domingo, 12 de octubre de 2008

Aquél año


por Martín Caparrós

Hubo un año que fue lo que no era. un año en que los días estaban hechos de lo que iban a ser, contra lo que habían sido. el tiempo siempre está hecho de pasado y de futuro, pero el presente nunca estuvo tan lleno de ellos como entonces.

era un año, como todos, de mitos: el mito de la democracia era el más fuerte, pero también era mítica la idea que entonces se tenía de la dictadura militar y su barbarie.

No sabíamos nada preciso. empezaban a aparecer, muy de a poco, muy poco creídos, los primeros relatos, todavía muy confusos, de torturas y desapariciones.

era un país extraño, donde todo esto ya había sucedido pero no se sabía bien qué era todo eso; donde, como ahora, no sabíamos qué hacer con todo eso.

era un año lleno de retornos. libros, canciones, películas, personas que habían faltado mucho tiempo volvían o prometían volver. libertades que habían faltado
mucho tiempo volvían o prometían volver. Sensaciones que habían faltado mucho tiempo volvían o prometían volver. Y creíamos en cosas. Creíamos, ante que nada, en la democracia: es curioso cómo tantas personas quisieron creer que la famosa democracia sería la panacea.

un candidato hizo campaña —y, sabemos, ganó— asegurando que con la democracia se comía, se curaba, se educaba; tantos conseguimos imaginar que aquello que habíamos despreciado unos pocos años antes —la “democracia burguesa”— era un final feliz y un gran principio.

era un tiempo pletórico, prolífico, político. Yako y yo éramos tan jóvenes que ni siquiera se nos ocurría que fuéramos jóvenes: al contrario, nos sentíamos gente
grande, a la que ya le habían pasado muchas cosas.

Volvíamos del exilio, recuperábamos un país, suponíamos futuros para él y para cada uno de nosotros. Yako estaba por casarse; yo debía estar separándome de alguien. los dos buscábamos las formas de vivir en la Argentina. Yako, se ve, sacaba fotos. Pero la Argentina era sobre todo un interrogante, una promesa: la posibilidad de vivir en un país que podíamos llamar nuestro siempre que se volviera muy distinto de aquel que se había vuelto tan ajeno siete años antes. lo esperábamos, suponíamos que estaba sucediendo: era un año de ilusión, en todos sus sentidos: lo que parece pero no termina de ser, lo que se espera.

Éramos tan jóvenes. Muchos éramos jóvenes por pura biología, pero también los viejos eran jóvenes ese año: tenían un futuro. Fue la última vez que los argentinos
fuimos tan jóvenes.

(Hasta Cortázar era joven. en diciembre de aquel año fuimos con Yako a entrevistarlo, y el hombre parecía casi joven —“joven para su edad”—. Hasta que, al día siguiente, lo vimos en sus fotos: fue una extraña revelación, una muestra más de la crueldad de la fotografía.

en esas imágenes, Julio Cortázar sí fue lo que era: un hombre que moriría semanas más tarde).

el año, ese año, también moriría poco después, aunque duró unos meses más, quizás hasta mediados del siguiente. Fue un año generoso, sorprendente y banal, como todos los años. que tuvo, por supuesto, todo lo que tiene cualquier año: sorpresas, perros, inundaciones, pobres, músicos, amores, gritos, marchas, un error.
Pero todo eso parecía circunstancial, porque lo importante era lo que estábamos por fin dejando atrás, lo que esperábamos que por fin llegara. Aquel año todo cambiaba
todo el tiempo: fue el último avatar de esa idea del tiempo como agente del cambio; desde entonces, el tiempo fue transcurso y poco más. quizás por eso, al recordarlo, al mirarlo en las fotos, al buscarlo en las palabras, nos ataca esa nostalgia de 1983, el año más iluso.

Fuente: revista "C" Crítica digital
http://www.criticadigital.com/revistacfiles/revistac33_web.pdf

http://www.youtube.com/watch?v=cSvltPkGAnM

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