He dicho vida y obra, automáticamente. Sin embargo, como en los grandes hombres, la vida y la obra eran, en don Arturo Illia, dos facetas de un mismo y solo impulso. Vivía para obrar, y obraba según vivía, gracias a una consustanciación que se volcaba en exclusividad al prójimo, a la causa del género humano, su único interés, su desvelo constante.
... Arturo Illia fue el líder que las circunstancias definitorias de un cambio requerido que la Argentina necesitaba.
... Porque aquel gobierno sin venalidades ni ilícitos, aquel gobierno que obedeció a rajatabla los principios constitucionales y mantuvo la más celosa guarda de los derechos humanos, aquel gobierno en el que no se practicó la tortura ni los arrestos ocultos, aquel gobierno en que no se detuvo ni persiguió a un sólo argentino por sus ideas o sus opiniones, aquel gobierno que no cerró diarios ni ejerció censura ni presión alguna, aquel gobierno que se atuvo al federalismo al cabo de décadas de unitarismo disimulado, aquel gobierno que no interfirió en la vida de los partidos ‑incluyendo al justicialismo, al que reintegró a la normalidad electoral en 1965, tras un decenio de vedas y limitaciones‑, ni en la actividad de los sindicatos, los gremios de empresarios, los centros de arte y de ciencia, las universidades, ni en la vida de los creadores y los pensadores, ni en la del mero ciudadano; aquel gobierno que observó no sólo la letra sino además el espíritu de la Constitución de un modo desconocido hasta entonces desde 1930, y no repetido en la larga década y media posterior a su caída; aquel gobierno también fue ejemplar en materia de economía y justicia social. ...
... Pero así como ahora nuestro país parece enmarañado con intereses que se cruzan y se avienen y en ciertos sectores la sociedad pareciera perder valores éticos fundamentales, eran tiempos peores los que vivía la República cuando asumía la Presidencia de la Nación el doctor Arturo Illia. El país estaba en una espesa bruma, en un estado de derrota, a veces daba la imagen de una división casi esquizofrénica entre los hechos y las palabras; no encontraba el rumbo, prisionero el pueblo de una desorientación que le impedía encontrar el camino que lo sacara de la decadencia y de los enfrentamientos, y lo llevara decididamente hacia el crecimiento con equidad y paz. Tiempos duros y difíciles. Por eso no alcanzó un gobierno extraordinario como el de Don Arturo para consolidar la democracia.
... El período de gobierno de don Arturo transcurrió en un momento en el que aun tenía plena vigencia la cultura autoritaria y antidemocrática que se había venido sedimentando en la población desde los años 30.
... El período de gobierno de don Arturo transcurrió en un momento en el que aun tenía plena vigencia la cultura autoritaria y antidemocrática que se había venido sedimentando en la población desde los años 30.
... Su desgraciada destitución invirtió el desarrollo histórico de la Argentina por muchos años, lapso absolutamente irrecuperable, que además nos llevó al dolor de la lucha fraticida, al estancamiento y a la dependencia.
... El absurdo golpe de Estado perpetrado contra el Gobierno de don Arturo Illia, también provocó un verdadero desastre nacional, cuyas consecuencias aún estamos pagando. Se invirtió el sentido del cambio. Vastos sectores de nuestro pueblo comprendieron la naturaleza profundamente antinacional y antidemocrática de un hecho que quebraba una línea de cambio orientada a engrandecer la libertad, la dignidad y la búsqueda de la igualdad, para provocar episodios que en definitiva venían a fomentar la injusticia y la entrega.
... El absurdo golpe de Estado perpetrado contra el Gobierno de don Arturo Illia, también provocó un verdadero desastre nacional, cuyas consecuencias aún estamos pagando. Se invirtió el sentido del cambio. Vastos sectores de nuestro pueblo comprendieron la naturaleza profundamente antinacional y antidemocrática de un hecho que quebraba una línea de cambio orientada a engrandecer la libertad, la dignidad y la búsqueda de la igualdad, para provocar episodios que en definitiva venían a fomentar la injusticia y la entrega.
... Otros sectores, frente a aberrantes y desconocidos desafíos supusieron que por la vía democrática no se lograría jamás un avance, que los esquemas interpretativos clásicos habían perdido utilidad para la correcta comprensión de los nuevos fenómenos, y en última instancia se pusieron a prueba convicciones esenciales y se buscó el cambio por otros caminos que impulsaron verdaderas regresiones.
... Es cierto que el derrocamiento de Illia tuvo todos los ingredientes clásicos de los golpes de Estado en cualquier parte del mundo: actividad conspirativa en los cuarteles, connivencia civil, respaldo de grupos económicos, contexto internacional favorable, etc. Pero también es cierto que contó con un sustrato cultural que desde distintos ángulos alimentaba actitudes de desprecio hacia la democracia y que condicionó en gran medida el comportamiento de la población.
... Sectores de la oposición, sin duda, desempeñaron un papel importante en este proceso, quizás sin advertirlo, incluyendo la línea de acciones claramente desestabilizadoras que adoptó desde el comienzo su componente sindical, y culminando con el apoyo brindado por el gremialismo al golpe de 1966.
... Pero don Arturo Illia tenía comprobado que la democracia, esa alianza estrechísima e indisoluble de las libertades y las justicias, de todas las libertades y todas las justicias, no sólo era el sistema determinado por nuestras leyes sino el régimen apto para el crecimiento material y moral de nuestro pueblo.
... Paciente, firme, empeñoso, lúcido, soportó las andanadas de la crítica y los embates de la oposición. Le importaba sobremanera la unión nacional y el bienestar del pueblo, y a estos fines superiores consagró la misma dedicación, el mismo celo y las mismas dotes de político y estadista que había demostrado en sus anteriores gestiones públicas.
... Nadie, casi nadie puso en duda, en aquellos años de 1963 y a 1966, la rectitud legal ni la honestidad administrativa de don Arturo Illia y de su gobierno. Pero todos, casi todos desmerecieron la obra económica, social y cultural que llevaba a cabo, o la negaron sistemáticamente. Y sin embargo, ¡qué obra estupenda!
... Así, al alba del 28 de junio de 1966, Don Arturo Illia fue desalojado de la Casa Rosada, sin miramientos y con alevosía, como si se tratara de un enemigo; peor, ya que a los enemigos se los considera en el campo de batalla, y se les dispensan ceremonias de las que no gozó este gran presidente de la legalidad y el orden constitucionales, este devoto ciudadano, este patriota cuya sensibilidad social es hoy legendaria.
... Este hombre culto y generoso, amante de su pueblo, que apenas derrocado llamó al escribano general de gobierno para formular su declaración de bienes. Sólo conservaba su casa en Cruz del Eje, obsequiada en 1947 por sus vecinos, y los útiles de su consultorio. Había perdido hasta su automóvil y los depósitos bancarios que tenía al asumir.
... Mil movilizaciones debieron parar al país la noche de aquel fatídico 28 de junio. Mil movilizaciones del pueblo que gritara libertad. Pero se caían los brazos ante una comunidad nacional que protestaba y que no se sentía feliz. Se caían los brazos en una sociedad donde desgraciadamente los rencores estaban a flor de piel y donde no encontrábamos la fórmula para superar el desaliento y el derrotismo, porque mejores eran los resultados y más negativa era esa actitud casi generalizada de desánimo y a veces de tristeza.
... Poco tiempo después de su derrocamiento, sin rencor alguno, escribía este hombre admirable: “seis meses es tiempo suficiente para que nuestros conciudadanos reconozcan cabalmente las consecuencias del cambio operado en la conducción económica del gobierno... La aparente simplificación que supuso la supresión de los controles institucionales para lograr mayor eficiencia, ha fracasado y todos comprendemos ya que la democracia orgánica y seriamente practicada es el único camino capaz de asegurar en libertad u justicia el crecimiento ordenado.”
... Señalé al comienzo que Don Arturo había obrado según su vida, y que había vivido de acuerdo con sus obras. Y lo siguió haciendo hasta su muerte, el 18 de enero de 1983, nueve meses antes de que los argentinos, ahora sí libres de la confusión, de la intemperancia, del desinterés; ahora sí confiados en sí mismos, optaran definitivamente por la democracia. No por un partido, no por un hombre; por la democracia, como él anhelaba, como él se había esforzado porque lo anheláramos todos, como él se desveló para que lo sintiéramos todos, para que todos lo entendiéramos, para que todos lo propagáramos, para que todos nos hiciéramos beneficiarios y defensores de la democracia, para que todos abrazáramos las libertades y las justicias, para que todos, en fin, fuéramos dignos de nosotros, y dignos de la Argentina, la Argentina que nos merecemos.
.... Cuando fui electo Presidente en 1983, tuve la fortuna de ser el heredero, por voluntad de la mayoría, de una Argentina nueva en cuyo nacimiento don Arturo Illia tuvo responsabilidad decisiva. Y ahora los argentinos piden que sus dirigentes no pierdan el rumbo, que no caigamos en nuevas confusiones, en nuevas intemperancias, en nuevos desintereses, que terminemos de desterrar la manipulación, el revanchismo, el egoísmo. Que confiemos cada vez más en nosotros. Que no reiteremos los desastres de aquel tiempo ya lejano y, a la vez, tan próximo.
Que no aticemos el encono, vistiéndolo de expresión de ideas. Que nuestros gobernantes, periodistas, nuestros sindicalistas, nuestros estudiantes, nuestros políticos, nuestros militares, nuestros empresarios, nuestros creadores de arte y ciencia, nuestros religiosos no dejen nunca de divisar el límite entre la democracia y el ataque solapado al sistema democrático. Que no franqueen ese límite, como tantos sectores lo hicieron, a sabiendas o indeliberadamente en los mil días de gobierno de Don Arturo Illia. Insisto con esta frase de Don Arturo: "Si no se vive la democracia, la libertad, la justicia, uno se está muriendo". Basta de morir en la Argentina.
Que no aticemos el encono, vistiéndolo de expresión de ideas. Que nuestros gobernantes, periodistas, nuestros sindicalistas, nuestros estudiantes, nuestros políticos, nuestros militares, nuestros empresarios, nuestros creadores de arte y ciencia, nuestros religiosos no dejen nunca de divisar el límite entre la democracia y el ataque solapado al sistema democrático. Que no franqueen ese límite, como tantos sectores lo hicieron, a sabiendas o indeliberadamente en los mil días de gobierno de Don Arturo Illia. Insisto con esta frase de Don Arturo: "Si no se vive la democracia, la libertad, la justicia, uno se está muriendo". Basta de morir en la Argentina.
... Creo que este es el mensaje para hoy de Don Arturo: la necesidad, no solamente de hacer buenos gobiernos sino la necesidad de hacer docencia de la democracia. Por eso, en estos días que vivimos, donde hemos alejado ya definitivamente el fantasma de los golpes de Estado; en estos días que vivimos, donde por encima de nuestras lógicas discrepancias requerimos un absoluto marco de respeto por las instituciones de la democracia para desarrollar dignamente nuestra vida institucional; en el marco también de discusiones que a veces son agrias, debemos recoger ese mensaje para proclamar sin distinción de partidos políticos que por encima del acierto o del error del gobierno, lo que interesa a los argentinos es una lucha permanente por el estado de derecho, por la calidad de las instituciones de la Nación, por el debido proceso, y por la dignidad de los hombres.
... Merecería haber vivido este tiempo don Arturo Illia; con sus dotes de estadista le hubiera sido más fácil desenvolverse en la búsqueda de una República asentada, y en plena lucha para transformar a esta Nación en una democracia con igualdad de oportunidades y en la que cada persona reciba lo que le corresponde por el sólo hecho de vivir en esta sociedad. Hemos aprendido muy duras lecciones y estamos absolutamente persuadidos de que solamente a través de las instituciones de la democracia es como vamos a afianzar la posibilidad de la justicia y de la paz en nuestra patria. Arturo Illia nos dejó su mensaje de paz, de austeridad, su sentido exquisito del respeto por la personalidad humana, y casi por obligación debemos transitar ese camino, exactamente ese camino, para hacer la Argentina que nos merecemos.Illia murió el 18 de enero de 1983, cuando ya podía presentirse el triunfo de sus ideales y el reconocimiento a su lucha.
.... Hoy nos podemos preguntar si en realidad está muerto este hombre. Si los argentinos somos capaces de aprender de la terrible experiencia que hemos pasado y sabemos juntar el coraje cívico con la madurez política, y todo eso en el tono de una alegría de fondo sin la cual los pueblos marchan hacia el suicidio; si los argentinos aprendimos todo eso, Arturo Illia estará más vivo que nunca entre nosotros.
... Querido don Arturo, muchos años después, en un nuevo milenio, así seguimos entendiéndolo.. Muchas gracias por lo que hizo, por lo que nos enseñó y por el legado democrático que perdurará por más tiempo que en la vida de nuestros corazones, en las profundidades de la vocación patriótica de los argentinos.
Raúl Ricardo Alfonsín (2008)
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