viernes, 12 de junio de 2009

Los ejes de la campaña


Luis Gregorich
Para LA NACION

Esta nota, con título de (no del todo casuales) reminiscencias yupanquianas, también podría llamarse "Los ruidos sin contenido", abominando de la pausa reflexiva y aproximándonos, ahora sí en forma directa y sin juegos de palabras, a otros ejes, los de Don Atahualpa: "No necesito silencio. / Yo no tengo en qué pensar. / Tenía, pero hace tiempo. / Aura ya no pienso más."

Y es cierto que nuestra campaña electoral de mitad de mandato y de renovación legislativa adolece de una desoladora ausencia de pensamiento y creatividad, aparte de sembrar confusión y degradar la actividad política hasta límites impensados, convirtiéndola en mero laboratorio de agravios, sospechosas operaciones judiciales y burlas a la ley.

No es que las campañas políticas, en cualquier parte del mundo, sean jornadas de retiro espiritual o simposios académicos. Es difícil que una campaña se sustente en lo que, un poco hipócritamente, solicitan los dirigentes y candidatos: un debate civilizado en torno a proyectos contrapuestos. El cuerpo electoral de la democracia, compuesto por millones de ciudadanas y ciudadanos de diferente posición social y económica, y muy variadas visiones del país y del mundo, exige ideas sencillas y comprensibles por todos, que además estén encarnadas en personas (en imágenes) creíbles y satisfactorias. La gravitación de los medios masivos en esta producción de sentido es obvia, aunque no definitiva. Y así llegamos, otra vez, a lo que denominamos, para entendernos, los ejes de una campaña.

En esta línea, se ha mencionado muchas veces, en la literatura especializada y en el ambiente periodístico, la campaña que en 1992 le permitió a Bill Clinton acceder a la presidencia de los Estados Unidos, después de arrancar con ostensible desventaja frente a quien era su antecesor, George Bush (padre). Se cuenta que el principal estratega de la campaña clintoniana, James Carville, mandó fijar, en el cuartel central del candidato, un cartel con tres consignas simplificadoras: "1. Change vs. more of the same (cambio vs. más de lo mismo); 2. The economy, stupid (la economía, estúpido); 3. Don´t forget health care (no olvidar la atención de la salud)". Aunque los tres mandatos obedecían a reclamos fuertemente arraigados en la población, fue el segundo el que alcanzó mayor penetración y eficacia, se transformó en el eslogan predilecto de la campaña y se popularizó después, en todas partes, con un pequeño agregado verbal ("¡Es la economía, estúpido!"). Es obvio que nada habría sucedido con la frase si la economía norteamericana, en ese tiempo, hubiese tenido un buen desempeño.

¿Cuáles son los "ejes" que podemos identificar en nuestra actual campaña, descontando su escasa imaginación y su lógica pedestre? Si bien se mira, esos ejes no están tan lejos de lo que cabía esperar.

Por el lado del oficialismo, todo se concentra -y es natural que así ocurra- en la gestión realizada y en la denuncia de enemigos reales o imaginarios, que son los que impiden que esa gestión resulte aún mejor de lo que en realidad fue (para el Gobierno). Como en todas las gestiones, hay aspectos positivos que son magnificados y aspectos negativos que son silenciados. Los antagonistas elegidos son tan distintos entre sí como pueden serlo el campo, la prensa y la década del 90. Lo que reduce las posibilidades de los ejes del Gobierno, mucho más que en las dos elecciones anteriores, es la severa pérdida de credibilidad producida no tanto por la crisis mundial o los declives de la economía local como por errores propios.

En el listado figuran el doble comando del matrimonio presidencial, el deslucido papel de importantes ministros de rápida lengua, que en lugar de dialogar con la oposición la patotean complacidamente, la falta de voceros y conferencias de prensa, el contrapeso negativo de un Consejo de la Magistratura adicto frente a una buena conformación de la Corte Suprema, un estilo confrontativo y hegemónico que ha desembocado en el innecesario conflicto con el campo y, por supuesto, la burda manipulación de las cifras del Indec, que torna poco confiables todos los números que el Gobierno ofrece, como principal propaganda electoral, sobre índices de pobreza, desempleo y crecimiento económico.

Desde la intimidad misma de la campaña, la invención de las candidaturas testimoniales sólo ha servido para profundizar el descreimiento popular ante la división de poderes y el sistema de representación democrática.

El eje de campaña de la oposición, como sucede con todas las oposiciones del mundo, es la crítica al Gobierno, hecha con mayor o menor prolijidad por quienes han sido opositores desde un primer momento o por quienes recientemente han abandonado el barco oficial, desilusionados ideológicamente o descompensados materialmente. La oposición sufre, entre otras cosas, la enfermedad de la fragmentación y desintegración del sistema político, las dificultades para dialogar entre sí, los tironeos de los caudillos territoriales y la pugna de los personalismos, y la falta relativa de recursos, con la única excepción del candidato millonario de la provincia de Buenos Aires, que gasta -es cierto: su propio dinero- con la misma impavidez que el oficialismo. Es curioso -valga otra peculiaridad argentina- que dos candidatos millonarios, ambos cabeza de lista, disputen duramente el predominio sobre el conurbano bonaerense y sus bases de clase trabajadora y sectores indigentes, en una colosal metáfora del mafioso clientelismo nacional.

En las últimas semanas, la oposición, razonablemente, ha convertido también en eje de campaña el caso de las candidaturas testimoniales, especialmente la del gobernador Daniel Scioli, que se niega a contestar en forma concreta si asumirá la banca de diputado nacional para la que se presenta (ambigüedad ante la cual los comunicadores sociales deberían repreguntarle si entonces contempla, "eventualmente", no asumir su banca). Sin embargo, esta discusión jurídico/institucional, a todas luces legítima, termina ocupando demasiado tiempo y permite al Gobierno y a sus portavoces seguir manipulando a la opinión pública, buena parte de la cual (sobre todo en el citado conurbano) subestima estos temas.

Sólo como ejercicio intelectual, o deseable utopía, proponemos a los lectores un eje de campaña que, según creemos, sirve en la Argentina para estas elecciones, y para todas las que vienen. ¿Qué pasaría si un candidato o candidata (de proyección nacional) se apoderara obsesivamente, por decirlo así, del eje de la educación y de la vida de nuestros chicos? No digamos que no se refiriera, en su campaña, a otros temas capitales, como, por ejemplo, la justicia social, la seguridad o la salud, pero siempre a partir de su relación con el núcleo central mencionado.

Por supuesto, este heredero de la obstinación sarmientina debería sentir con intensidad, maniáticamente, la pasión de la educación. Debería rodearse de un grupo de expertos, pero sin perder el contacto directo con los chicos y sus problemas. Debería enfrentar la violencia y disolución familiar, y la invasión de la droga, y reemplazar el asistencialismo por una política más amplia y general. (Hay que reconocer que Elisa Carrió fue la primera en postular la asignación universal a la niñez y el combate frontal contra el paco. Pero en su estrategia no se instaló como portaestandarte de la educación, en un sentido global.)

El diseño de un proyecto educativo rigurosamente público, desde el jardín de infantes, y la realfabetización hasta la excelencia universitaria, con maestros y profesores calificados, con inversiones en infraestructura y recursos humanos, interactúa con la creación de puestos de trabajo, con el desarrollo del país y con su proyección a la complejidad del mundo actual. La apuesta por la educación construye, también, la formación de la ciudadanía, el respeto por la ley y la voluntad de integración y convivencia. Debe reiterarse hasta el cansancio que la más aceitada movilidad social y el progreso más consistente, si es que hay algo parecido, son los que brinda la educación, que a la vez dispersa los fantasmas del autoritarismo.

¿Apenas estamos repitiendo expresiones de deseos? Ya se sabe, un candidato con un eje de campaña así, loco por los pizarrones y la ortografía, no existe en ninguna parte, es pura ilusión y creación virtual. ¿Quién lo apoyaría? ¿Quién financiaría sus spots publicitarios? Quizá tampoco sería muy votado. Pero no por eso deja de ser necesario imaginarlo, al menos por contraste con los demás, en un mundo en que la capacidad para aprender y crear conocimiento será cada vez más decisiva y en que la justa distribución de los bienes simbólicos se reclamará tanto como el pan. Y después de todo, para usar una muletilla de los dirigentes políticos en campaña, ¿dónde está la garantía del futuro?

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