical, en noviembre de 1951, y como postre, escuché uno de los más hermosos discursos que oí en mi vida: el de Moisés Lebensohn, para cerrar las deliberaciones". Escribió después: "Aunque se suponía que Frondizi disponía de una singular formación, lo cierto es que ésta era unilateral y armada sólo en función política. Lebensohn no había sido así. Podía comentar una gran novela clásica o contemporánea, o hablar de la obra de un gran pintor".

En efecto, fue uno de los políticos más cultos y universales que registra el catálogo argentino. Una persona de extraordinaria sensibilidad social, coraje ético y visión de largo plazo.

Lebensohn cumplió un papel sobresaliente en la década del 30, pues combatió el fraude. Fue un adalid de la democracia en los trágicos años de la Guerra Civil Española; luchó sin miedo contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, y logró formar el bloque de Intransigencia y Renovación, con su histórico Programa de Avellaneda. Condujo a la oposición durante la reforma constitucional de 1949, y suscitó el asombro y la hostilidad de sus adversarios, pero a la vez una inocultable admiración.

Si no hubiera fallecido muy joven, en 1953, habría podido imprimir a la historia argentina otro curso. Era evidente por la energía y lucidez con las que empujaba su acción política, de la que no se olvidan quienes tuvieron el privilegio de conocerlo.

Su padre era un médico que desembarcó en Buenos Aires a fines del siglo XIX. Nacido en Ucrania, se perfeccionó en Suiza y Francia. Hablaba y escribía en nueve idiomas y se carteaba con la intelectualidad europea. Entabló amistad con Juan B. Justo, pero se afilió al radicalismo. Luego de vivir en distintas ciudades, se instaló en Junín, ciudad por entonces muy importante por el cruce de las vías del Ferrocarril del Pacífico y el Central Argentino. Su hijo Moisés había nacido en Bahía Blanca. Como Borges, su infancia transcurrió, en gran parte, disfrutando del paraíso que era la enorme biblioteca de su padre.

Moisés Lebensohn se zambulló de pleno en las cuestiones argentinas y mundiales al fundar en 1931, durante el régimen de Uriburu, el diario Democracia . Con artículos y editoriales incandescentes, comenzó a señalar el rumbo que debía orientar a la República mancillada por la profanación constitucional del golpe de Estado. Se había recibido de abogado y prestó ayuda legal a los trabajadores y disidentes perseguidos por el gobierno. Viajó por ciudades y pueblos hasta conseguir que, a pocos meses del golpe, en la provincia se le pudiera infligir al régimen una derrota política.

Por aquella época, la Legión Cívica, la de Mayo y otras bandas fascistas desfilaban uniformadas, con la complicidad del gobierno usurpador. Centenares de dirigentes radicales eran detenidos y muchos optaban por el exilio. La dictadura iba en serio.

El diario Democracia no se abstuvo de denunciar las persecuciones y el secuestro de libretas, ni de señalar, por ejemplo: "Hay un ambiente de temor y se ha clausurado un centro socialista". También investigó las torturas a los presos políticos.

Lebensohn luchaba contra tres frentes simultáneos: el avance fascista internacional, las violaciones institucionales en la Argentina y la confusión reinante en la Unión Cívica Radical. Fue severo con la decadencia de la vocación política: "Nuestros políticos ya no son los escultores del alma nacional y la estructura del país... Su habilidad consiste en ocultar su pensamiento, simular o disimular, flotar sobre las corrientes contradictorias como madero sobre el mar; permanecer en la superficie".

En 1935, se constituyó Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Pero Lebensohn no había sido invitado por el tufillo fascista y antisemita que había penetrado en esa organización por la influencia de revisionistas reaccionarios, como los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio. Se había desencadenado un fuerte debate en el seno del radicalismo, que se intensificó gracias al triunfo de Sabattini en Córdoba. Lebensohn sacó conclusiones y aceleró la marcha hacia el cambio.

Sus compañeros o discípulos eran Gabriel del Mazo, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Crisólogo Larralde, Damonte Taborda. Era el indiscutible docente de voz seductora y frases llenas de contenido. Un pilar que no se agrietaba por las tormentas. Lo admiraban y elogiaban Alfredo Palacios, Enrique Dickman, Alicia Moreau de Justo. Criticó "las leyes que posiblitan el fraude y permiten que candidatos desechados sean consagrados intendentes", como si no sólo describiese su tiempo, sino como si leyera el lamentable futuro argentino.

"Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad, y ese canto parece compatible con las cadenas y la opresión." No hesitaba en cuanto a la defensa de la democracia, la Constitución, el pluralismo y la tolerancia. Denunció con filípicas ardientes la hipocresía de los discursos que dicen lo contrario de lo que se hace (otra referencia a nuestro tiempo).

Antes de que apareciera Perón, escribió: "Hace poco leía a un ensayista inglés que decía que la lucha en el siglo pasado fue por el sufragio; en éste, por el pan. Es decir, por la justicia social". Su flexibilidad mental y el respeto al poder de las evidencias le permitieron expedirse en cada instante con la palabra justa. En nuestros días habría modificado muchas de las posiciones que eran correctas en los 50, pero que resultan un anacrónico lastre en la actualidad. Por eso es importante seguir su conducta basada en valores, pero atenta a las circunstancias de cada etapa histórica. No dudaba en estar siempre actualizado. Lo afirmaba respecto a su partido: "El problema central es, ante todo, el reajuste de la máquina partidaria, su adecuación a las circunstancias y exigencias presentes, a un nuevo espíritu y nuevos métodos de lucha".

Lebensohn denunció que el fascismo extrae su fuerza del hambre y la desesperación de los pueblos. "El hombre que ignora si al día siguiente llevará un trozo de pan a su hogar, qué será de él y los suyos si dura la desocupación y la enfermedad, el hombre que se siente aislado ante el duro existir de una sociedad sin piedad... ese hombre y ese joven entregan sus libertades a los regímenes totalitarios a cambio de la eliminación de esas incertidumbres."

De nuevo aparece el profeta que quita el velo a un principio fundamental del populismo: mantener la pobreza para sobornarla con subsidios y regalos, y seguir atornillado al poder comprando votos.

El 4 de abril de 1945 se constituyó en la ciudad de Avellaneda el Movimiento de Intransigencia y Renovación, inspirado por Moisés Lebensohn. Allí se selló un pacto para defender la moral, la justicia social, la libertad, la república, el federalismo, la libertad sindical, el voto femenino, la reforma educativa y una firme repulsa a toda forma de régimen corporativo.

Es curiosa y casi novelesca la amistad que este hombre excepcional mantuvo durante un tiempo con Eva Duarte, por haberse conocido en Junín. Democracia la ayudó con algunos comentarios favorables a su carrera artística. También se los vio charlando en la confitería Politeama, de la calle Corrientes. El la llamaba "Negrita" y ella, "Rusito".

Moisés le había inculcado la necesidad de luchar por los desposeídos. Nunca se agraviaron, pese a que luego fueron divididos por trincheras opuestas. Eva Duarte regresó por poco tiempo a Junín para casarse con Juan Domingo Perón.

Lebensohn jamás se dejó arrastrar por el odio que fue suscitando el acelerado autoritarismo de la primera etapa peronista. Pero consiguió que al Congreso de la Nación ingresara el famoso Grupo de los 44, que tenía una mayoría intransigente. Pese a su equilibrio, no tenía pelos en la lengua y describía con trazos irrefutables la realidad imperante: "Hay una destrucción del sindicalismo independiente, avasallamiento de las universidades, humillación del régimen parlamentario, monopolio de la radio y del cine; restricción de la libertad de prensa; manejo discrecional de los fondos públicos y de los inmensos recursos sustraídos a la producción; absorción burocrática del control económico y financiero; reelección indefinida del jerarca". Semejante pintura concluía con una frase terrible: "Ya están dadas las condiciones totalitarias".

¿No fue una descripción también destinada a nuestros días? ¿O son nuestros días un retroceso patético a la espantosa ciénaga del pasado? Como si no hubiese sido explícito, dejó una inolvidable ilustración al preguntarse qué había hecho el señor Mussolini al capturar el dominio de Italia. Había mantenido las instituciones, sí, sin suprimir el Parlamento. Pero había desjerarquizado el Parlamento. No suprimió a la oposición, no, pero la ignoró y humilló. Cambió las leyes electorales para tener una mayoría automática. No estableció una censura manifiesta, no, pero creó un sistema de coacción económica y moral hasta dominar toda la prensa. Los sindicatos fueron ganados uno por uno por la fuerza o el soborno. El partido oficial fue convertido en órgano del Estado.

Ante la inminencia de su fin, Lebensohn se abstuvo de exclamar "¡No quiero morir!". Manifestó: "No debo morir; hay tanto que hacer, tanto que luchar, luchar..." José Bielicki cierra su biografía reafirmando la misión de apóstol que caracterizó a ese político de raza, su visión humanística, su actitud humilde y generosa, su compromiso con los valores altos. El traslado de sus restos a Junín provocó una multitudinaria movilización espontánea. Centenares de coronas hicieron guardia de honor ante el paso del cortejo. El diario Democracia , al que el gobierno escamoteaba papel, consiguió aparecer, pero enlutado por un vacío irreparable. Vuelvo a Félix Luna: "Lo más importante de Lebensohn es la pasión que lo animó y la jerarquía que dio a la política como instrumento para mejorar la vida colectiva". © LA NACION

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1204628

sábado, 14 de noviembre de 2009

Crisis


Otro jueves negro en el Wall Street Journal,
desde el veintinueve la bolsa no hace crack,
cierra la oficina, crece el desvarío,
los peces se amotinan contra el dueño del río.

En el vecindario a la hora del rosario
ni carne ni pescao,
dame otra pastilla de Apocalipsis Now
mientras se apolilla el libro rojo de Mao

Crisis en el ego,
todos al talego,
crisis en el adoquín.

Crisis de valores,
funeral sin flores,
dólares de calcetín.

Crisis en la escuela,
quien no corre vuela,
sexo, drogas, rock and roll.

Crisis en los huesos
fotos de sucesos,
cotos de caza menor.

Dan ganas de nada mirando lo que hay:
ayuno y vacas flacas de Tánger a Bombay.
Siglo XXI, desesperación,
este año los reyes magos dejan carbón.

Y la gorda soñando que le aborda el crucero
un fiero somalí.
A ritmo de cangrejo avanza el porvenir
mirándose al espejo de esta España cañi.

Crisis en el cielo,
crisis en el suelo,
crisis en la catedral.

Crisis en la cama,
cada sueño un drama,
un euro es un dineral.

Crisis en la luna,
la diosa fortuna
debe un año de alquiler.

Crisis con ladillas,
manchas amarillas,
pánico del día después.

Crisis en la moda,
firma y no me jodas,
esta no es nuestra canción.

Guerra de intereses,
vuelvo haciendo eses,
ábreme por compasión.

Putas de rebajas,
reyes sin baraja,
inmundo mundo mundial.

Sábado sin noche,
México sin coches,
libro sin punto final.

Cómete los mocos,
no te vuelvas loco,
múdate a Nueva Orleans.

Gripe postmoderna,
rabo entre las piernas,
Clark Kent ya no es Supermán.

Mierda y disimulo,
crisis por el culo
del zulo de tú nariz.
Crisis, crisis, crisis...

miércoles, 21 de octubre de 2009

Proclama revolucionaria de 1932


“Frente a la dictadura del general Justo, las dictaduras de la compañía Standard Oil, Bunge y Born, Dreyfus, asociaciones de frigoríficos, tranvías, uniones telefónicas, etc. Frente a esta dictadura extranjera disfrazada canallezcamente con los colores de nuestro pabellón y a la que solo civiles y militares que han caido en la ignominia de traición a la patria pueden apuntalar, proclamamos la revolución con el fin de reconquistar para el pueblo argentino, la suma de derechos y libertades ultrajadas, arrojadas por las miserables legiones fascistas del jockey club y del círculo de armas que no han trepidado en vender la nacionalidad a cambio de satisfacer sus barras bastardas y ruines de ambiciones personales de orden político y comercial.

A los jefes y oficiales dignos, a los suboficiales y cadetes del ejercito, de la marina, a los obreros, a los chacareros y a la juventud universitaria y de institutos secundarios, a los pequeños comerciantes, propietarios e industriales incitamos a acompañarnos en esta santa cruzada, rebelde y renovadora por la democracia y la independencia política y económica de la nación y de sus clases productoras. Argentinos de pie, a las armas, viva la República Argentina, viva la Unión Cívica Radical.”


El manifiesto revolucionario transcripto fue encontrado en la chaqueta del Teniente Coronel Regino Lascano tras ser asesinado en Curuzú Cuatiá por los exponentes del régimen fascista que derrocaron el gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen.

Cabe consignar que esta proclama no es para incitar a nada, constituyendo si un aporte histórico para saber de donde venimos.

Fuente: proclama leida por el Presidente del Comité Departamental de Paraná, provincia de Entre Ríos, Fabián Rogel, en el homenaje a Osvaldo Alvarez Guerrero con motivo de haberse cumplido el primer aniversario de su fallecimiento y que organizara la Fundación Arturo Illia.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

El tiempo del radicalismo


El resultado electoral en la ciudad de Rosario del pasado domingo dejó mucha tela para cortar.

Los números arrojados en este comicio basicamente pusieron al desnudo el agotamiento de un modelo de gestión que ya no brinda respuestas a los vecinos y como indicador basta consignar que en el lapso de dos años el socialismo perdió 150.000 votos.

También indican los números las dificultades del justicialismo para erigirse en opción en una ciudad con tradición no peronista y la aparición de dos nuevos actores hablamos de las expresiones vernáculas de Mauricio Macri y Fernando Pino Solanas.

En cuanto a la perfomance electoral de la UCR rosarina los 69.716 votos obtenidos marcan una clara recuperación partidaria y una excelente oportunidad para constituir al radicalismo en alternativa para el 2011.

El resultado obtenido por el radicalismo rosarino es doblemente meritorio por tratarse de una elección trabajada artesanalmente a la usanza alfonsinista basada en el boca a boca, puerta a puerta para llevar el mensaje de la UCR, compitiendo contra la parafernalia publicitaria del partido de gobierno, con un plus vergonzoso: la utilización de todos los recursos de la Municipalidad de Rosario al servicio de la campaña electoral.

Cabe consignar que con los votos obtenidos la UCR quedó a 50.000 votos de diferencia del socialismo rosarino siendo esta distancia toda una invitación a redoblar esfuerzos para recuperar la Intendencia de Rosario, un objetivo cada vez más cercano.

Los números rojos de la gestión municipal, un intendente más preocupado por su futuro personal que por la gestión local, la desidia y la inacción, la lectura en clave kichnerista del resultado electoral y la credibilidad en crisis a partir del apoyo socialista a la ley de medios k, constituyen indicadores de lo que vendrá para los rosarinos, pero también constituye toda una oportunidad para la construcción de una sana alternancia.

Estos tiempos de alegría que corren en nuestra centenaria fuerza política, ameritan una correcta lectura del resultado electoral, vigorizar la estructura partidaria, el diseño de un programa de gobierno municipal y fundamentalmente no distraer esfuerzos en cuestiones subalternas.

Cumpliendo aquello de hacer lo que se debe que nos legara Alem, sembrando esperanzas como nos enseñara Don Hipólito, con el ejemplo de Don Arturo y la consecuencia de Raúl Alfonsín, participando, trabajando, militando, un futuro promisorio asoma para el radicalismo en la ciudad de Rosario

domingo, 6 de septiembre de 2009

6 de septiembre de 1930: Un hecho que fue bisagra


Por Diego Barovero

Se conmemora un nuevo aniversario del acontecimiento que marcó la tónica de la segunda mitad del siglo XX en la República Argentina: el primer golpe de Estado, que derrocó el gobierno constitucional del presidente Hipólito Yrigoyen.

Yrigoyen había asumido por segunda vez el gobierno de la Nación con una mayoría abrumadora: había obtenido el doble de votos que sus adversarios.

Luego de la presidencia de Marcelo de Alvear, el anciano caudillo radical llegaba convencido que debía dar forma definitiva a la Reparación Nacional que se había insinuado de 1916 a 1922. Pero desde el día siguiente al inicio de su segundo mandato comenzó a tejerse una sorda conspiración que involucraba a los sectores del privilegio económico nacional e internacional, la prensa y sectores militares más reaccionarios.

La nota característica de la segunda presidencia yrigoyenista fue la lucha por la nacionalización del petróleo y la acción de YPF, bajo la dirección del general Enrique Mosconi.

En agosto de 1929 YPF toma el mercado petrolero interno y define el precio de suministro en detrimento de las grandes compañías a la vez que celebra un contrato con la empresa Iuyamtorg Corp. dedicada a realizar el intercambio comercial entre la Unión Soviética y América del Sur.

El contenido de dicho contrato consistía en que la Argentina comprara nafta a la Iuyamtorg y la empresa se comprometía a invertir lo percibido en productos argentinos derivados de la ganadería, la agricultura y la industria nacional, lo cual no produciría la fuga de oro del país.

La nafta soviética vendría a suplantar la importada sin molestar la producción de YPF y además el Estado argentino se reservaba la facultad de reducir la cantidad de nafta a importar si la producción de YPF aumentase y hasta la opción de rescindir el contrato si así le conviniera.

Las ventajas eran más que evidentes, el contrato con Iuyamtorg significaría un desalojo total de las compañías extranjeras, principalmente la norteamericana Standard Oil.

Pero para evitar el avance y penetración de la Standard Oil, se necesitaba la ley de nacionalización del petróleo, y de esta manera se aseguraba el país la propiedad de su riqueza, el monopolio de su explotación, transporte y comercialización.

La ley de nacionalización del petróleo -como otras iniciativas progresistas de Yrigoyen- había sido aprobada en Diputados pero sufrió la obstrucción de los conservadores en el Senado. Un testigo calificado cuenta que allá por el año 1928, antes de las elecciones le preguntaron a don Hipólito por qué quería ser nuevamente presidente, a lo que éste habría respondido: "Vuelvo por mi ley de petróleo".

Tamaña importancia le asignaba el viejo líder a la magnífica fuente de energía y riqueza que actualmente los argentinos dilapidamos en manos extranjeras sin control alguno.

La campaña de desestabilización y desprestigio de Yrigoyen y su administración hizo uso abusivo de la absoluta libertad de expresión y de prensa imperantes y adjudicó al presidente radical debilidad y falta de actividad. Sin embargo, en el bienio1928/1930 el Boletín Oficial acusa la producción de 2918 actos -Decretos- del Poder Ejecutivo y 8529 resoluciones ministeriales, sobre diversos temas de administración.

Los Decretos presidenciales se subdividen según el área de gobierno en:

Interior 316; Relaciones Exteriores y Culto 28, Hacienda 504, Obras Públicas 380, Agricultura 80, Justicia e Instrucción Pública 882, Guerra 550 y Marina 176. Es difícil creer que un presidente que en dos años produce casi tres mil decretos se encuentre en un estado de letargo o alelamiento.

Entre las medidas de gobierno más importantes se destacan la creación de más de seiscientas escuelas, la ley de creación del Banco Agrario, la ley de arrendamientos agrícolas, el decreto del Ferrocarril a Huaytiquina, el nuevo impulso a la Reforma Universitaria, haber sentado las bases de la Marina Mercante nacional y la creación de los institutos de la nutrición, del petróleo y del cáncer. En el plano de las relaciones internacionales ejerció la defensa de nuestra dignidad nacional por el valor soberano que emana de la autodeterminación de los pueblos y fomentó la confraternidad americana y mundial.

En septiembre de 1930 el producto bruto de nuestro país representaba el 50 por ciento del PBI de toda América latina. El domingo 7 de septiembre debían realizarse elecciones en Mendoza y San Juan para normalizar la situación de ambas provincias que estaban bajo la intervención federal, de las cuales surgirían gobernadores radicales y cuatro senadores que colocarían a la UCR yrigoyenista a sólo 1 voto de obtener mayoría en la cámara alta.

Pero un sonido metálico y siluetas marciales asomaron en Buenos Aires en la madrugada del sábado 6, sonido que puso fin a una época y cambió para siempre la historia argentina. Pero para peor.

dbarovero@yahoo.com.ar

(*) Vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano

martes, 1 de septiembre de 2009

A 120 años del mitín de la Juventud en el Jardín Florida


Conciudadanos:

Quiero, ante todo, saludaros con el mayor entusiasmo, y luego, de inmediato, pedir a esta altiva y generosa juventud que me perdone por el juicio que de ella me había formado, pues confieso que no hace muchos meses, y en una carta que dirigía a un antiguo y valeroso compañero de las luchas cívicas y actualmente en Europa, le expresaba la profunda decepción que me inspiraba la actitud de la juventud tratándose de la cosa pública.

Ya no hay jóvenes en la república -le decía; los ideales generosos, las iniciativas patrióticas no cuentan con su apoyo ni con su entusiasmo; los que se titulan jóvenes no lo son sino en la edad, porque cuando se les habla de la patria, de los sacrificios patrióticos o del cumplimiento de los derechos cívicos, reciben esas palabras con un solemne desprecio, considerando que tales asuntos sólo pueden preocupar la mente de los ilusos, de los líricos, cuando no dicen de los tontos; y agregan que en nuestros días la política ha cambiado de giro y que hay que ser más prácticos, adoptando otra política basada en el positivismo y titulándose, los que de tal manera piensan y proceden, hombres prácticos, grandes políticos, sabios y de talento.

Fue señores, en presencia de estos hechos que mi espíritu entrevió los grandes males que surgían del falseamiento de las instituciones, y que yo creía que la juventud miraba indiferente y por eso me expresaba en palabras tan amargas con respecto a la situación política del país.

Pero ahora, y en presencia de este movimiento reaccionario iniciado por la juventud, he comprendido mi error, y al comprenderlo me complazco en exhortar a esta misma juventud valiente y decidida, a continuar con orgullo la senda que señalaron con su sangre y con su ejemplo todos nuestros gloriosos antepasados!

¡Ah! Señores, nada satisface más íntimamente y retempla mejor el espíritu, que recordar con acentuada veneración los esfuerzos desinteresados y patrióticos de aquella juventud, que abandonando la cuna de sus más caras afecciones, cortando algunos el curso de sus carreras universitarias, y despreciando todos sus intereses personales, corría, llena de bríos y de santo patriotismo, a formar en las filas del ejército, que se coronaba de gloria en las batallas libradas por la libertad y el honor nacional!

Yo nunca olvidaré la noble y altiva conducta de la juventud argentina, cuando corrió presurosa hasta los campos sangrientos del Paraguay; y allí, entre los fulgores rojizos del combate exterminador, cada joven luchaba heroicamente y moría con sonrisa plácida, saludando con su última mirada las fajas gloriosas de nuestra bandera!

Y bien, señores; al terminar, os confieso que mi corazón se llena de alegría en presencia de este movimiento varonil, noble y levantado de la juventud, que así demuestra que posee la más grande cualidad del hombre: el carácter.

Conservadlo siempre puro, moral y justiciero; no desfallescais en esta grande obra que iniciais llena de fe y de entusiasmo, y si alguna vez necesitáis la ayuda de un hombre joven de largas barbas, pronunciad mi nombre, y correré presuroso a ocupar mi puesto con el ardor, la fe y la esperanza de los primeros años!

Discurso de Leandro N. Alem

lunes, 31 de agosto de 2009

Luis Dellepiane


por Enrique Pereira

DELLEPIANE, Dr. Luis (1895-1951) Fue una personalidad eminente de la Unión Cívica Radical. Un político de extraordinaria capacidad intelectual.

Siendo estudiante “Luisito” militó con fervor en el movimiento reformista, incorporándose muy joven al Radicalismo.

Integró la convención Nacional en la década del fraude y fue uno de los pocos afiliados radicales que actuó en F. O. R. J. A., de la que uno de los principales sostenes intelectuales, ejerciendo la presidencia de la entidad...

Dellepiane era un orador poderoso, que sabía trasmitir su pensamiento con fuerza y claridad. En 1946 llegó a la Cámara de Diputados de la Nación, sobresaliendo en el bloque “de los 44”. Fue reelecto en 1948, por cuatro años, mandato que no se completó por su fallecimiento, tras una larga enfermedad, el 31 de agosto de 1951.

Quedaron sus posiciones radicales y progresistas en el Diario de Sesiones, donde su palabra vibró en tiempos de tormentoso enfrentamiento entre radicales y peronistas; buen escritor, algo indisciplinado, su pensamiento está disperso en múltiples hojas de lucha en todo el país. Tuvo un visionario anhelo por la conjunción de las fuerzas democráticas de América Latina y basaba sus ideas en la praxis de los gobiernos de Hipólito Yrigoyen. Estuvo entre los fundadores del Movimiento de Intransigencia y Renovación.

En lo personal, Dellepiane fue un hombre afable, cordial, permanentemente dispuesto a brindar todo su saber a todo aquel que lo abordaba. Y Dellepiane, que sabía mucho de filosofía, de historia, de política… “brindaba verdaderas clases magníficas y gratuitas en una mesa de café, en un rincón de un comité o en casa de amigos.”[i]

[i] S/ L. Dellepiane, palabras del senador nacional (M. C.) Dr. Luis A. J. Brasesco al autor, el 15/9/1999

Fuente: http://diccionarioradical.blogspot.com/2007/10/dellepiane-luis-por-enrique-pereira.html

domingo, 30 de agosto de 2009

Yrigoyen y la abstención electoral del radicalismo


Un día como hoy en 1912, tras la aprobación de la ley Saenz Peña que consagró el sufragio secreto y obligario, el Comité Nacional emite un manifiesto al pueblo anunciando el levantamiento de la abstención y la vuelta a la acción electoral.

Al respecto el lider radical Hipólito Yrigoyen decía: " ...es así qué la abstención no ha sido entonces un recurso político militante sino una suprema protesta ,un recogimiento absoluto y un total alejamiento de los poderes oficiales, para dejar bien establecido en el presente y en la historia y como demostración al mundo que nos mira que la Nación no tenía ninguna comunidad con los gobiernos, que en hora fatal le arrebataron el ejercicio de la soberanía... hemos dejado resuelto el más vital de los problemas de las ciencias morales y políticas, resguardando a la patria las facultades plenas que son la primordial condición de los pueblos civilizados para avanzar expansivamente hacia su destino en acción noble y altiva, fundando su prosperidad y poder sobre las sólidas bases del ejercicio de su soberanía, porque vanas serán siempre las ofuscaciones del progreso, si no se basan en el establecimiento del orden moral y político".

Fragmento del libro "Mí vida y mí doctrina", Hipólito Yrigoyen

miércoles, 12 de agosto de 2009

Moisés Lebensohn, un espíritu inquieto


por Osvaldo Alvarez Guerrero

Moisés Lebensohn (12.08.1907-13.06.1953) es un caso paradigmático de lo que llamaría la cuota de "ignorancias parciales y recuerdos restringidos" en la historia política argentina.

Los pertenecientes a esa esfera de confusas exclusiones en las diversas corrientes de la historiografía nacional se invisten con el rótulo de figuras secundarias. Esa clasificación de personajes del pasado en jerarquías de importancia y trascendencia pública no ofrece objetividad.

La Historia no es una ciencia exacta. Por lo tanto, es frecuentemente arbitraria. Los historiadores suelen responder, y es casi inevitable que así sea, a preconceptos ideológicos, políticos, religiosos y hasta provenientes de simpatías personales.

Desde el punto de vista exitista de la vida política como carrera por la ocupación de cargos estatales, (escala valorativa hoy de moda ) se comprende el olvido o la ignorancia de la trayectoria de Lebensohn.

El único cargo público nacional que tuvo fue el de convencional constituyente en 1949. Designado presidente del bloque radical, desde allí se opuso a la reelección presidencial. Denunció las cláusulas de corte totalitario, como el estado de guerra interno, que le permitía al presidente decretar la intervención de las fuerzas armadas en reemplazo de los poderes Judicial y Legislativo.

En un discurso de sólido contenido jurídico y político, señaló cada uno de los componentes autoritarios del gobierno del general Perón y de la drástica eliminación de las libertades de prensa y expresión de las ideas, que caracterizó a su régimen.

Al retirarse con su bloque de la Convención Constituyente reunida en tan irregulares condiciones, y en respuesta a los gritos de la mayoría "¡Que se vayan!" exclamó: "Volveremos, para dictar la Constitución de los argentinos". Poco más tarde, Lebensohn sufrió la cárcel por razones políticas durante más de un año y allí se quebrantó su salud física definitivamente.

Pero lo importante de Lebensohn no está en los cargos que ocupó, sino en su intensa vida política desde el llano y en la coherencia y lucidez de su pensamiento democrático.

Por lo pronto, Lebensohn fue mucho más que un lúcido crítico del conservadurismo fraudulento de los treinta y del autoritarismo populista de los cuarenta.

Periodista (fundador y director del diario "Democracia" de Junín, un ejemplo de periodismo moderno, inteligente y profundo); estudioso de la filosofía política y la economía, fue seguramente el teórico más interesante e inteligente de la Unión Cívica Radical.

Queda de su pensamiento un puñado de discursos y de artículos periodísticos de lógica impecable y de vigorosa elocuencia. Hace décadas que no se reeditan, ni siquiera se difunden por el partido al que perteneció.

La claridad expositiva de esas pocas piezas lebensohnianas no excluye un ideario denso y complejo que se filtra tras una escritura lineal con sentido pedagógico y esclarecedor. Pero además de intelectual comprometido, Lebensohn fue hombre de partido, un dirigente activo de la renovación de las estructuras partidarias del radicalismo, un formador de cuadros militantes juveniles, incansable misionero, tribuno de palabra racional y emocionada retórica, una síntesis difícil y pocas veces alcanzada por el discurso político.

Muchas de las ideas de Lebensohn eran el producto de las concepciones políticas y económicas de su tiempo y de su generación: el Estado de bienestar y la democracia social, en buena parte plasmados en el tantas veces invocado y poco conocido Programa de Avellaneda del Movimiento de Intransigencia y Renovación de 1945.

El yrigoyenismo de Lebensohn era dinámico: no estaba anclado en el elogio acrítico de los gobiernos del gran caudillo. Por el contrario, lo consideraba la semilla de un proyecto inconcluso y muchas veces deformado por sus seguidores, por sus adversarios y por las propias limitaciones del fundador del radicalismo.

La de Yrigoyen había sido una revolución democrática frustrada, aun latente en sus principios fundamentales. Para Lebensohn ese proyecto seguía inconcluso, no solamente interrumpido.

La idea lebensohniana tiene una dialéctica abierta que no culmina en el círculo acabado de la geometría utópica. Lebensohn era un espíritu inquieto y, a medio siglo de su desaparición, aún se despliega, potente, en las dos grandes líneas de su ideario: la democracia social y la condición intangible de la persona humana.

El materialismo marxista, al que conocía en profundidad, nunca hizo carne en él. Su concepto de las igualdades sociales y económicas lo condujeron a una concepción flexible de incomplitud en los procesos sociales. No creía en la lucha de clases como motor de la historia, sino en la posibilidad movilizadora de las necesidades insatisfechas materiales y espirituales, que alientan la inquietud de la condición humana en todas las capas de la sociedad. Era socialista en cuanto al valor de la igualdad y la justicia, pero su idea del desarrollo humano absorbe la chatura opaca de una sociedad definitiva.

Afirmaba que "no pueden invertirse los fines del Estado, cuyo intervencionismo sólo puede referirse a la administración de las cosas y a los derechos patrimoniales, y no a los derechos del espíritu, morada de la libertad humana". Por eso la libertad, como realización indelegable del individuo, como desenvolvimiento de todas las potencias de la persona, signaba todo su pensamiento.

Hay una introspección poética de la vida del hombre que constituye en Lebensohn el punto central de su sensibilidad y de su ética política y lo alejaban de cualquier materialismo. De ahí que concibiera a la Argentina como una república que no constituye un simple trozo de territorio, un mercado o una factoría rica, ni una nación metafísica basada en etnias, religiones o lenguas, sino como sitio expansivo de la "causa del género humano".

Su valor fundamental era la libertad. Pero "la libertad no está oprimida sólo por las dictaduras, sino también por el privilegio económico. La Argentina nació como una república con el valor supremo de la libertad. Y quien abjure de la libertad -señala- está abjurando de su condición de argentino".

Lebensohn murió a los 44 años, el 13 de junio de 1953. "No debo morir", decía en su lecho final. No parece que el Partido Radical de hoy esté recordando sinceramente los deberes que se imponía el alma agitada de Lebensohn, ni mucho menos recogiendo su mensaje. Más bien su dirigencia lo está suicidando. Poco interesa, porque Lebensohn supera de lejos la decadente conducción de un partido que perdió su rumbo y envejeció en su propia laxitud quedantista. Nunca fue una figura cómoda para los dirigentes enquistados.

Sin embargo, y eso es lo que importa, para las jóvenes generaciones su prédica y su modelo de vida, de severo compromiso público, registran una actualidad sorprendente. Conviene releerlo.

sábado, 8 de agosto de 2009

Vigencia del Radicalismo


La vigencia del partido político que fundaron Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen se debe a sus principios, valores, programas, doctrina e historia sustentados por hombres y mujeres que a lo largo y a lo ancho del país abrazaron su ideario, estamos hablando de los radicales.

Ahora bien cabe una pregunta para estos tiempos que corren, de qué se trata ser radical? A modo de respuesta puede decirse que el sujeto radical es aquél que cuando tuvo que tomar una definición política se afilió a un partido político que sustenta los valores de libertad e igualdad, conjugados con una ética y con un sentido del compromiso civil de fortalecer las instituciones de la República.

Hoy muchos radicales lo son más por su historia que por su presente y lo son también esperanzados en un mejor futuro partidario.

Los radicales de los que hablo son aquéllos que desde el anonimato controlan los comicios, quienes participan en las campañas difundiendo boca a boca, puerta a puerta las propuestas, los que con orgullo y emoción de generación en generación relatan historias, los que por estos días están contentos y con optimismo por el resurgir del centenario partido.

Radicales los hubo y los hay de todo tipo personalistas y antipersonalistas, unionistas e intransigentes, moderados y progresistas, ahora ante ello cabe interrogar acerca de si existe un radicalómetro para determinar si uno es más radical que otro, la racionalidad indica que no, no obstante es intención de esta nota hacer un reconocimiento a esos hombres y mujeres que simplemente les sienta bien la definición de radicales.

Gracias a ellos ha sido posible echar por tierra los oscuros deseos de extinción del radicalismo y garantizar la vigencia de un partido político, siempre con la expectativa de que se puede reconstituir, de que se puede mejorar y desde donde poder reflexionar, trabajar e imaginar una ciudad, una provincia, una nación con un futuro mejor.

Cada vez que el partido se rompió, o quienes lo conducían se doblaban ante las tentaciones del poder, con tesón esos ignotos radicales lo mantuvieron de pie, por eso este reconocimiento a quienes simplemente quieren ser radicales.

http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2009/8/edicion_289/contenidos/noticia_5066.html

viernes, 31 de julio de 2009

Semblanza de Don Elpidio Gonzalez


por Arturo Capdevila

Evoco a don Elpidio González, caballero que fué todo un varón, todo un claro varón, digno, dignísimo de ser presentado a la contemplación y a la estima de las generaciones del país. Asiduo lector de Marco Aurelio: es decír, de uno de los mayores filósofos de la virtud que haya dado el mundo, y tan efectivamente virtuoso en su vida privada y pública que la opinión de sus contemporáneos coincidía en hacerlo descendiente de Numa Pompilio, el rey piadoso por excelencia.


González nutre su espíritu con la sustancia moral de esa lectura. La convierte en algo vital y pulsátil. Bajo su impulso se determina a seguir los pasos del maestro egregio en la educación de su alma, y frena, como aquél frenó, arrebatos y violencias. En adelante lo guiarán sus principios ejemplares, con tal arte para la asimilación de tales máximas, que repitiendo a su modelo -sobre la base, además, de una predisposición venturosa- la franqueza y la bondad serían siempre los rasgos distintivos de su carácter .

En transparentes honduras del alma debió de recoger nuestro claro varón la imagen del antiguo, contento de que uno de sus nombres hubiera sido Vero, en precisa conformidad con su natural verídico, y que aun hubiera debido elevársele a Verísimo en justo superlativo.

Pregunto ahora si alguno de estos rasgos de su confesado maestro en la filosofía del vivir faltó en el espíritu de don Elpidio González, o si más bien los tuvo a todos. El paralelo de su moralidad es perfecto. Como puntos cardinales de su conducta, Marco Aurelio, sabio director de sí mismo, nunca dejó de tener ante sí cuatro preceptos que le venían por varia herencia. De su abuelo, el de practicar costumbres irreprochables. De su padre, el de la modestia y la firmeza varonil. De su madre, el de la piedad y la beneficencia. De sus preceptores, el destierro de la expresión: No tengo tiempo...

Y asimismo supo trabajar con paciencia, huir de los frívolos, odiar la ostentación. y ponía buen semblante al libre juicio de sus conciudadanos y rostro igual para la buena y la mala fortuna.
Nuevamente pregunto si no respondió puntualmente el discípulo al maestro .

Pertenece a una familia de argentinos viejos, González. Sus antepasados tienen cosas argentinas que narrar desde el siglo XVII. Se cuentan entre los que hicieron sencilla y generosamente su obra. Su padre estuvo en la guerra del Paraguay, por voluntario designio. Más tarde su ardoroso patriotismo le conduciría también a las jornadas revolucionarias del 90, del 98, de 1905.

De ahí procede este ciudadano admirable; de aquel vigoroso tronco esta noble rama.
Son de agradecer las referencias del señor Torres acerca del patrono de González, patrono suyo de elección, no de imposición cronológica. Son de agradecer esas referencias, decía, porque ellas nos demuestran, con la íntima religiosidad de su biografiado, el valor que asumían estas cosas de los santos patronos en nuestras casas solariegas.

Sepamos, por de pronto, que González nace un 19 de agosto -el de 1875-, día de san Pedro Ad Víncula, o san Pedro de las cadenas. Bajo la fe del suceso puede entender el que nace en tal día, que siempre halla manera el Señor de hacer quebradizo al hierro y sacar a paz y salvo de todo a sus servidores. Muy bien le parece a González que ello suceda. Pero estima, además, en materia de milagros, la conveniencia de merecerlos. A este fin completará él a san Pedro con san Elpidio y aquí nos anoticia el biógrafo de González sobre que éste eligió por patrono entre los varios santos Elpidios del santoral, precisamente al más heroico en la lealtad; cabalmente a ese que, delante de Juliano el Apóstata, confesó y proclamó su credo cristiano, por lo cual, se dice, fué condenado al suplicio de ser arrastrado a la cola de caballos indómitos y arrojado luego a la hoguera para que allí terminase de morir. O sea que Elpidio González, en libertad de escoger el santo homónimo, tomó para sí el que más lo obligaba y mejor lo definía.


Como ciudadano es hombre también de todo o nada. Yrigoyen, en su política de la abstención acusadora, le brinda un arma muy para él; pues ¿dónde ejercicio más en consonancia con su índole que éste del ascetismo cívico en la forma de la intransigencia? Para todo eso está listo y también para cualquier acción elevada; alta la frente para la mejor inspiración, pulcras las manos para la más pura ofrenda. El tiempo dirá si ha de encontrar el ara de los holocaustos. Entre tanto, ajusta su vida a sus ideales. Es cuando viaja a Europa. Es cuando busca en España el arrimo de los hombres rectores de la nueva política peninsular .

La verdad es que hará falta mucho tesón y bravo ahinco, realmente multiplicarse en la milicia proselitista para ir liberando al país del enervamiento conforme y de la depresión indiferente. El que vistió el uniforme de oficial de la Guardia Nacional en tiempos de peligro de guerra, como el más fervoroso de los patriotas, trae ese mismo espíritu a la arena pública. Todo menos la descomposición moral. ¿Hay que conspirar? Se conspira en nombre de "principios incorruptibles" sin cuya vigencia no hay patria. Por lo demás, el programa de Yrigoyen es grande, claro, simple. Existe una hermosa, una hermosísima Constitución que va quedando en letra muerta y que debe renacer, siquiera sea porque se pagó por ella el precio de muchas inmolaciones. Tal el porqué, tal asimismo el para qué de la acción emprendida, con la enérgica resolución de cumplir una jornada "tan memorable como la de Caseros".
Y fué el 4 de febrero de 1905.

Me acuerdo de aquellas horas. Desde una quinta próxima a Córdoba, donde pasaba con mi familia el verano, oímos una noche el cañón. ¿Sería la revolución tan esperada? Con las primeras luces del 4, los repartidores cotidianos traen la confirmación. Estalló la revolución y está victoriosa. Yo tengo a la sazón casi los dieciséis años cumplidos. Quiero ir a la ciudad y ver. Mi padre, henchido de fervor, me lo permite y voy. Recorro todo el centro de la ciudad. ¡Qué bueno sería -pienso en el camino- encontrar a Elpidio González! -amigo de mi casa y de mi padre- que me distingue siempre tan bondadosamente. Pero no le hallo, como es natural.

Las calles están de un aspecto nuevo, las gentes con otro aire. No hay gendarmes de la policía en las esquinas. Son soldados del Ejército los que velan por la tranqttilidad colectiva, fusil al hombro. También pasan por los barrios patrullas de caballería. Conocemos el nombre de muchos valientes. Nos sentimos inflamados por el entusiasmo... Pero había sido solamente un espejismo. El movimiento revolucionario, triunfante en Córdoba, sucumbió en Buenos Aires. Todo estaba acabado. Mi dolor fué confuso; de una tristeza no fácil de definir. Sólo sé que comenzaba a saber con esa experiencia que la patria es sufrimiento también.

Tres días después llovió torrencialmente. Los caminos, allí en el campo, eran un solo barrizal. Serían las 3 de la tarde de ese lluvioso día. Todos dormían en casa menos yo que escribía en la mesa del comedor con las ventanas abiertas al jardín y a la lluvia. En eso, en una pausa del aguacero, un galope. Un galope que se viene aproximando. Instantes más, y veo que tras el cerco, detiene el jinete su cabalgadura y se apea. El jinete franquea la puerta preguntando por mi padre. ¿Será Elpidio González que acaso viene a refugiarse bajo nuestro techo? Quizás. ¿Por qué no? Pero no es él. No es tan aventajada su estatura. El que avanza es un caballero alto, de recio porte, uno de los ayudantes de González, el garrido entrerriano Manuel del Arca. Se adelanta empapado por la dura lluvia, con el sombrero hecho hongo sobre la cabeza, y al aire con insolencia dos largos revólveres en el cinturón. Es un revolucionario que va a ocultarse y que por el momento pide restaurar sus fuerzas. Hay que improvisarle un almuerzo. y mientras se repone, cuenta, cuenta. ..y llueve otra vez. Al cabo de mediano rato más, como lleva prisa, se va.

Don Elpidio González pisa el suelo de esas laderas volcánicas. Anda por entre esas rachas de fuego. Pero conozcámosle bien: no tiene un alma colérica, ni pronuncia nunca palabras de vituperio para nadie. Su catequismo político es manso y suave. Lo que pasa es que en modo alguno sus convicciones firmísimas necesitan de esos estruendos verbales con que otros engañan la ausencia de ellas. Su bandera idealista sabe ondear con tanta gallardía alada, precisamente porque el asta es de hierro. Y va y viene entretejiendo los hilos de su labor, con los mismos contenidos modales, con la misma señoril moderación, ya afronte a los grandes, ya pase entre los humildes. Puede llegar momento en que deba reprochar y reconvenir.

Pero reprocha y reconviene en secreto. Cuando no le es dado enaltecer, caritativamente no hunde más. Socorriendo, es también como se debe ser. Acude con uno o con otro auxilio, mas no será él quien lo publique. Donde quiera que actúe su categoría moral se patentiza a las primeras expresiones. No busca nada para sí. El desinterés personal se transparenta en todos sus actos. Por darse entero a la obra cívica, !! Interrumpirá para siempre la carrera del Derecho en que le esperaban lustre y fama a la bienhechora sombra de juristas como los doctores Julio Deheza y Nemesio González, en cuyo estudio jurídico practicaba.

Ha perdido su carrera; pero la causa del civismo no le ha perdido a él. No se puede servir a dos amos. O en la plaza o en el foro. Los correligionarios, como para compensárselo, le decían doctor, y es lo justo. En la verdad de los hechos él es uno de esos inesperados doctores del Derecho Constitucional que hallan a veces las democracias. Yo también por eso le llamaba doctor en nuestras conversaciones, procediendo como quien se complace en un reconocimiento superior: el de su efectivo diploma doctoral estampado en pergamino de renunciación muy hermosa, y sellado con el blanco sello de un genuino espíritu de total sacrificio. Por lo demás, ¿no sabemos que él era un incansable abogado en el perenne litigio del pueblo con los detentores de sus derechos sagrados?

Cuadra perfectamente hablar ahora de la gran revolución universitaria de Córdoba, del año 1918, y situar a don Elpidio González en aquel ambiente ardoroso. Desde luego sospechamos que él se ve retoñar en esos renuevos. Tampoco a él le acomodaba en sus años estudiantiles tanta Edad Media como se condensaba en los claustros de la Universidad y muy singularmente en la Facultad de Derecho, con anacrónica persistencia; al punto de que aun era tema de clases y de exámenes la situación de los siervos en la sociedad. De tal manera esta Facultad, vital entre todas, se había vuelto el sanctasanctórum de la tradición, adonde no llegaban sino por excepción prodigiosa, quienes no fuesen los más respetuosos adictos, no ya de sus honorables archivos, sino, meior todavía, del polvo de esos archivos.

Enfocando este cuadro con un sentido estereoscópico, digámoslo así, en procura de la mayor exactitud externa e interna, conviene no olvidar algunas circunstancias topográficas urbanas: las unas del pasado, las otras de los nuevos tiempos.

Debe considerarse, por consiguiente, pues mucho importa, que la manzana de la Universidad tiene un típico aspecto español, colonial, de una intensa sugestión poética. Allá los paredones del Colegio de Monserrat, allá el macizo convento de los Padres de la Compañía de Jesús y el monumento de su templo, con sus torres poderosas; allá, en la angosta entrada de su muro lateral, la leyenda bíblica de las palabras de Jacob: Casa de Dios y puerta del cielo. Más allá las ventanas y tragaluces de los fondos conventuales como en un amontonamiento de extravagantes siluetas; allá, en fin, bajo el sordo pavimento, el supuesto subterráneo -¿desde dónde historia, hasta dónde leyenda?- que dicen unía antaño la casa de los Padres con los monasterios de Alta Gracia y Santa Catalina. Catacumbas sin catecúmenos; bóvedas que, de existir, no esconderían a la hora de hoy, más que sombra vacía. Todo ese romántico prestigio, todo ese delicado encanto.

Sólo una revolución podía sustraer a la Universidad de su glorioso pero estéril tradicionalismo. Revolución que estaba impuesta por los nuevos barrios y perspectivas de la ciudad misma: por la Nueva Córdoba; por las arboledas y avenidas de su parque; por la elevación de la Alta Córdoba; por las alturas del Observatorio Astronómico. Esa nueva topografía, determinando otro espíritu, había empezado a ponerle estrechísimo sitio a la Universidad.

¿Y podía seguir interrogándose en Derecho Público, que bien debía ser un Derecho Público Argentino, acerca de la soberanía del Príncipe, como pudiera haberse hecho en el caduco imperio alemán? A causa de ese absurdo prurito conservador aplicado a lo inerte, asignaturas muy serias se volvían risueñas. ¿Es que era posible perpetuar los años del Niego, del Concedo, del Distingo, en cátedra que exigía otros planteamientos y otros fines? Había que elegir entre las nostalgias y el porvenir.

De las otras facultades tampoco cabía afirmar que respondiesen con la debida amplitud a sus objetivos. El diputado Socialista doctor Juan B. Justo había podido informar a la Cámara respecto de gabinetes con maquinarias amortajadas de lona que nadie osaba poner en función.

En suma: la Universidad no sabía la hora. Su antiguo cuadrante, mal que mal, se había convertido en reloj. Pero marchaba con retraso y cierto asaz precavido espíritu se aletargaba en la quietud. Hay más. Por incuria, por inercia y también por rehuir contaminaciones, la Universidad cultivaba la hurañía. Símbolo vivo de su zahareña clausura era su campanero don Federico, el taciturno don Federico, melancólico misántropo que llevaba quince años de no salir a la calle ni para oír su misa, pues la tenía dentro, a virtud de la comunicación existente por aquel entonces, de la Universidad con la iglesia de la compañía. Amarguras del alma lo habían confinado en su desván, en un patio laberíntico, a solas con sus plegarías y su pena. ..

La Universidad, para el caso, se estaba confinando a su vez, por un exceso de devocíón y añoranza por las cosas que fueron y no han de tornar a ser.

Nada de esto ignoraba González. Dícho, contado y comentado por persona abonadísima, él lo venía oyendo desde la adolescencía; pues que años atrás le había ímpuesto de ese dramático proceso de la pereza confíada, su tío carnal, secretarío general de la Universídad, precisamente: don José Díaz Rodríguez, tan innovador, tan ilustrado, tan abierto, y tan en pugna con tanta parsimonía y dejadez.
La revolucíón se había vuelto inevitable y estalló. Una juventud no menos lozana que enérgica, venía a poner en la hora justa el reloj de la Universidad. Era el 15 de junio de 1918. Esa fecha es un nudo. Un nudo de incomprensíones, de rígídas tozudeces, de infortunadas injusticias por ambas partes, también. Pero por ese nudo pasa un hilo de oro: el futuro.

La lucha, acibarando enconos, hubo de llevar muchos meses, entre nerviosos episodios, elocuentes proclamas y manifestaciones enormes. Con todo, en setiembre de ese año no estaba aún sancionada por la autoridad la victoria incontestable de la juventud reformista. ..Es cuando Elpidio González, lugarteniente, alter ego, vícario del presidente de la República, llega a Córdoba. Por esos días entrará la primavera, y a fe que de un modo nuevo para la docta urbe. El 21 de setiembre, en efecto, la farándula estudiantil se lanza a la calle con carros alegóricos entre alborozados cánticos y alegres sátiras que la ciudad entera festeja. Esa juventud supo pelear muy bien y ahora sonríe. Sin ninguna duda, Elpídio González, el sobrino dilecto de don José Díaz Rodríguez, el estudiante de veinte años atrás, se ve retoñar -debemos repetirlo- en esos renuevos. Con seguridad condena los excesos fatales que se cometieron, pero no el movimiento innovador. Sereno y tuicioso, pulsa, mide y aconseja. Es probable que muchos señorones resentidos, poseedores de feudos en la campaña, se venguen de él con sus votos feudales. Pero a la juventud hay que darle la palma y el laurel, so pena de desvirtuar la significacíón tan claramente renovadora de la presidencia de Yrigoyen, y Elpídio González aconseja que se le den. Fué justicia y fué razón.

Ahora bien: es evidente que este hombre menudo, ágil, fino, de ojos claros, de una mirada abarcadora, llevaba el mejor camino. Vive para la masa anónima de sus conciudadanos pobres. Lo hace de corazón. Cree en ella y en sus grandes virtudes. Pero cree ante todo en el hombre, en cada uno de sus componentes. Quiero decir que es un individualista. A su juicio cada individuo en esa masa, para bien de ésta, debe ser promovido a la mayor responsabilidad personal. Para todos el adelantamiento y la meta, mas por la obra de los que rompen a caminar adelante. Con todo, se me figura que algo lo desazona a González en medio de sus bien vividos apotegmas del deber.

...¿Qué alcance tiene la acción?¿No marchamos a menudo en pos de meros espejismos? Ya es un místico. Empezamos a vislumbrar lo que pasa en su alma. Pero expliquemos su misticismo. En su sentir, la Unión Cívica Radical es como una nueva grande orden de caballería, donde cabe que existan caballeros monjes. El se siente serlo. El sabe que lo es. Se refrescan en su espíritu los tiempos de los templarios y de las iniciales reglas de san Bernardo. En rigor, se ha entrado fraile en la vasta religión del Radicalismo. No le falta nada para monje perfecto. Tiene derecho incluso al blanco manto de un Godofredo de Saint-Omer, ya que desde hace lustros es casto, como lo saben algunos íntimos suyos, por oblación a un maravilloso amor de su vida. Así para que sea más encendida su voluntad de servicio, guía sus pasos desde el Más Allá una dama transfigurada hasta la excelsitud por el amor y la muerte. El resto es obediencia, pobreza, milicia. El dinero ¿qué podrá darle que no posea? y los honores: ¿para qué los querrá? Cuando el 6 de setiembre de 1930 se interrumpe deplorablemente la línea institucional argentina, él se mira dueño de todo en su carencia de materiales bienes, como mañana se verá libre de todo en las cárceles que se le irán decretando. De este modo se acaba de convertir en un monje de la vida política, como ya lo era de la vida del corazón. Frecuenta las iglesias y la oración fervorosa. Los ojos se le han hinchado un poco. ¿De lágrimas o de mirar mucho al cielo? La voz se le ha vuelto aun más blanda. Sus manos son cordialísimas. Su sonrisa está llena de beatitud. y un día, formalmente, positivamente, piensa en la estametia y en el claustro, y anda en conversaciones acerca de estos anhelos suyos con los prelados. Si a la postre no ingresa en un monasterio es porque, según él mismo lo explica, la voz del Partido, en horas gravísimas para el civismo, se le impuso como verdadera voz de Dios, y él se dió entero otra vez, como en sus juveniles años, a la sagrada causa del pueblo.

¡Con qué autoridad moral se presentó en el ágora! Se dirige a los poderosos, los exhorta, los conmina. Habla con un acento nuevo y hondo, grave y puro. Por ese mismo tiempo se deja crecer bigote y barba, que ya le blanquean de tantas escarchas de sus noches y desvelos. También se le nota el agobio de los años en las espaldas combadas, como cansado muro que se alabea. Y momento viene en que no sabemos por esas calles quién es este hombre de modesto indumento que ha tomado un aspecto oriental y remoto. -¡Doctor Gonzálezl ¡Pero es usted!, exclamábamos. ¡Pero es usted! y le abrazábamos con efusión y respeto. Sí. Era él. Era él mismo, si bien ya un Elpidio González del todo venerable por esa blancura del alma que se le asomaba., hecha dulce vejez al noble rostro.

Después enfermó para el último trance. Se tendió para él, ex vicepresidente de la Nación, indeterminado lecho de hospital. Se comprendió por muchas señales que el ángel de la inmensa paz no andaba lejos. Que se le acercaba. Que le cubría con un ala. y ahora sí que la hora del ansiado hábito monástico de la orden seráfica se aproximaba, bien que el hábito le llegaría en forma de mortaja, con su cordón y su capucho, como probado buen abrigo para los fríos ulteriores.

En la mañana del 18 de octubre -año de 1951-, fueron trasladados sus restos del Hospital Italiano a la Casa Radical. Fuí de los primeros en reverenciar su silencio. Pero ya muchos prohombres del Partido habíanse adelantado a inclinarse ante su féretro. Estaba bellísimo aquel varón admirable en el lecho del ataúd. No como de mármol; sino, mejor, como de marfil. Así: ebúrneo. Y la barba, de una plata amarillecida, iba a confundirse con la cruz de su apacible fe que, como trascendente escudo, le habían puesto sobre el pecho. En esa forma, era una estampa del Oriente, así ataviado de peregrino de lo Eterno, como bajo un fulgor de santidad de otros tiempos: ¡tan rico estaba ese pobre!

Y pues parecía dormido y no muerto, y dado que seguía subiendo la mañana y no es bueno que un monje de san Francisco duerma más allá del alba, era como para tomar la resolución de decirle:

-Padre Elpidio, padre González, despertad. Miradnos. Aquí os estamos rodeando con la reverencia en el alma. Despertad, padre Elpidio González, ¡echadnos la bendición!.

ARTURO CAPDEVILA

Semblanza de Elpidio González por Arturo Capdevila, del libro biográfico de Arturo Torres, Editorial raigal, Bs. As., 1951.

Fuente: http://historia.radicales.org.ar/elpidiocapdevila.htm

El General Manuel Savio y el día de la Siderurgia Nacional


El 31 de julio de 1948 moría de un paro cardíaco el general de división Manuel Nicolás Aristóbulo Savio y por ello se instituyó, con justicia, al 31 de julio como el “Día de la Siderurgia”. Había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1893.

Savio fue el heredero de fray Luis Beltrán y el continuador de las tesis esgrimidas y materializadas –a través de YPF durante la presidencia de Yrigoyen- por el general Enrique Mosconi (cf. la Agenda de Reflexión Nº 241) para transformar una economía nacional agro-pastoril exportadora en otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento. Savio fue el primero del plantel de ingenieros militares que realizaron una “movilización nacional” de carácter militar y técnica al mismo tiempo, correlacionando las posibilidades de la industria con la defensa. Afirmaba que “la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos”.

En 1930 el teniente coronel Manuel Savio elevó el proyecto para crear la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de todas las armas. Por una suerte de compensación histórica, el presidente Uriburu, que mandó detener e investigar a Mosconi, facilitó a su continuador el medio para realizar sus planes. En 1934 egresan los primeros ingenieros militares. El 24 de diciembre de 1936 Savio asume la dirección de Fábricas Militares. En 1938 eleva un proyecto de ley para crear la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Actúa como un verdadero político, buscando aliados en todos los sectores, convenciéndolos de sus beneficios para el país. En 1941 se promulga dicha ley, que además lo autoriza a realizar exploraciones y explotaciones tendientes a la obtención de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio. Además del desarrollo de un programa de prospección geológico-minera en la Antártida Argentina. “Es un error el haber estructurado ‘a priori’ nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales”, decía. Luego propuso buscar yacimientos de hierro en el país. Los encontró en las serranías de Zapla, Jujuy. Los informes corroboran que el yacimiento es una cuenca sedimentaria de hematita cuya potencia visible asegura grandes reservas y justifica sobremanera la inversión necesaria para emplazar un “Alto Horno”. Se inicia inmediatamente la “gesta Zapla” cuando el país sufre el bloqueo de los grandes consorcios. Savio intenta formar una “conciencia metalúrgica”, apelando a los industriales, y recordando que la fábrica argentina de carburo de calcio debió cerrar por el “dumping” del exterior. Por esos días, el matutino La Nación sostenía en un editorial que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, para concluir que “en realidad no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado”.


El 11 de octubre de 1945 (en plena evolución de los episodios militares que provocaron la jornada del 17 de octubre) se produce la primera colada de hierro fundido hecha con materias primas nacionales. Poco después Savio entrega su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o “Ley Savio”), que es sancionada en 1947 –durante la primera presidencia de Perón-. Así se origina SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), cuyos altos hornos son emplazados en terrenos elegidos por el propio Savio en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Como presidente de su directorio renuncia a sus honorarios, pero no alcanza a ver concluidos sus sueños, debido a su temprana muerte, a los 56 años. SOMISA llegó a proveer a la nación 500.000 toneladas de productos semi-terminados de acero.

Cursó estudios en el Colegio Nacional Central de la Universidad de Buenos Aires y en el Colegio Militar de la Nación. Luego de su siempre ascendente y brillante carrera fue instructor de cadetes en el Colegio Militar y titular de la cátedra de Metalurgia y Acción de Explosivos. Organizó la Escuela Superior Técnica del Ejército y enriqueció, de manera trascendente, la industrialización castrense. En tanto la Escuela de Mecánica se dedicaba a capacitar operarios, la Escuela Superior Técnica se abocó a la tarea de formar ingenieros militares con avanzada especialización teórica y práctica. Para llevar adelante sus planes, Savio aplicó con gran lucidez las experiencias de la visita que realizó al continente europeo en 1923, como miembro de la Comisión de Adquisiciones del Ejército.

En 1933 escribió su primer obra titulada Movilización Industrial. Luego le siguieron los libros Política Argentina del Acero (1942) y Política de la Producción Metalúrgica Argentina (1942).

En su creación, Fabricaciones contaba con cinco establecimientos: Fábrica Militar de Equipos (ex taller de Arsenal), Fábrica de Material de Comunicaciones (ex laboratorio del arma de Comunicaciones), Fábrica de Aviones (transferida por la Aviación Militar), Fábrica de Acero y Pólvora y Fábrica de Explosivos de Villa María, estas dos últimas inauguradas por el propio Manuel Savio en 1937 y 1938 respectivamente.

En julio de 1943, a menos de siete años de su establecimiento como organismo autárquico y siempre bajo su conducción, Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. A las nombradas se sumaron: la de Fabricaciones Militares de Armas Portátiles “Domingo Matheu”, la de Tolueno Sintético, la de Munición de Artillería Río Tercero, la de Munición de Artillería “Borghi”, hoy “Fray Luis Beltrán”, la de Vainas y Conductores Eléctricos E.C.A., la de Munición de Armas Portátiles “San Francisco”, la de Materiales Pirotécnicos y la de los Altos Hornos Zapla.

Por otro lado, con el aporte de grupos empresarios, Savio organizó las siguientes sociedades mixtas: Industrias Químicas Nacionales, Elaboración del cromo y sus derivados, Atanor, Compañía Nacional para la Industria Química, Aceros Especiales y Siderurgia Argentina.

Al elaborar los fundamentos de la DGFM, Savio incluyó un capítulo sobre exploración y explotación de minas que, como él mismo definiría un tiempo después, creó “una verdadera revolución en cuanto a la tesis que sobre la materia se sustentó, terminantemente en aquellos tiempos, de explorar y explotar minas por intermedio de la DGFM, es decir, del Estado”. Con esa misión, la DGFM se dedicó a la exploración de las riquezas minerales de la Argentina cuyos resultados no tardaron en aparecer. Entre los más importantes de esos descubrimientos estuvieron: el hierro de Puesto Viejo, al sur de Palpalá, en Zapla; las arcillas y caolines bonaerenses, el uranio de Comechingones y de la mina “Soberanía”, de Mendoza; el cobre de Los Aparejos, en Tinogasta, Catamarca; el mineral del Paramillo, de Uspallata, Mendoza; la mina de hematita La Santa, Pastos Grandes, Salta; y el cobre y la rodocrosita de Capillitas, entre otras.

Cuando por el mes de agosto de 1945 fueron arrojadas las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, Savio de inmediato reaccionó insistiendo en que “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino. No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así fue como los treinta geólogos de la DGFM se lanzaron al relevamiento y la exploración del territorio nacional en busca de uranio, logrando hallazgos sorprendentes. Dos décadas después, Argentina estaba en el concierto de las pocas naciones que generaban energía nuclear.

Con el descubrimiento de los yacimientos de hierro en Zapla, la DGFM da inicio a la creación del Establecimiento Altos Hornos Zapla y la planta experimental de Palpalá, pilares de la nueva siderurgia argentina. El coronel Manuel N. Savio ya había explicado de forma excelente la importancia de formar una “conciencia metalúrgica”, en un discurso pronunciado en el salón de la Unión Industrial Argentina (UIA) en el mes de junio de 1942 que parece inspirado en la realidad contemporánea: “Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales… De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte; hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro; pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización y, como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial… muy poco, pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.

El presidente Ramón Castillo suscribió el respectivo Decreto que mandaba crear el Establecimiento Altos Hornos Zapla. Se licitó la construcción de la planta experimental de Palpalá, obra que quedó adjudicada a la empresa sueca “Svenska Entreprenad A.B.”, asumiendo el proyecto y la supervisión de la instalación del alto horno. A cargo del capitán Enrique Lutteral, ayudado por el geólogo Victorio Angelelli, se elaboró la galería principal de la mina de Zapla, bautizada “9 de octubre” en homenaje a la fecha de la fundación de la DGFM. Construida a dos puntas sobre una longitud de 500 metros, o sea a partir de sus extremos, tratando de empalmar en su parte media. Un método inusual, contrario a todas las prácticas universales, adoptado porque los equipos de perforación –trabajando con barretas y martillos por la carencia de elementos mecánicos y automáticos- no podían avanzar más de un metro por día, mientras el plazo estricto fijado por Savio requería otro ritmo.

Había que construir un cable carril desde la sierra de Zapla a Palpalá, para asegurar la bajada del mineral. Varios técnicos recorrieron el país en su búsqueda. En una mina riojana abandonada llamada “La Mexicana” encontraron uno. Hurgando sin descanso consiguieron varios tramos. La habilidad de los técnicos permitió una instalación aérea con cables adquiridos en trozos, como si fueran géneros, que soldaron con perfección, disimulando las uniones. Una doble línea de cable carril tendida a lo largo de doce kilómetros y medio con cinco estaciones tensoras y 109 torres de hierro en forma de T, plantadas sobre basamento de hormigón, unió a Palpalá, ubicada a 1.105 metros sobre el nivel del mar, con el extremo más cercano del yacimiento, a 1.500 metros de altitud.


El 7 de marzo de 1944, después de un año de estudios previos, comenzó la construcción de la planta industrializadora de Palpalá. Y en dieciocho meses se levantó el alto horno que, caso único en el mundo, se construyó de hormigón armado por la carencia de los materiales clásicos. Para la fábrica eléctrica y los soplantes, especie de ventiladores gigantes que hacen las veces de pulmón del alto horno, se requería un motor de 500 HP y en el país se fabricaban apenas de 80 HP. Savio reunió a los industriales argentinos y por último, el ingeniero Torcuato Di Tella se comprometió a construir seis motores de 85 HP para seis soplantes en paralelo, de manera que la presión de uno no ahogara al otro. Se debía quemar el gas del alto horno en una caldera y pasarlo a turbina. En Bahía Blanca se halló un motor viejo de 1.200 HP con dos décadas de uso, que se reacondicionó.

Mientras Chile, Brasil y México para sus emprendimientos siderúrgicos contaban con la colaboración norteamericana, Savio –condicionado por la política exterior argentina que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra- construía la planta piloto de Palpalá apelando a piezas en desuso recogidas a lo largo de todo el país. En un astillero viejo de San Fernando se compraron dos calderas antiguas, casi chatarra. Como no se pudieron obtener ladrillos refractarios para el interior del horno, una firma nacional los ofreció de sílice, siendo aceptados finalmente por los ingenieros suecos, pero sin ofrecer garantía.

Como combustible se utilizó carbón de leña del Chaco, Santiago del Estero y Salta. Inmediatamente, las voces de la prensa ecologista de ese entonces, clamaron “no se puede levantar la siderúrgica con carbón vegetal, vamos a quedarnos sin montes”. A lo que Savio respondió activando el Vivero de Pirané e iniciando las plantaciones de 15.000 hectáreas de eucaliptos en la zona Zapla-Palpalá, formando un bosque de 30 millones de árboles, que al día de hoy, permite todavía la realización de cortes cada siete años.

Se acercaba el día ansiado en que el horno entraría en funcionamiento. Se suscitó entonces una cuestión grave: no se contaba con los repuestos imprescindibles en caso de avería, que debían ser comprados en el exterior, y era claro que Zapla iba a ser jaqueada por el extranjero, debido a la importancia que remitía a la soberanía y defensa nacional. El riesgo a correr era inmenso, pues si se interrumpía la operación del alto horno el tiempo suficiente para que se enfriara y solidificase el material, su inutilización sería definitiva, y volarlo su destino sin remedio. Savio sopesó las circunstancias y dijo “¡Adelante!”, asumiendo toda la responsabilidad; la suerte lo acompañó pues el horno trabajó dos años sin problemas y a esa altura los repuestos ya estaban a mano.

El día 11 de octubre de 1945 surgiría el primer chorro brillante de hierro que, en palabras de Savio, “iluminará el camino ancho de la nación argentina”. Sin demora, el capitán Lutteral se tomó desquite: envió al sabio alemán Schlagimtweit, el mismo que tres años atrás sostuviera que “el mineral de Zapla no es reductible”, un trozo de lingote con una simple tarjeta: “Para que le clave los dientes”.

Así, Palpalá se fue convirtiendo, como lo quería Savio, en un centro de irradiación industrial, a la vez que elevaba el nivel económico, cultural y social de la región, transformando al pueblito que en 1940 tenía tan solo tres casas, en el tercer centro poblacional de Jujuy, con más 30.000 habitantes, viviendas espléndidas, escuelas primarias y técnicas, y centros culturales.


Claro, soplaban otros vientos que ahora. En el ya citado discurso a la Unión Industrial Argentina, en el mes de junio de 1942, Savio definió los lineamientos de lo que sería la planificación de la nueva industria, destacando primordialmente la “necesidad de protección, por lo menos en la etapa inicial”, señalando que “Me siento en el deber de expresar, sin eufemismos, que sin una franca protección del Estado, todo este plan y cualquier otro, correrá igual suerte; porque es un secreto a voces que la producción universal de todos los productos que he enunciado está controlada por organizaciones poderosas, con medios suficientes para determinar crisis decisivas donde y cuando convengan”.

El descubrimiento casual de una mina de azufre por parte de un grupo de exploradores en el sudoeste de la provincia de Salta, a unos 5.200 metros de altura, sería el comienzo de la industria azufrera argentina. Comenzada a explotar a cielo abierto por una compañía privada, Savio tomó contacto con ella y en 1943 se organizó la Sociedad Mixta Azufrera Salta. Al año siguiente, mediante el apoyo de Savio y la DGFM, empezó a producir 31.000 toneladas de azufre, utilizadas en su mayor parte para la obtención de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono para la pólvora negra y aspersiones contra insectos hongos, entre otros.

El 30 de enero de 1938 se inaugura la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos “Villa María”, ubicada en la localidad cordobesa de igual nombre, y que Savio completara y pusiera en funcionamiento en agosto de 1942, con las plantas de éter y pólvoras de nitrocelulosa. Poco tiempo después, se instalaría el segundo conjunto fabril químico de la DGFM en Río III. De su producción, las Fuerzas Armadas sólo consumen apenas el 4 por ciento, el resto lo absorbe la industria privada, que utiliza la nitrocelulosa para la elaboración de pinturas, esmaltes, lacas, barnices y películas radiográficas, mientras diversos explosivos se destinan a minería, obras viales y sismográficas.

La carencia de neumáticos –cubiertas y llantas- durante la Segunda Guerra había creado enormes dificultades al país. Savio se aplicó a que la DGFM obtuviera caucho sintético, para lo cual creó por concurso la Sociedad Mixta Atanor, que si bien no pudo resolver su producción, empezó a satisfacer la demanda de agua oxigenada, cloro soda, metanol y soda cáustica.

El 26 de agosto de 1942, bajo la dirección de Savio, la DGFM creaba en las proximidades de Campana, provincia de Buenos Aires, la Fábrica Militar de Tolueno Sintético: era el comienzo de la petroquímica en el país. Con la colaboración de Y.P.F. inauguró el 31 de diciembre de 1943 la producción del tolueno para la obtención del explosivo TNT. Y su desarrollo llegó a abastecer a la industria con solventes aromáticos y parafínicos, aguarrases y thinners.

El 4 de agosto de 1942, en la ciudad de San Francisco, provincia de Córdoba, se instalaba la Fábrica de Munición de Guerra y Armas Portátiles, que cuatro años después producía cartuchos de guerra y de fogueo, y posteriormente elementos de uso civil como motores eléctricos, discos para arado, material ferroviario como vagones y furgones, entre otros. Dos meses después, el 3 de octubre de 1942, se colocaba la piedra fundamental de la actual Fábrica Militar de Armas Portátiles “Domingo Matheu” en la ciudad de Rosario.


El 1º de abril de 1947 Savio inauguraba la Fábrica Militar de Material de Comunicaciones y Equipos, en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires con la finalidad de fabricar equipos de dotación de las Fuerzas Armadas, al tiempo que empezó a producir, también, equipos electrónicos como transmisores, receptores y equipos de televisión. Preocupado por los requerimientos de la industria del cobre para las Fuerzas Armadas y el uso civil, en 1944 adquirió la Sociedad Electrometalúrgica SEMA, de origen alemán, que pasó a llamarse Fábrica Militar de Vainas y Conductores Eléctricos. Ubicado en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, este establecimiento empezó fabricando latón militar para vainas, metales para la industria manufacturera y una amplia gama de conductores eléctricos.

En 1945 se creó la Fábrica Militar de Materiales Pirotécnicos, con asiento en Pilar, provincia de Buenos Aires, que abasteció a las Fuerzas Armadas y cubrió las necesidades de explosivos de uso civil como la elaboración de cargas para las perforaciones petrolíferas y mineras.

La Fábrica Militar de Aceros, de Valentín Alsina, que fundara en 1936 el general Reynolds y completara Savio en 1938, para 1969 era la única planta que producía en el país laminados planos de alto carbono y de acero al silicio para los que antes se dependía exclusivamente de la importación.

Catorce fábricas propias –o “núcleos de paz”, como las llamara Savio-, participación en ocho sociedades mixtas y nueve sociedades anónimas con mayoría estatal, tal es el panorama resplandeciente legado por Savio como Director de la DGFM.

Alarmado al comparar que treinta años atrás –en el decenio 1905-1914- la Argentina consumía 150 kilos de hierro y acero por habitante, y que en esos días de 1943 había descendido peligrosamente a menos de 50, sumado a que, a diferencia de la época de la Primera Guerra, la Segunda Guerra Mundial interrumpía el suministro a una Argentina que demandaba camiones, autos, locomotoras y demás, Savio proyecta un programa siderúrgico que comprenda “la ejecución anual de alrededor de 315.000 toneladas de acero en una etapa inicial”. Sostenía que “necesitamos barcos, ferrocarriles, puertos y máquinas de trabajo, y no nos podemos detener a la espera de milagros… ello es ya un imperativo en nuestro progreso, porque es un mandato de la argentinidad, porque lo requiere nuestra soberanía dentro de un programa que no persigue ninguna autarquía deformada por exacerbado nacionalismo, sino porque aspira a contar con un mínimo de independencia”.

El 24 de enero de 1946 tenía entrada en la Presidencia de la nación el proyecto de ley suscripto por el general Savio, con el objetivo de elevar el Plan Siderúrgico. Al someterlo al Congreso señala: “su finalidad esencial consiste en crear una real capacidad para la producción nacional de acero, en condiciones tales que aseguren el desenvolvimiento económico de la siderurgia argentina y su ulterior afianzamiento”. “La actividad industrial que encara este plan es vital, la necesitamos, como hemos necesitado nuestra libertad política, como hemos necesitado en su oportunidad nuestra independencia”. “La industria del acero es la primera de las industrias; y constituye el puntal de nuestra industrialización”.

En forma muy resumida, las finalidades de la ley eran: a) Producir acero en el país utilizando materias primas y combustibles argentinos y extranjeros en la proporción que resultara más ventajosa económica y técnicamente, tratando de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y de combustibles. b) Suministrar a las industrias de transformación y terminado de acero en calidad y costos adecuados. c) Fomentar la instalación de plantas de transformación. d) Afianzar el desarrollo de la industria siderúrgica argentina. El plan se cumpliría sobre la base de: a) Yacimientos de hierro en explotación y plantas del Estado existentes en este momento. b) La planta de la SOMISA que se creaba por esa ley. c) Otras plantas de sociedades mixtas que pudieran crearse. d) Las plantas de transformación y terminado de productos de acero del capital privado.

El 21 de junio de 1947 el Poder Ejecutivo promulgaba el Plan Siderúrgico convertido en la Ley Nro. 12.987, nombrando a Manuel Savio como Presidente de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina. En primer lugar, decide la ubicación de la planta siderúrgica en Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires. El 13 de marzo de 1948, en su carácter de Presidente de SOMISA, suscribe el contrato con la Armco Argentina, por el cual se encargan los planos y estudios, supervisión de la instalación y de la puesta en marcha de la planta a instalarse. El 26 de junio de 1948, el Directorio de Somisa aprueba el plan definitivo presentado por Armco, optando por un complejo para elaborar 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero.


Imprevisiblemente, y en mitad de la realización de su proyecto industrial para la Argentina, el general Savio muere y su Plan Siderúrgico se vería aplazado por casi una década, siendo Arturo Frondizi, aquel diputado que integrara la comisión especial para estudiar el Plan de Savio, quien en 1958, ya ungido presidente de la República, haría uso manifiesto del préstamo de 60 millones de dólares que en 1955, el Eximbank (Export and Import Bank of United States) le concediera al país en el gobierno de Perón para financiar las adquisiciones de equipos y servicios a efectuarse en Estados Unidos para la instalación de la planta de Punta Argerich, que pasaría a llamarse Planta Siderúrgica “General de División Manuel N. Savio”. El 20 de abril de 1960 se produce, en la planta de Punta Argerich, el primer deshornado de coque apto para fines metalúrgicos; el 20 de junio, la primera colada de arrabio y el 5 de mayo de 1961, la primera colada de acero. El 25 de julio de ese 1960, trece años después de la promulgación de la Ley 12.987, se realiza la inauguración oficial de la planta con la asistencia del presidente Frondizi.

La figura de Savio estará ligada a toda una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo económico del país; y no se podrá hablar en el futuro de la industrialización argentina sin tener en cuenta sus ideas y conceptos. El fijó con precisión los límites y el significado del proceso económico nacional. Y mostró las consecuencias del trabajo perseverante, tenaz, y sin renuncias al servicio de los intereses del país. Como fray Luis Beltrán, como Enrique Mosconi, el general Manuel Savio fue un varón ilustre. Su vida rompió los moldes comunes para transformarse en un ejemplo. Su personalidad no admite elogios fáciles, sino que exige penetrar en los múltiples rasgos que hicieron de él un jefe militar destacado, un creador vigoroso, un acendrado patriota.

Tantas décadas después, todavía suenan como corolario, en un país espiritual y materialmente vaciado, las palabras de Savio en 1946 “La del acero es una industria básica sin cuyo desarrollo no puede considerarse que un país ha alcanzado su independencia
económica. Incluso se comprueba la verdad opuesta: cuando menor es el desenvolvimiento de esta industria, mayor es la dependencia que se tiene del extranjero, con las graves consecuencias que de estas circunstancias se derivan”.

sábado, 25 de julio de 2009

Manifiesto de la Junta Revolucionaria del Parque, 26 de Julio de 1890


Al Pueblo:

El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país.

Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito de que nos pediría cuenta la opinión nacional.

Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular, consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo de gobierno propio; y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la república; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una constitución que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino.

La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual.

El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy. Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay república, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.

El presidente de la república ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante.

Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones.

El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado.

En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa.

Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.

Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio.

Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.

En el orden público ha suprimido el sistema representativo hasta constituir un Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva.

El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre, fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; no ha habido elección de gobernador que no haya sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien: hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una nación libre.

En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convenido, sin necesidad, en títulos a oro, aumentando considerablemente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado, por medio siglo, al yugo de una compañía extranjera, que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado.

Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido, está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para de que no se puede gobernar la república sin responsabilidad y sin honor.

Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la Nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien, de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de todas las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande.

El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno.

No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la república.

El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas.

El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la república. La Constitución es la ley suprema de la Nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un soberano déspota. El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe.

Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas.

El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada.

El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios, en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.

Por la Junta Revolucionaria Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena, Juan José Romero, Lucio V. López