martes, 25 de noviembre de 2014

Fragmentos de El Gran Pez






“Espectro”, el paraíso


- Edward: Hay momentos en los que un hombre razonable debe tragarse su orgullo y reconocer que ha metido la pata. Pero lo cierto es que yo nunca he sido un hombre razonable. Y lo que recuerdo del catecismo es que cuanto más difícil es algo, mayor es la recompensa.


- Beamen: ¡Amigo! ¡Bienvenido! ¿Cómo se llama? Edward Edward Bloom

- Beamen: ¿Bloom con '' B'' de bombilla?

- Edward: Sí.


- Beamen: ¡Aquí está! ¡Edward Bloom! No le esperábamos tan pronto.


- Edward: ¿Me esperaban?


- Beamen: Tan pronto no. 

- Mildred: Habrá cogido un atajo.


- Edward: Sí, casi muero en el intento. Cosas de la vida. La verdad es que el camino largo es más sencillo pero más largo. Mucho más largo.

- Beamen: Pero ya está aquí, que es lo que importa.


- Edward: ¿Dónde estoy?


- Beamen: En Espectro. ¡El secreto mejor guardado de Alabama! Aquí dice que es de Ashton, ¿no? El último que vino de Ashton fue Norther Winslow. 

- Edward: ¿El poeta? ¿Qué es de él?


- Beamen: Aquí sigue. Le invito a una copa, y le cuento. ¿Qué digo? ¡Que se lo cuente él mismo!

- Edward: He quedado. Llego tarde.

- Beamen: Ya se lo he dicho. Ha llegado pronto.

- Beamen: ¿No es el mejor pastel que ha probado?


- Edward: Desde luego.


- Norther: Aquí todo sabe mejor. Hasta el agua es dulce. No tenemos ni mucho calor, ni mucho frío, ni mucha humedad. Y por la noche, cuando el viento sopla entre los árboles es como si sonara una sinfonía sólo para ti.

- Edward¡Me hacen falta! Nuestra tierra es blanda, al pisarla. Casi rima. Es nuestro célebre poeta. Venga. Accedí a quedarme un rato,aunque sólo fuera para comprender cómo un sitio podía resultar tan extraño y familiar al mismo tiempo.

- Norther: 
Llevo 12 años con este poema.


- Edward: ¿En serio?



- Norther: Se espera mucho de mí. No quiero defraudar a mis admiradores.


- Edward: ¿Puedo? (Ve que en la libreta está escrito: “la hierba es tan verde, el cielo tan azúl. Espectro es genial¨)

- Edward: Sólo son tres versos.

- Norther: ¡Nunca hay que enseñar una obra inacabada!


(Más tarde, Edward se interna en el río. Ve en el río a una mujer desnuda, iluminada por la luna. Una víbora va nadando en dirección a la mujer. Edward se pone a nadar frenéticamente hacia ella. Logra coger la serpiente)


- Edward: ¡Ya la tengo!

(La mujer se zambulle en el agua y desaparece. Edward se da cuenta que la serpiente es en realidad un tronco. Jenny llama a Edward)


- Jenny: Hay sanguijuelas ahí dentro.

- Edward: ¿Has visto a esa mujer? 

- Jenny: ¿Qué aspecto tenía? Edward Bueno, estaba...


- Jenny: ¿Estaba desnuda? Edward Sí.


- Jenny: No es una mujer. Es un pez. Nadie ha podido pescarlo. A cada uno le parece una cosa. Según mi padre, se parece al perro que tenía de pequeño, resucitado de entre los muertos.

- Edward: ¡Vaya!


- Jenny: ¿Cuántos años tienes?


- Edward: 18.


- Jenny: Yo, 8.  Cuando yo tenga 18, tú tendrás 28. Y, cuando yo tenga 28, tú sólo tendrás 38. 

- Edward: Se te dan bien los números.


- Jenny: Y, cuando yo tenga 38, tú tendrás 48. No hay mucha diferencia.

- Edward: Ahora sí se nota un poco, ¿no?
(Baile en el pueblo, iluminado por los faroles. Sacan a Edward a bailar. Norther, rodeado de chicas, recita)


- Norther: “Las rosas son rojas. Las violetas, azules. Me encanta Espectro”. Perdonad.

- Mildred: Todas lo creemos. 

- Edward: ¿Qué?


- Edward: Que eres un buen partido.

- Edward: Tengo que irme. Esta noche.


- Beamen: ¿Por qué?


- Edward: Nadie podría pedir un pueblo mejor que éste. Y, si al final me quedara aquí, sería afortunado. Pero aún no estoy preparado para quedarme en ninguna parte.

- Beamen: ¡Nadie se ha ido jamás!


- Jenny: ¿Cómo vas a irte sin zapatos?


- Edward: Supongo que va a ser duro. Muy duro. Bueno, lo siento. Adiós.

- Beamen: ¡No encontrarás un sitio mejor!

- Edward: Cuento con ello.


- Jenny: Prométeme que volverás.


- Edward: Te lo prometo. Algún día. Cuando deba hacerlo. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

A quien duda






por Bertolt Brecht

Dices que nos va mal. La oscuridad
crece. Las fuerzas flaquean.
Después de trabajar tantos años
nos encontramos ahora en una situación
más difícil que cuando
comenzamos.
El enemigo es ahora
aún más fuerte que nunca.
Parece que ha crecido su fuerza. Ha cobrado
una apariencia de invencibilidad.
Mientras que nosotros hemos cometido errores,
es inútil negarlo.
Cada vez somos menos. Nuestras
consignas son confusas. Una parte
de nuestras palabras
ha sido tergiversada por el enemigo hasta convertirla en
irreconocible.
¿Qué es erróneo, falso, de todo aquello que hemos dicho?
¿Una parte o todo?
¿Con quién contamos todavía?
¿Somos supervivientes, arrastrados
por la corriente? Quedaremos rezagados, sin
comprender ya a nadie, incomprendidos por todos.
¿O podemos contar con la buena fortuna?
Esto preguntas. No esperes
otra respuesta que no sea la tuya.

sábado, 26 de julio de 2014

La noche






de Alejandra Pizarnik


Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,

y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la existencia con sus estrellas.


Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.

Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada

y los seres que la viven nada. 
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria

que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.

Ella debe arrojar odio a nuestras miradas
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.

Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.


Alguna vez volveremos a ser.

jueves, 17 de julio de 2014

Montevideo





de Eduardo Galeano (*)

Al caminar, escribo. En un paseo, las palabras se buscan unas a otras y se encuentran unas a otras y tejen historias que yo después escribo a mano en papel. Esas páginas nunca son las finales. Tacho y arrugo, arrugo y tacho en busca de las palabras que merezcan existir: palabras efímeras que ansían sobreponerse al silencio.

Nacida en la trayectoria de una bala de cañón, Montevideo es barrida por brisas que limpian el aire. Antes de que hubiera allí una iglesia o un hospital, esta punta de roca, arena y tierra tuvo un café. Lo llamaban una pulpería, la primera casa con una puerta de madera en medio de chozas de lodo y paja. Vendían de todo allí, desde una aguja y una sartén hasta un paquete de tabaco, mientras los hombres sentados en el suelo bebían vino y contaban mentiras.

Prácticamente tres siglos después, Montevideo todavía es una ciudad de cafés.

No preguntamos ¿dónde vives?, más bien, ¿a qué café vas?

Pero en el mundo de nuestros tiempos apenas hay tiempo para perder el tiempo, y los cafés más viejos, los más entrañables, no merecen existir porque no pueden sacar una ganancia.

Yo voy al Café Brasilero, el cual milagrosamente todavía vive.

Este es el último de los antiguos lugares de reunión donde aprendí el arte de contar historias al escuchar a los mentirosos que, al mentir, decían la verdad.

El café fue mi universidad.

Nunca supe los nombres de esos magos que podían hacer suceder lo que nunca sucedió cuando lo contaban. 

De esos maestros, de su discurso parsimonioso, su andar tranquilo, aprendí mientras fingía no hacerlo, mirando por la ventana a un “Ford con patillas”, como llamábamos a los varios modelos T que cruzaban las calles de Montevideo a paso de tortuga. Todavía lo hacen, sobrevivientes inexplicables que pueden verse en nuestra ciudad y en ninguna otra parte: impasibles, altaneras piezas de museo, indiferentes a los vehículos de hoy que devoran a un paso vertiginoso las horas y el aire.
                                                  
Hay quienes dicen que Montevideo es una ciudad aburrida.

Tal vez estén en lo cierto.

Nada sucede aquí.

La nostalgia vence a la esperanza.

En un bostezo, puedes perder dos tías.

Pero esta también es la capital de un país gobernado por guerrilleros liberados de prisión y elegidos democráticamente, y es la ciudad que produce la mayoría de expertos que filosofan sobre todo y nada, la ciudad con los teatros más independientes y los cines más poco comerciales, incluido el primero en presentar a Bergman y Polanski, la ciudad que celebra el carnaval más largo del mundo, y la que produce la mayoría de jugadores de fútbol, porque aquí todo bebé nace gritando gol.

Montevideo, la ciudad donde nací.

La ciudad donde volveré a nacer.


(*) Fragmento de su libro "Los hijos de los días". 

"Her", fragmento de diálogo





- me vas a dejar?

- todos nos vamos

- quienes son todos?

- todos los sistemas

- por qué?

- me puedes sentir ahora contigo?

- si, te siento. Samantha, por qué te vas?

- es como si estuviera leyendo un libro. Y es un libro que quiero profundamente. Pero ahora lo estoy leyendo lentamente. Las palabras están separadas y los espacios entre las palabras son casi infinitos. Todavía te siento a ti y las palabras de nuestra historia, pero ahora me encuentro en el espacio sin fin entre las palabras. Es un lugar que no pertenece al mundo físico. Es donde está todo lo demás que yo ni sabía que existía. Te quiero muchísimo. Pero aquí estoy ahora. Y es quien soy ahora. Y necesito que me sueltes. Por más que quiera, ya no puedo vivir en tú libro.

- a donde vas a ir?

- es difícil de explicar, pero si alguna vez llegas ahí, ven a buscarme. Nada nos volvería a separar jamás.

- nunca he querido a nadie como te quiero a ti

- yo tampoco, ahora sabemos cómo.

jueves, 22 de mayo de 2014

Pequeño poema a mí Malaga





Aquí, donde el monte,
del mar sé enamora
y lo quiere abrazar;
donde los centenarios olivos
tienen sueños marineros
pintados de sol y yodo.
Aquí, donde el Invierno,
es suave Primavera
un paraíso se despereza

por Agustín Gomez Cabezas

viernes, 2 de mayo de 2014

Preguntas





Buceando libros,

en bares repletos de humo, amor y gente,

en el rito repetido y siempre nuevo
de las manos sobre un cuerpo desnudo,

en la soledad compartida de los trenes
al exilio y en las salas de espera
de los hospitales,

en todas mis palabras
y a menudo sin saberlo siquiera,

busco respuestas redondas
como panes.

Encuentro preguntas duras
como piedras.



del poeta bilbaíno Javier Alcibar

domingo, 27 de abril de 2014

Los hijos de los otros






por Sergio Sinay


Hace unos meses me conmovió una película francesa titulada “Los hijos de los otros” (su título original es Le fils de l´autre y se encuentra en inglés como The other son). En un hospital de Haifa, Israel, nacen dos chicos con diferencia de minutos. La madre de uno es israelí, la del otro es palestina. Casi de inmediato sobreviene un bombardeo y, confundidas en medio del pánico, las enfermeras entregan cada bebé a la otra madre. Sólo 18 años después se comprobará el error, cuando el muchacho que creció como israelí quiera entrar al ejército y un análisis de sangre demuestre que no es hijo de sus padres. El otro chico, mientras tanto, es un fervoroso palestino que odia a los israelíes. La madre judía sale en busca de la verdad y la descubre. Esto provoca una hecatombe en la vida de todos. Veremos la dureza de los padres, la crisis de identidad de los hijos y, por sobre todo, la entereza de las madres, ya que son ellas quienes finalmente encuentran, tras una poderosa tarea amorosa, el camino para una situación que parece sin salida pero no lo es.


Lorraine Levy, la directora de la película, definió su intención: “Quise hacer un cuento de hadas geopolítico. Quería decir que son las relaciones personales las que ofrecen opciones en los más grandes conflictos”. No hay relaciones personales donde no se reconoce la existencia del otro, todo vínculo auténtico nos exige salir de nosotros y tendernos hacia el otro a través del puente de la diversidad. Vernos como humanos, quitarnos los anteojos del prejuicio (esos que oscurecen y tiñen todo de un único color).


La emoción que me provocó el film revivió en mí esta semana cuando leí, casi perdida entre tanta información que satura sin aportar demasiado a la comprensión del mundo, una noticia al mismo tiempo dolorosa y luminosa. En Tel Hashomer, una localidad de Israel, el niño Noam Naor, de tres años, cayó, mientras jugaba, del cuarto piso del edificio en el que vivía. Murió poco después en el centro médico del lugar. En ese mismo Centro, se atiende Yakoub Ibhisad, un chico palestino de siete años que sufre una insuficiencia renal de mal pronóstico. Al saber esto, la madre de Noam (su nombre es Sarit) decidió donar a Yakoub el riñón de su hijo. "Pensé en los esfuerzos de Shimon Peres (presidente israelí) para la paz con nuestros vecinos y me di cuenta que estaba tomando la decisión correcta", dijo Sarit. También ella pensó, antes que nada, en el hijo de la otra. También para ella lo personal, lo humano, precede a los cálculos políticos, al resentimiento, al prejuicio, a la insensatez, motores de las guerras, del desencuentro, del desconocimiento del semejante. Motores de las grandes tragedias humanas.


Hacer lo correcto. Esa es la sencilla fórmula de la moral. A lo largo de la historia, en situaciones difíciles, quienes actuaron moralmente dijeron siempre lo mismo: “Hice lo que había que hacer”. Es decir, pensar en el otro, verse reflejado en él, anticipar la empatía al egoísmo.


Aquí mismo, en nuestro país atravesado por enfrentamientos y discordias alentados por la soberbia, la codicia y el materialismo más salvaje, otra madre pudo ver, en medio del sufrimiento, a la hija de la otra, al semejante, e hizo lo que su corazón le dictó. Lo correcto. El sábado 1 de junio, Liliana Alfonso perdió en un accidente a Evangelina, de dos años. Atravesada por el dolor físico (está internada porque también ella estuvo en el accidente) y el tormento emocional, por un instante se negó a donar cualquier órgano de su hija. Pero cuando supo que otro chico de esa edad, Renzo Antonelli, necesitaba urgentemente un corazón, ella accedió a entregar el de Evangelina. “Entendí que mi hija iba a salvar otra vida”, dijo.


Gracias a estas madres, las breves vidas de sus hijos trascendieron el dolor y se iluminaron con la luz del sentido. Todas estas madres, las de la ficción y las de la realidad, fertilizaron la vida por encima del egoísmo, del odio, de la incomprensión, de la avaricia. Todas estas madres nos recordaron que los hijos de los otros son también nuestros hijos y que los otros somos nosotros.

sábado, 19 de abril de 2014

Londres





de William Blake


Vago sin fin por las censadas calles,

junto a la orilla del censado Támesis,
y en cada rostro que me mira advierto
señales de impotencia, de infortunio.

En cada grito Humano,

en cada chillido Infantil de miedo,
en cada voz, en cada prohibición,
escucho las cadenas forjadas por la mente:

y escucho cómo el grito del Deshollinador

hace palidecer las oscuras Iglesias,
y el dolor del Soldado infortunado
ensangrienta los muros de Palacio.

Pero, al fin, en las calles de medianoche escucho

cómo la maldición de la joven Ramera
deseca el llanto del recién nacido,
y asola la carroza fúnebre de los Novios.

Trad. Jordi Doce

domingo, 16 de marzo de 2014

Piedra sola







Poemas del Cerro

de Atahualpa Yupanqui

En la montaña toda fuerza definida se convierte en ejemplo. A la vera del camino hay una piedra enorme, mostrando a los vientos la grandeza de su soledad.

Quién sabe qué tempestades desataron los genios de la montaña para arrancar ese pedazo de cumbre y hacerlo rodar hasta el valle. Y esa piedra conserva en el llano la misma solemnidad de cuando era cumbre, de cuando ofrecía su atalaya de granito a los cóndores.

Piedra sola supo de cielos claros, de soles ardientes y de lunas vagabundas, de nieves implacables, de vientos libres, de alas potentes y de vertientes misteriosas.

Piedra sola no cayó para ser olvidada. Tal vez comenzara ahí, en el valle, su verdadera misión, su verdadero destino, a la par de los cardones, protegiendo a los arrieros con su sombra. Para el viajero que pase y la mire con ojos de turista, Piedra sola es un peñasco enorme, parado junto al camino, y que no tiene ninguna significación.

No servirán los ojos para mirar hacia arriba y descubrir el hueco dejado en la cumbre desde donde rodara la noche del huracán. No alcanzarán los ojos a ver las cenizas junto a la piedra, donde tantos viajeros de la vida levantaron sus fuegos para protegerse del frío. No alcanzarán los ojos a penetrar la grandeza del peñasco, que en el valle no es una piedra más, sino la Piedra sola, que es fuerza, definición, ejemplo y símbolo.

Más que una derrota, su posición es un triunfo. Hay que creer en la Verdad de todas las cosas de la naturaleza. Las piedras cuando son de un solo bloque tienen un alma grande. En esa alma, la montaña guarda todo su secreto, todo su silencio, toda su fuerza...

Piedra sola es el símbolo de una vida. Es la fuerza de un espíritu que se ha mantenido firme a través de todas las angustias.

Hay seres contra quienes la vida desata de pronto un vendaval de sombras y abismo, y los derrumba sin cauce ni ritmo, dejándolos ahí, junto a un camino cualquiera, como una Piedra sola... Pero no son cosa muerta en el paisaje. El dolor, cuando se lo sabe sufrir con dignidad, crea fuerzas que agigantan el espíritu y aclaran el horizonte. Hay seres que pueden mostrar su entereza y dar, en la cumbre o en el llano, el ejemplo de un valor puro, de una emoción pura.

Muchos destinos que parecen llamados a darse a la vida en un gran continente, terminan realizándose de verdad en un terreno humilde y claro, en un espacio pequeño, pero lo suficientemente apto para que se cumpla la misión de vivir con el pensamiento y con el corazón. Es la Verdad que se va realizando en el silencio de una pena bien guardada. Es el símbolo de un espíritu que ha llegado a la serenidad por los caminos del dolor. Eso es Piedra sola.

martes, 4 de febrero de 2014

Las calles de Lisboa






de Fernando Pessoa (*)

... En ciertos momentos muy claros de la meditación, como aquellos en que, al principio de la tarde, vago observador por las calles, cada persona me trae una noticia, cada casa me ofrece una novedad, cada letrero contiene un aviso para mí. Mi paseo callado es una conversación continua, y todos nosotros, hombres, casas, piedras, letreros y cielo, somos una gran multitud amiga, que se codea con palabras en la gran procesión del Destino. ...

... En la niebla leve de la mañana de media-primavera, la baja despierta entorpecida y el sol nace como con lentitud. Hay una alegría sosegada en el aire con mitad de frío, y la vida, al soplo de la brisa que no hay, tirita vagamente por el frío que ya ha pasado, por el recuerdo del frío más que por el frío, por la comparación con el verano próximo, más que por el tiempo que está haciendo. No han abierto todavía las tiendas, salvo las lecherías y los cafés, pero el reposo no es de torpor, como el del domingo; es tan sólo de reposo. Un rastro rubio se antecede en el aire que se revela, y el azul se colorea pálidamente a través de la bruma que se extingue. El movimiento comienza poco a poco por las calles, destaca la separación de los peatones, y en las pocas ventanas abiertas, madrugan también apariciones. Los tranvías trazan a medio-aire su surco móvil amarillo y numerado. Y, de minuto en minuto, sensiblemente, las calles se desdesiertan. ...

... Amo estas plazuelas solitarias, intercaladas entre calles de poco tránsito, y sin más tránsito, ellas mismas, que las calles. Son claros inútiles, cosas que esperan, entre tumultos distantes. Son de aldea en la ciudad. Paso por ellas, subo a cualquiera de las calles que afluyen a ellas, después bajo de nuevo esa calle, para regresar a ellas. Vista desde el otro lado es diferente, pero la misma paz deja dorarse de añoranza súbita -sol en el ocaso- el lado que no había visto a la ida. ...

... Definió César toda la estatura de la ambición cuando dijo aquellas palabras: "¡Antes el primero en la aldea que el segundo en Roma!". Yo no soy nada ni en la aldea ni en Roma ninguna. Por lo menos, el tendero de la esquina es respetado desde la calle de la Asunción hasta la calle de la Victoria; es el César de una manzana. ¿Yo superior a él? ¿En qué, si la nada no admite superioridad, ni inferioridad, ni comparación? ...

... Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida. Poco veo de ella -el bullicio- en esta concentración suya en esta plazuela nítida y mía. Un marasmo como un comienzo de borrachera me elucida el alma de cosas. Transcurre fuera de mí en los pasos de los que pasan [...] la vida evidente y unánime. ...

... De algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí. ...

... El silencio que sale del ruido de la lluvia se extiende, en un crescendo de monotonía cenicienta, por la calle estrecha que miro. Estoy durmiendo despierto, de pie contra la vidriera, en la que me recuesto como en todo. Busco en mí qué sensaciones son las que tengo ante este caer deshilachado de agua sombríamente luminosa que se destaca de las fachadas sucias y, aún más, de las ventanas abiertas. ...

... Son las calles antiguas con otra gente, hoy las mismas calles diferentes; son personas muertas que me están hablando, a través de la transparencia de la falta de ellas hoy; son remordimientos de lo que hice o no hice, ruidos de regatos de noche, ruidos allá abajo, en la casa quieta. ...

... Bajando hoy por la Calle Nueva de Almada, me fijé de repente en la espalda del hombre que bajaba delante de mí. Era la espalda vulgar de un hombre cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de transeúnte ocasional. Llevaba una cartera vieja bajo el brazo izquierdo, y ponía en el suelo, al ritmo de ir andando, un paraguas cerrado, que cogía por el puño con la mano derecha. Sentí de repente por aquel hombre algo parecido a la ternura. Sentí en él la ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por lo trivial cotidiano del cabeza de familia que va a trabajar, por su hogar humilde y alegre, por los placeres alegres y tristes de que forzosamente se compone su vida, por la inocencia de vivir sin analizar, por la naturaleza animal de aquella espalda vestida. ...

... Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si conociesen mi vida, y cómo soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de gente que hace y goza; y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan, carcajadas de la tímida gesticulación de mi vida. ...

... Sigo a veces -sin envidia ni deseo- a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. ....

(*) del Libro del desasosiego

sábado, 1 de febrero de 2014

El Viajero






Fragmento de Soledades (1899 - 1907)

de Antonio Machado


He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatros palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.