Qué Sucedió en Siete Días,
4 de febrero de 1947
“Del gobierno a casa”, fue una frase memorable de Yrigoyen. Cuando Amadeo Sabattini concluía en Córdoba su mandato gubernativo, parafraseó el concepto: “Del gobierno a la calle”. Lo hizo: no ha vuelto a ocupar funciones públicas. En rigor, cumplió mejor la sentencia de Yrigoyen; se fue a su casa de Villa María, de donde sólo ha salido a ratos en muchos años. Sale poco, habla menos. “Es el nuevo Peludo”, dicen admirativamente sus parciales. Lo mismo expresan, con sorna, los adversarios.
Siempre fue reacio Sabattini a las declaraciones periodísticas; son la excepción. Lo habitual es que se filtren impresiones a través del círculo íntimo: Sabattini dice tal cosa, Sabattini opina tal otra. El 4 de junio no cambió ese hábito: algunos comentarios breves, una nota al comité nacional, repudiando todo pacto: varios discursos en la campaña previa al 24 de febrero... Entró después en prolongada etapa de silencio. Nadie había recogido, desde hace mucho tiempo, su opinión categórica sobre temas candentes del radicalismo y del país. Qué acometió esta tarea: lo entrevistó y Sabattini ha roto su mutismo.
Vale la pena recapitular la acción política de Sabattini en los últimos años, para ubicar mejor sus juicios en espacio y tiempo. Vuelto al llano en 1940 desde su “cueva” provinciana, influye ostensiblemente en la orientación radical. Da el espaldarazo a candidatos: Del Castillo, su sucesor en el gobierno, fue “hechura” suya. Rehúsa posiciones legislativas. Pudo ser senador nacional en dos oportunidades: prefirió ser “simple soldado”. El sabe por qué, comentaron sus opositores: Sabattini fracasaría en el Congreso; en cambio, convence y persuade en el ámbito de su consultorio médico.
Abril de 1943. El líder cordobés anuncia, si la guerra lo permite, un viaje a Europa, “en cuyo continente se están gestando hechos sociales que repercutirán en el futuro de la humanidad, y que es interesante estudiar”. Visitaría Portugal, España, Francia e Italia. Itinerario sugestivo –anotan quienes no comulgan con don Amadeo–; son países totalitarios, o sojuzgados por el Eje.
El viaje queda en proyecto: llega la revolución en junio. En Córdoba, el gobernador Del Castillo es depuesto, como todos los otros, pero pasa a ocupar la presidencia de la Corporación de Transportes en Buenos Aires. Surge, en el lenguaje político de la hora, un calificativo: colaboracionista. Lo es, para la oposición, Santiago del Castillo. ¿Contaba con el asentimiento de Sabattini? ¿Se iba a radicalizar, por conducto de éste, la revolución? La historia dará mejor respuesta. Mientras tanto anotan los contemporáneos: “Galoparle al costado” (usando una expresión familiar a Yrigoyen) fue la táctica aconsejada, ante el poder de facto, por intransigentes de alta jerarquía.
Después del 4 de junio se atribuyen a Sabattini actividades sigilosas para “copar” o respaldar la revolución. Conversa con jefes militares; ¿lo escuchan? Pareciera que no; Sabattini se exilia voluntariamente en Montevideo. “No quiere que lo manoseen –dicen algunos–: va a preparar la revolución...” El presidente Ramírez, por mediación de Elpidio González, le pide que colabore para la unión de los argentinos. Se concerta una entrevista que no llega a realizarse. Perón se opone, es la explicación. Vuelve Sabattini al Uruguay, donde reedita su aislamiento; San Ramón, villa apartada de Montevideo, es su nuevo retiro.
Marzo de 1945. Sabattini vuelve al país. De nuevo en Villa María, insiste en su antigua postura: “El radicalismo es la fuerza rectora del país. Nada de frentes populares”. Paralelamente, la cantilena pública: “Lo han llamado de Campo de Mayo. Es el hombre que une”. Más tarde: “Se entrevistó con Perón en el yate Adhara”. Sabattini deja hablar... En septiembre del ‘45 insiste el eco general: “Conversó con Perón en Córdoba”. Esta vez sale al cruce del rumor: “No me moví ese día de Villa María”. Y agrega, en un principio de definición: “Estamos contra el 6 de septiembre y contra el 4 de junio. Pronto se terminará el colaboracionismo”. Un mes después felicita al general Avalos por haber “posibilitado comicios libres sin candidatura oficial”. Protestan muchos radicales: nadie puede negar –afirman– que Perón es el candidato oficial. En la convención piden sanciones contra Sabattini.
La mayoría radical acepta la unidad democrática. Sabattini acepta la decisión, pero no actúa en la dirección de la campaña. En una breve gira, combate en el mismo tono “al régimen militar y a la oligarquía conservadora”. Cuando en Tucumán atacan su convoy a balazos y resulta herido en una oreja, ocupa la tribuna: “Los enemigos del radicalismo sólo desean instaurar un régimen de terror nazifascista como los que causaron la desgracia a Italia y Alemania”. Sabattini no es totalitario, observan los que recuerdan que proyectaba un viaje a esos países.
Después de la elección presidencial, Sabattini se aisló una vez más en Villa María. Aislamiento a medias. A su finca han llegado últimamente –lo divulgan a voces en la ciudad– visitantes secretos: figuras políticas, militares, hombres públicos del continente. Háblase de dos emisarios de Perón; con el primero se entrevistó; al segundo no lo habría recibido.
Villa María ostenta como sello típico su condición de residencia del ex gobernador. Pero el prestigio nacional de Sabattini es una cosa, y el local es otra. Los candidatos a intendente que él propicia vienen siendo derrotados. Un ex sabattinista, ex lustrador de calzado, ex fotógrafo ambulante y actual director del periódico Tercero Abajo, el “Turco” Salomón Deiver, es su enemigo pequeño; lo vence en los comicios municipales. Es la contrafigura del líder dicharachero, conversador, autopropagandista.
Los hábitos de Sabattini son notorios. Casi nunca sale de la casa: sólo para asistir a algún enfermo en consulta. De vez en cuando toma un helado en una confitería central. Mucha gente de Villa María casi no lo conoce, pero recuerda anécdotas graciosas. Ciertas tardes se lo ve regar el jardín de su casa, en salida de baño y con boina. Suele pasear por la cuadra en la misma indumentaria. Es sobrio en las comidas. Recuérdase una de sus cenas, cuando era gobernador. El menú: sopa, papas hervidas con aceite y café. El costo: 60 centavos. Glosa él mismo su sobriedad: “Soy un médico de campaña, y en otras épocas he vivido gastando muy poco, ya que mis costumbres son las de un campesino. No aspiro a ninguna clase de riqueza. Hoy nosotros somos los verdaderos descamisados”.
La casa de Amadeo Sabattini padece los estragos de los años. Para mucha gente la personalidad de su ocupante (esquiva, callada, hosca, austera, contradictoria) trasciende a las paredes.
Los enfermos aguardan en una habitación modesta; por todo moblaje, cinco sillas viejas, de estilos diferentes, y una mesa de revistas.
Hasta allí llegan los enviados de Qué, un cronista, con su cuestionario; su acompañante, con la intención de tomar fotografías.
Aparece el dueño de casa: gesto duro, ojos grandes, oscuros y saltones. Conduce a sus visitantes a su despacho-consultorio. En el trayecto, un corredor ancho, en penumbra densa, y otra dependencia privada, también oscura.
El despacho (la “cueva del Peludo”, como dicen algunos) no puede compararse con ninguna figura geométrica definida; rectangular en apariencia, tiene más de cuatro muros. En el techo, algunos ángulos ligeramente abovedados, y una claraboya. Pocos muebles. Un escritorio y un sillón giratorio. En un ángulo, sobre un armario, un diminuto busto de Yrigoyen, como único detalle ornamental. Tres sillones se apoyan sobre una de las paredes: son antiguos, forrados en blanco. Una camilla para la revisación de enfermos completa el moblaje visible; el resto se oculta en la semipenumbra de una zona irregular y estrecha de la habitación. Hay en todo reminiscencias de la casona de Yrigoyen, en la calle Brasil. Mientras Sabattini repasa con la vista el cuestionario, lo observan sus visitantes: es delgado, aunque sus íntimos dicen que ha engordado mucho en los últimos meses. Su atuendo de entrecasa es negligé: guardapolvo de médico, camisa de cuello grande, corbata de grueso nudo.
La pregunta inicial aborda el tema básico: ¿Se mantendrá unido el radicalismo? Otras se subordinan a ella: ¿Qué harán los intransigentes? ¿Cómo será encarada, en definitiva, la reorganización?
Sabattini relee una vez más el cuestionario, y se decide a hablar.
–Bien (hay decisión en el tono), esto se contesta muy fácilmente. Tome nota:
“En primer término es menester dejar aclarado que el concepto de unidad es fundamental y más en esta hora, en la que el radicalismo unido debe servir a los intereses del país, analizando desde la oposición la obra que se iniciara desde su fundación y que nadie será capaz de menospreciar y menos confundir.
“Nada tenemos que decir los radicales intransigentes, ni nada diremos de las autoridades partidarias. Si luchamos tesonera y limpiamente para imponer nuestra interpretación del radicalismo, es porque creemos que el radicalismo necesita una renovación de hombres y de conducta.”
–¿Su posición con respecto a la junta de los 15?
–Tengo confianza en ellos. Los radicales somos soldados disciplinados.
El cuestionario no comprendía específicamente la situación internacional argentina. Sabattini, espontáneamente, aborda el tema:
–Esencialmente en el orden internacional no estamos con nadie. Ni con el totalitarismo ruso, ni con el imperialismo yanqui. En la tercera guerra mundial que se avecina también seremos neutrales. Entendemos que más vale una gota de sangre argentina que todos los causantes de las luchas fratricidas mundiales, que se concretan hoy en los dos factores que se enfrentan: el totalitarismo y el imperialismo.
–En consecuencia, ¿su postura en materia internacional no se ha modificado después del conflicto bélico?
–Los hechos nos han dado por segunda vez la razón. Fuimos neutrales creyendo que las luchas anteriores no eran para un mundo mejor. El mundo quedó igual o peor que antes. Por eso hoy me ratifico en la posición: seremos por tercera vez neutrales. Esto nos separa, profundamente, de un sector de nuestro partido que, por lo menos, creyó que la última guerra fuera redentora.
–Los gobiernos anteriores, y el mismo de la revolución, mantuvieron una política neutralista. La campaña electoral del coronel Perón se cumplió bajo un lema antiimperialista. ¿En qué coincide su posición en materia internacional con estos antecedentes?
–Es menester aclarar que un mundo nos ha separado de los gobiernos anteriores totalitarios; con el presente, también totalitario, se impone advertir que si no está sentado en la mesa de Mr. Braden, lo hará en breve. Sí, su lema electoralista fue: “O Braden o Perón”. Pero no lo dude, en breve será “Braden y Perón”.
El cuestionario comprende una pregunta sobre la posición de Sabattini frente a las realizaciones políticas, económicas y sociales que cumple o puede cumplir el gobierno nacional. La interrumpe, tajante:
–Nada injusto ha sido otorgado a la clase obrera en los últimos tiempos. Tiene derecho a asegurar su bienestar. Las mejoras conseguidas en su lucha reivindicativa deben defenderse vengan de donde vengan.
El cronista insiste:
–¿Perspectivas del movimiento intransigente? ¿Verdaderos alcances de la reorganización radical?
–Ya le he dicho todo. Nada tengo que agregar. Relea los puntos anotados, desentrañe su sentido y verá que todo ha sido dicho.
La conversación deriva a otros tópicos de orden general, dentro del cuadro cívico. Concluye Sabattini:
–Creo en la necesidad de partidos fuertes, ya que son imprescindibles para la existencia de una democracia. Pero rechazo toda clase de alianzas, por considerarlas confusionistas y desteñidas. En esta hora grave es fundamental que se acentúe la pujanza de los partidos tradicionales, porque si no horas muy graves esperan al país.
La entrevista ha terminado. Sabattini, líder de la intransigencia, ha enfocado públicamente, por primera vez en mucho tiempo, a través de Qué, problemas de interés primordial para el radicalismo y la República.
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